No suelo escribir dos entradas seguidas. Es más, entre escrito y escrito dejo esto en barbecho más tiempo de lo que debería. Algún día trataré de exponer(me) un porqué ajustado que, en una primera y todavía hipócrita aunque sinceramente narcisista introspección, bandea entre la conciencia de que la muerte de la edición nos está enterrando a todos en montañas de escritos inservibles que nos roban el tiempo (y, por tanto, la voluntad de no contribuir a ello… ¡ja!) y la desidia, la devastación, que a uno le acecha por la incapacidad de aportar algo valioso (que requiere trabajo, no nos engañemos) mientras le invaden por las redes ejércitos de pares que escriben, piensan e incluso insultan con más elegancia de la que uno atesora.
Sin embargo, el fin de semana ambos tenemos tiempo, y tras reponerme del impacto, permítame traer hasta su pantalla, querido lector, un par de extractos editados como Dios manda.
Si ayer comenzaba mi entrada afirmando que en España se ha impuesto un marco discursivo que confunde progresismo con la defensa de la diversidad por la diversidad, y continuaba explicando que esto (finalmente ejecutado mediante políticas lingüísticas nacionalistas, que ocupan todo el ámbito público hasta hacerlo irrespirable para castellanoparlantes no nacionalistas) ha llevado a la izquierda a defender aquí causas absolutamente contrarias a sus principios fundantes (justicia, igualdad, solidaridad…), hoy el señor Castells, referente intelectual de Podemos y muñidor de su programa electoral, nos trae en La Vanguardia un ejemplo sin par:
«Es tal el miedo de las autonomías del sur a perder sus privilegios de subsidio, que piensan que serían amenazados por una Catalunya con un concierto fiscal semejante al vasco, que han trazado una linea roja insalvable hecha de nacionalismo español y reivindicaciones presupuestarias».
El buen profesor -de izquierdas, dice ser- cree que esta manía de algunos españoles de centrarse en los dineros está feo. Se queja, eso sí, de los subsidios a Andalucía. Quitando PERes y PACs, instrumentos proteccionistas muy criticables, pero en buena medidas ideados desde la UE para proteger un sector considerado estratégico, suponemos que el señor Castells está apelando a la tesis nacionalista que alienta a restringir toda transferencia de rentas desde la Cataluña hacendosa a la Andalucía subsidiada. Aquí Castells se equipara en racismo al señor Pujol, lo cual no está nada mal.
A decir verdad, Andalucía está bastante más infrafinanciada que Cataluña. Bueno, por ser justos: Andalucía está infrafinanciada y Cataluña no lo está. En cuanto a los subsidios, parece mentira que se lo arroje al Gobierno andaluz en defensa del catalán. A otro perro, señor Castells… ¡Pero, lo más gracioso de todo, es que está llamando a cortar el grifo a Andalucía en nombre de un concierto fiscal catalán! Lo que quiere el señor Castells es que el resto de españoles paguemos la fiesta de los catalanes, para que puedan subvencionar a su gusto. ¿No sería más recomendable para su espíritu de izquierdas exigir que se ponga fin al Concierto vasco-navarro? ¿No sería mejor que Castells se dedicase a lo suyo, donde una vez logró incluso prestigio?
En fin, para que se reponga usted, querido lector, de la majadería del señor Castells, abrazada aquí durante años por una izquierda esquizofrénica que aún no se ha dado cuenta que está más escorada a la derecha que el PP, le dejo con una entrevista que hizo El Periódico en febrero a David Rieff y que casualmente también hoy ha caído en mi red:
“¿Cuál debería ser la estrategia en la lucha contra el hambre? La filantropía y el mundo de los negocios no pueden capitanear esa batalla. Debería estar en mano de los estados, porque debajo de esas situaciones de pobreza extrema se esconden la desigualdad y la falta de democracia y libertad. Estas son cuestiones políticas. Por eso digo que a la pobreza se la vence con medidas políticas, no con filantropía. El problema es que en esta era del capitalismo postmoderno en la que vivimos, se ha impuesto la idea de que la política ya no hace falta, que lo único que queda es administrar la abundancia.
¿A qué responde ese dogma? A que ahora mismo no existe un modelo alternativo al capitalismo capaz de tener éxito. Admitámoslo: la contrarrevolución de Reagan y Thatcher ganó la batalla y hoy vivimos en ese modelo. Algún día el capitalismo caerá, porque ninguna victoria es permanente, pero yo no veo en el horizonte ningún movimiento capaz de cambiar esta situación. Hasta los partidos de izquierdas aplican la misma política. Mire el caso de Grecia: Syriza sigue cumpliendo las órdenes de la Troika igual que sus antecesores. ¿Acaso cree que si Podemos forma Gobierno con el PSOE en España las cosas serán diferentes? Quizá sí en las políticas locales, pero en lo verdaderamente importante, todo seguirá igual.
¿Y los movimientos antiglobalización? Tienen buenas ideas, pero es un proyecto a muy largo plazo. Mientras tanto, ¿qué hacemos con los problemas urgentes de la gente, qué hacemos con los pobres, con la desigualdad? Sólo se me ocurre una vía: hacer que los estados sean más fuertes. Es nuestra última herramienta. Prefiero que el mundo lo gobiernen los estados a que lo hagan las corporaciones.
¿Qué se podría hacer para que las cosas cambiaran? En este momento, la única perspectiva de mejora que veo se concentra en las comunidades pequeñas, a nivel regional o urbano. El cambio debe venir desde abajo, desde las ciudades. Tengo más fe en algunos alcaldes que en los primeros ministros. En España han aparecido últimamente alcaldes y alcaldesas que están haciendo las cosas de manera diferente. Esa nueva forma de gestionar los asuntos a nivel local es esperanzadora.
En Catalunya ha crecido el número de ciudadanos que quieren formar parte de un Estado independiente para, precisamente, organizar la comunidad de otra forma. ¿Qué le parece? ¿Realmente desean eso, o solo creen que son más ricos que el resto de España y quieren gestionar su propio dinero? Permítame que sea escéptico. No soy catalán, no puedo ponerme en sus sentimientos, pero habría comprendido mejor esa demanda hace 40 años, cuando la democracia llegó a España. ¿Pero ahora, cuando Europa es una mezcla de gentes llegadas desde todo el mundo, los catalanes quieren distinguirse del resto? Esto es lo que me pregunto cuando paseo por Barcelona y veo esa versión psicodélica de la bandera cubana en los balcones.
Vive entre Nueva York y París. ¿Cómo ve el proyecto europeo? Europa se ha convertido en un proyecto comercial disfrazado de proyecto moral. El déficit de democracia en Bruselas ha llegado niveles asombrosos, los referéndums no existen y ya ve la respuesta que se está dando a la crisis de los refugiados. Soy mucho menos pro europeo que hace años. Sin embargo, piense en la alternativa: Marine Le Pen. ¿Queremos eso? No olvide que las cosas siempre pueden ir a peor”.