A veces pareciera que Raymond Carver no tiene hoy quién lo defienda. Tras varias décadas de voraces lectores y a pesar de su prestigio y su notable influencia literaria, asistimos a ridiculizaciones y mofas más o menos comprensibles, más o menos interesadas. Tal vez se trate de una reacción normal: la marea que baja después de haber subido y bañado todo. Difundido en España por Anagrama en los años 90 con un notable éxito, al principio de los 2000 ya había gentes relacionadas con el mundo del cuento que se mostraban más que carverianamente hastiadas y que promulgaban a los cuatro vientos su anti carveriana fe, proponiendo poéticas alternativas, no-realistas, supuestamente exorcizantes. Sin embargo, a pesar de tan loable esfuerzo por parte de quienes consideran que Carver ha hecho mucho daño, la obra de Carver no ha dejado de florecer en la obra de innumerables de los mejores –no solo de la poesía, no solo del cuento—, también del cine.
¿Que en España hay demasiados malos poetas carverianos? Fijémonos en los buenos: Karmelo C. Iribarren, “carveriano a su modo”, que diría Luis Antonio de Villena. ¿Que en España hay demasiados malos cuentistas carverianos? No es verdad, o –por fortuna— no se les publica, la gran mayoría de los malos cuentistas bien publicados no son carverianos; pero, mejor, en cualquier caso, fijémonos en los buenos: dos de los mejores y más personales cuentistas que han surgido en España a finales de los 2000 y principios de 2010, Jon Bilbao y Marcos Giralt Torrente, podrían ser considerados en la línea de Carver –si no, al menos, en la línea del canon del cuento estadounidense contemporáneo que, como DeLillo ha comentado recientemente, se caracteriza por “un rechazo total al final cerrado”–. ¿Y en Europa? También dos de los mejores cuentistas europeos contemporáneos, el suizo Peter Stamm y el noruego Kjell Askillsen, son carverianos.
Ello demuestra que, posiblemente –al menos al margen de alergias más o menos comprensibles o reprochables–, Carver no es un obstáculo para que autores talentosos puedan desarrollar su obra en unos términos de notable singularidad (y menos habría de serlo un canon cuentístico, como el norteamericano, en su conjunto). Porque eso es, está por ver si lo que se pretende en algunos casos españoles al tratar de ridiculizar la narrativa de Carver no es neutralizar la influencia, más que plausible, del seductor canon de la cuentística estadounidense. ¿Y para qué, si no para procurar esplendor a otro canon, el que interese?
En ocasiones he asistido a afirmaciones –desde mi punto de vista— sorprendentes, como la de que Carver ha influido demasiado a demasiados talentos en ciernes; esto es, se entiende, convirtiéndolos en escritores indignos de atención. Y sin embargo, no es lo carveriano lo que domina el panorama cuentístico español, en absoluto, no al menos en términos cuantitativos. Tal vez habría que explicar, pues, la inquina, como una actitud preventiva. Tal vez, pues, llegado este punto en el que corremos el riesgo de argumentar que Carver es “malo” –en unos términos casi moralistas: “perjudicial”, “un mal ejemplo”–, debamos abrir el foco a un terreno creativo más amplio que el cuentístico y español, para comprobar cómo la influencia de Carver sobre esos jóvenes autores de cuentos se enmarca en una tendencia que excede lo cuentístico español.
Varios de los mejores y más personales directores de cine españoles son indisimuladamente carverianos: como Javier Rebollo (Lo que sé de Lola, La mujer sin piano, El muerto y ser feliz), y lo es desde sus orígenes (sus extraordinarios cortometrajes). Está Jaime Rosales, que se estrenó con Las horas del día, y del que también podríamos señalar, como indisimuladamente carveriana, La soledad. Y está el director catalán Cesc Gay (En la ciudad), carveriano confeso que además gusta de estructurar sus películas como si se trataran de un conjunto de relatos, cada vez con mayor apariencia de cuentos que se suceden o se cruzan.
Sin embargo, lo carveriano no ha llegado al cine de estos directores solo a través de la lectura de Carver –y cabe suponer que tampoco ha sido a través de Carver que ha alcanzado la obra de los cuentistas más o menos carverianos que conocemos, o los manuscritos de todos los que supuestamente lo han adoptado como referente y aplicado, según parece, con tan poco talento como para merecer una reprimenda–. Carver ha influido de manera muy notable en determinado cine independiente norteamericano. Robert Altman adaptó al cine los cuentos de Carver en Short Cuts (Vidas cruzadas), pero también realizó una carveriana historia, con guión ajeno, titulada Cockie’s Fortune, una de sus más deliciosas películas; David Lynch se vuelve carveriano en The Straight story, la menos lynchiana de sus películas y –para algunos críticos poco lychianos– lo mejor que ha hecho nunca; y Jim Jarmush es deliciosamente más carveriano en Flores rotas que en toda sus películas anteriores. ¿Refutaría Aki Kaurismäki su creciente influencia de Carver? ¿Debemos pasar por alto esa obra maestra del cine que es la carveriana Tormenta de hielo, de Ang Lee?
Marcos Giralt Torrente, Jon Bilbao, Karmelo C. Iribarren, Peter Stamm, Kjell Askildsen, Javier Rebollo, Jaime Rosales, Cesc Gay, Robert Altman, Jim Jarmush, David Lynch, Aki Kaurismäki, Ang Lee…
Pero estos son solo algunos ejemplos de entre lo mejor, porque, en realidad, la impronta de Carver goza de un extraordinario prestigio entre muchos de los grandes creadores y, de hecho, no parece que sea sencillo encontrar un autor que haya influido tanto y para bien en los últimos tiempos.
ÚLTIMO FRAGMENTO
¿Y conseguiste lo que
querías en esta vida?
Lo conseguí.
¿Y qué querías?
Considerarme amado, sentirme
amado en la tierra.
Raymond Carver
Último poema del libro Un sendero nuevo a la cascada (Visor, 1993. Traducción de Mariano Antolín Rato)
Nicolás Melini (Santa Cruz de la Palma, 1969) es escritor y cineasta. Ha escrito novelas como La sangre, la luz, el violoncelo; poemarios como Los chinos, y relatos como Pulsión del amigo