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Mientras tantoCataluña, la brecha independentista

Cataluña, la brecha independentista


 

Este mes, muchos amigos latinoamericanos me repiten la misma pregunta: “¿por qué Cataluña quiere independizarse de España?”. Y uno siempre se queda con cara de póker. Sin palabras.

 

La respuesta siempre sonará subjetiva y ambigua. Lo más fácil para salir del paso sería decir: “depende de a quién le preguntes”. Es la única forma de no faltar a la verdad. Unos esgrimen razones ideológicas y otros económicas, pero la mayoría está de acuerdo en que la actitud torpe, despreciativa y represiva del gobierno español (en manos del derechista Partido Popular) ha incendiado las pasiones independentistas. Dentro de la pregunta del millón se encierra otra más inquietante: “¿de verdad la mayoría de los catalanes quiere independizarse?”. Tampoco lo sabemos, pero de ser así: ¿cómo hemos llegado a esto? Ahí van algunas reflexiones como respuesta de cara al público extranjero.

 

EL SENTIMIENTO IDEOLÓGICO

 

Para empezar, siempre hubo en Cataluña un sector de independentistas convencidos que nunca llegó al 25% del total de la población. Entre ellos hay quien reivindica el republicanismo de los años treinta y hay quien alude a los sentimientos patrios de la Cataluña medieval y renacentista. Entre los atrevidos cibernautas hay quien se empeña en afirmar que Cataluña fue un “reino independiente y autónomo” hasta el siglo XVIII.

 

Repasemos brevemente la historia. El mayor esplendor de Cataluña se remonta al siglo XIV, cuando Barcelona fue una de las ciudades más poderosas y pujantes del mundo occidental. A ese periodo debemos el maravilloso Barrio Gótico, el Borne y la llamada Catedral de Santa María del Mar. También la creación del gobierno catalán: la Generalitat. La ciudad se convirtió en el motor de los Condados Catalanes integrados a su vez en una corona (Aragón) que se expandió por el Mediterráneo a sangre y fuego.

 

La izquierda tiene muy poco que reivindicar de este periodo, puesto que los catalanes eran tan violentos y sanguinarios como cualquier otro reino, condado o feudo de la época. Hay quien asegura que el sistema de gobierno medieval, El Consejo de Ciento, era el órgano protodemocrático más antiguo de Europa. En todo caso, no todo era libertad y prosperidad: la violencia ejercida contra las mujeres en la Cataluña medieval fue mucho peor que en Castilla (donde la ley goda impedía el secuestro-estupro y el derecho de pernada). Los catalanes fueron los pioneros en masacrar y expulsar a los judíos: lo hicieron en 1391, cien años antes que los Reyes Católicos. También se adelantaron a Castilla a la hora de implantar la tortura inhumana de de la Inquisición (1249, doscientos años antes).

 

Si avanzamos cronológicamente llegamos al periodo clave reivindicado por la mayoría de los independentistas: la soberanía catalana anterior a la centralización de los Borbones en España. Es decir, la Cataluña anterior a 1714. Intentemos resumir este periodo a grandes rasgos. España no era un país unido ni centralizado; la Corona de Castilla y la de Aragón, a pesar de su unión y alianza sellada a partir del siglo XV con los Reyes Católicos, mantenían sendos gobiernos autónomos desde la edad media. A principios del XVIII el Rey Carlos II, medio loco y pusilánime, murió sin descendencia. Estalló entonces una guerra europea entre dos dinastías, los borbones y los habsburgo, para hacerse con el reino de España. Gracias al apoyo de Francia, los borbones (apellido que aún hoy ostenta el actual Rey de España) salieron vencedores. Cataluña se les opuso, apoyando a los Austrias, la dinastía que antes reinaba en España. El 11 de septiembre de 1714 las tropas de Felipe de Borbón entraron en Barcelona, destruyeron parte del casco antiguo de la ciudad y suprimieron el gobierno de la Generalitat. Implantaron en España un sistema centralizado basado en el modelo más exitoso de Europa, el del rey francés Luis XIV. Es decir, Madrid asumió el poder de todo España. Curiosamente, Cataluña vivió justo después un nuevo siglo dorado. Todos los historiadores y los intelectuales interesados en Cataluña (incluido el gran Robert Hugues) afirman que el periodo borbónico no fue un periodo de opresión, sino una de las épocas más prósperas de Cataluña. Para los independentistas, sin embargo, es la más denostada.


En el siglo XIX, el gran siglo de los nacionalismos, Cataluña florece industrial y culturalmente y reivindica su identidad a través de su lengua originaria: el catalán. El espíritu de la Reinaxença dará pie al catalanismo que desde finales del siglo XIX entrará en contacto con las ideas republicanas opuestas al centralismo monárquico español. Nace entonces la base del independentismo actual: la bandera, el himno, los patrones y los partidos políticos que conseguirán proclamar una efímera y fugaz República Catalana el 14 de abril de 1931, al calor de la reciente y efímera Republica española. El Presidente republicano español, Manuel Azaña, logró contentar a los catalanes reestableciendo el Estatut de Autonomía de la Generalitat. Sin embargo, dos años después otro mandatario catalán, Lluis Companys, volvió a proclamar el Estado Catalán. Ocurrió el 6 de octubre de 1934. Poco después Companys fue encarcelado y más tarde fusilado. Fue el último intento independentista hasta hoy. Un año y medio después estalló la guerra civil. El fascismo y el Comunismo se disputaban el mundo y España se convirtió en un campo de pruebas. En 1939 el país entero acabó reducido a cenizas y en manos de un dictador que reprimió a catalanes y españoles durante casi cuarenta años.

 

En resumen, el día 11 de septiembre se celebra y se reivindica un abstracto pasado independiente y pseudo-medieval que no difiere en miseria, injusticia e intolerancia de ninguno de los reinos, condados y feudos que componían el puzzle caótico que era Europa en la edad media. Se recuerda a los mártires de las libertades catalanas, pero los catalanes de abajo tenían la misma libertad que el resto de los pueblos: ninguna.

 

Hace 10 años sólo una minoría de radicales catalanistas apoyaba decididamente la independencia. Ahora, tras diez años de tira y afloja con el partido gobernante en España (el Partido Popular) rondan el 50%. La lengua es uno de los principales vehículos del nacionalismo catalán y al mismo tiempo, uno de los rasgos más criticados por la población de derechas más españolista. Parecen olvidar que España no es un ente uniforme, sino un compendio de culturas, y que el hecho de que en varias comunidades autónomas se hable una lengua distinta al castellano es un signo de riqueza cultural y lingüística, no un lastre para la convivencia. El sector más radical del nacionalismo español pretendía que toda España sea castellanoparlante por la fuerza, como lo fue urante la dictadura de Franco (1939-1975). Esto, afortunadamente, va cambiando poco a poco. 

 

LA OPOSICIÓN AL PARTIDO POPULAR


Hasta aquí los argumentos ideológicos. Pasemos al pasado más inmediato. Todo este problema se desató a partir de 2010, cuando la crisis económica mundial ya se sentía en toda España. El gobierno del PP consiguió que el Tribunal Constitucional recortara el Estatuto de Autonomía que Cataluña había votado cuatro años antes, durante el gobierno de la izquierda moderada del Partido Socialista. Fue como ponerle un caramelo en la boca a un niño para después darle un bofetón y quitárselo.

 

Anulando el Estatut, el PP alimentó el nacionalismo y sin quererlo dio argumentos al partido (también derechista y corrupto) que gobernaba Cataluña durante más de veinte años: Convergència i Unió. Ninguno de los presidentes catalanes había hablado hasta entonces de independencia, pero ahora necesitaban distraer la atención de la gente. El pueblo catalán se les estaba echando encima con protestas cada vez más numerosas contra los recortes en salud, educación y vivienda (los recortes más brutales de España, por cierto). Los Convergentes necesitaban un chivo expiatorio, un enemigo externo, y recurrieron, como resume Caparrós, “al viejo truco de la patria”. De pronto, toda la culpa era de Madrid. La manipulación de la televisión pública catalana contra España sólo tiene parangón en los canales privados de extrema derecha españoles. 

 

Los gobiernos catalán y español se enzarzaron en una pelea de chovinismos, banderas y patriotismo barato que arrastró, distrajo, y, por qué no decirlo, apendejó a la gente. Los medios de comunicación de unos y otros pusieron todo de su parte para encender la llama. Nunca antes habíamos visto tanto odio a lo catalán en la España democrática. Nunca antes el sentimiento independentista fue tan agresivo, sectario y mediático. La celebración de la fiesta nacional catalana, la Diada, pasó de ser una reunión de unos pocos miles de nacionalistas radicales (10.000 personas en 2011), a un evento multitudinario jalonado por casi un millón de personas a partir de 2012. Barcelona se revistió de banderas esteladas y próclamas independentistas. España era el enemigo. Era el inicio del fin de la convivencia.

 

CAUSAS Y POSIBLES CONSECUENCIAS ECONÓMICAS


El sector más pragmático y racional del independentismo alude a la razón económica. Aseguran que la economía catalana iría mucho mejor sin España, porque «el Gobierno de la derecha, de los corruptos y los recortes es un lastre” (parecen olvidar los escándalos, la corrupción y los recortes de la derecha catalana que ha encabezado el referéndum).

 

La verdad, la cruel verdad, es que nadie tiene claro lo que puede suceder a medio plazo. Las predicciones económicas de los partidarios a la independencia son muy optimistas: aluden al enorme coste que tiene para Cataluña pertenecer a España y recalcan los grandes beneficios que la República independiente obtendría si se separa. Los contrarios a la ruptura admiten que la independencia sería mala para España pero afirman que sería mucho peor, incluso desastrosa, para Cataluña. Al menos de momento (y más aún si la ruptura se lleva a cabo en estas circunstancias), Cataluña saldría de la Unión Europea y perdería los fondos de inversión, la liquidez del Banco Central Europeo y el mercado interbancario. Analistas del banco Credit Suisse aseguran que la independencia podría llevar a Cataluña a un aislamiento económico y un empobrecimiento sin precedentes. Muchas grandes empresas (La Caixa y Gas Natural) ya han desplazado sus sedes, ante la incertidumbre que genera la posible independencia. Y esto no ha hecho más que empezar.

 

Antes o después España también notaría el sismo que provocaría la independencia: recordemos Cataluña concentra casi un 19% de la capacidad de producción de España (211.819 millones de euros de PIB en 2016) y el 16% de la población (7,41 millones de habitantes). Su riqueza per cápita es superior a la media de España. Un estudio del banco inglés HSBC considera que, “sin la aportación de Cataluña, la economía española será levemente superior a la de Países Bajos”. Es decir, España pasaría de la quinta a la sexta posición por PIB de la Unión Europea, al perder 411.210 millones de euros anuales.

 

Entonces, en qué quedamos ¿Iremos a mejor a largo plazo? ¿O peor? Nadie lo sabe con certeza. Todas las teorías son sólo hipótesis por las que pocos pondrían la mano en el fuego. Por desgracia nadie tiene acceso al oráculo de Delfos para predecir los inciertos avatares económicos del capitalismo.

 

EL REFERENDUM Y SUS CONSECUENCIAS


Lo que está ocurriendo este mes es un auténtico órdago por parte del Gobierno catalán a España. Hay que recordar que hoy en Cataluña gobierna una alianza de partidos de ideología contraria (de la extrema izquierda a la derecha heredera de la burguesía catalana) que ganaron las elecciones con la premisa de convocar un referéndum vinculante si la mayoría de los catalanes les votaba. Se llama Junts pel Sí, y sí, ganaron por mayoría absoluta según escaños, pero solo obtuvieron el 48% de los votos. Es decir, la mayoría de los votantes catalanes no les prestó su apoyo. Esto, por supuesto, no les amilanó: decidieron sacar adelante el referéndum fuera como fuese.

 

El gobernante Partido Popular se ha negado sistemáticamente a dialogar con los catalanes. Para ellos la unidad de España es incuestionable. Ante la negativa y el rechazo constante al diálogo, el Govern de Cataluña ha decidido sacar adelante el sufragio con todo tipo de artimañas, sin acordar una participación mínima, sin que exista un censo y sin contar con la otra mitad de los partidos catalanes que consideran que se trata de una consulta ilegal y no representativa. Estamos hablando de un “referéndum” en el que sólo participaron los que quieren la independencia. Para cualquier demócrata es una broma mal concebida llevada a cabo de la forma más grotesca.

 

El resultado ha sido bochornoso. Urnas rotas, papeletas esparcidas en el suelo bajo la lluvia, votos sin control alguno. En resumen, un desastre que no puede ser calificado ni siquiera de simulacro de referéndum. Pero estos detalles han quedado en un segundo plano. La noticia que acaparó los titulares el día 1 de octubre fue la  desproporcionada represión llevada a cabo por las fuerzas de seguridad españolas para impedir que se votara. El gobierno Español envió a su guardia pretoriana a Cataluña, y cómo no, esta fue recibida como un ejército de ocupación. Las imágenes hablan por sí mismas: ancianitas golpeadas mientras se dirigían a votar, familias con niños aporreados, gente pacífica zarandeada y maltratada como si fueran delincuentes. Más 800 heridos. Un escándalo internacional.

 

Esa represión ha impulsado más el independentismo que todos los discursos nacionalistas juntos. El Presidente catalán Puigdemont contaba con que Rajoy mandaría a la Guardia Civil y estaban preparados para sacarle partido mediático. Pero la parranda de golpes a la que asistimos el día 1 de octubre fue un auténtico regalo para los independentistas. Cataluña no va a olvidar fácilmente ese maltrato. Hoy en Barcelona, muchos ciudadanos que nunca se consideraron independentistas están dispuestos a votar contra España para librarse de un vecino tan odioso y represivo.

 

Está claro que tanto unos como otros, gobierno español y catalán, quieren tapar sus miserias y corruptelas alimentando este caos. Y mientras ellos se señalan con el dedo la gente de la calle se grita, se insulta y se desprecia ondeando banderas. La brecha social se torna insalvable. Es una absoluta irresponsabilidad. Pero en este juego de tronos hay un claro ganador: los independentistas. Han conseguido canalizar el enfado e ideologizar a una masa joven, radical y escasamente informada para encaminarla a la rebelión social contra un país “extranjero”. Hasta hoy están consiguiendo todo lo que se proponen. ¿Conseguirán consumar la independencia?

 

¿QUÉ PASARÁ AHORA?


Tras la turbulenta jornada del referéndum el Gobierno catalán sabía que contaría con más apoyo moral que nunca para llevar a cabo sus planes, pero el domingo 8 de octubre casi un millón de personas ocuparon Barcelona para rechazar el proceso independentista. La mayoría silenciosa, la Cataluña pro España, por fin se hizo presente. Declarar la independencia de forma unilateral en estas circunstancias sería un error catastrófico bajo cualquier ángulo. Europa no puede aceptar una secesión declarada tras una votación tan irregular y poco representativa como la del 1 de octubre. La única salida a este desastre es el diálogo, pero nadie en los gobiernos de España o Cataluña parece dispuesto a dialogar.


La calle hierve, los himnos retumban las cabezas, la gente está harta y las banderas ondean más rabiosas que nunca. Los moderados aún confían en que el seny catalán (palabra que designa el sentido común) salga a relucir en el último momento. La derecha española, en cambio, está preparada para intervenir por las malas. La izquierda anarquizante tiene su intifada preparada. Ante este panorama la derecha catalana gobernante se debe estar frotando las manos: los mismos jóvenes que antes les apedreaban y les tachaban de ladrones y corruptos, hoy son su ejército popular dispuesto a luchar bajo su bandera y seña. Lo nunca visto: derecha e izquierda unica contra un enemigo común. “Se dice que nunca hay ratas y ratones en el mismo sitio”, escribió Orwell en su ‘Homenaje a Cataluña’, “pero los hay cuando la comida basta para los dos.”

 

A corto plazo se esperan tiempos convulsos. Más marchas, protestas, detenciones, gritos, banderas y caos. A largo plazo lo único que está claro es que se tendrá que aceptar un referéndum o negociar con Cataluña y ampliar su autonomía. Si se hubiera permitido hace un año, o incluso  hace meses,  todo apunta a que la mayoría de los catalanes habría preferido quedarse en España. ¿Pero hoy? Hoy todo es una incógnita. Hoy estamos más cerca que nunca de ver una Cataluña independiente.

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