Estamos en el año del centenario de la Revolución Soviética. Se han publicado y se han reeditado numerosos libros para conmemorar el acontecimiento que condicionó todo el siglo XX. Además, se organizan actos para repasarla. La Comisión Octubre está recorriendo España recordándola con un tono militante. Y en el Círculo de Bellas Artes se celebró un acto interesantísimo con los Pablo Iglesias, Irene Montero y Álvaro García Linera más académicos que no tiene desperdicio con ocasión de la presentación de un libro.
Pero hubo cronistas y críticos coetáneos. Entre los primeros, John Reed y su Diez días que estremecieron al mundo. Entre los segundos, Rosa Luxemburgo, que escribió entre 1917 y 1918 y desde la cárcel unos textos muy encendidos sobre la Revolución de Octubre. Tal fue así que hubo alguno que no se publicó inmediatamente, sino sólo a partir de los años cuarenta, para evitar dar armas a los enemigos de Lenin en los años más delicados de la Revolución de Octubre. La revolucionaria alemana, que formaba parte de la Liga Espartaquista, germen del futuro Partido Comunista de Alemania, dedicó, dentro de un panfleto sobre la Revolución Rusa, uno de sus escritos más severos al reconocimiento que hicieron los bolcheviques al derecho de autodeterminación de los pueblos, derecho recogido después en la Constitución de la Unión Soviética. Es el que vamos a reproducir aquí en alguno de sus fragmentos más interesantes de acuerdo con la edición en dos volúmenes de sus obras escogidas realizada por la colombiana Pluma en 1976.
“Los bolcheviques son en parte responsables de que la derrota militar se haya transformado en el colapso y la caída de Rusia. Más aún; ellos mismos, en cierta medida, profundizaron las dificultades objetivas de esta situación con una consigna que adquirió importancia primordial en su política: el supuesto derecho de autodeterminación del os pueblos, o -lo que realmente estaba implícito en esta consigna- la desintegración de Rusia.
Nuevamente proclamaron con obstinación doctrinaria, como grito de batalla especial de Lenin y sus camaradas, la fórmula del derecho de las distintas nacionales del Imperio Ruso a determinar independientemente sus destinos, ‘incluso hasta el punto del derecho a tener gobiernos separados del de Rusia’.
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Tratan el derecho de autodeterminación de los pueblos como la joya de la política democrática, en función de la cual deben dejarse de lado todas las consideraciones prácticas de la política realista. No se permitieron la más mínima concesión en lo que se refiere al plebiscito para la Asamblea Constituyente en Rusia, plebiscito realizado sobre la base del sufragio más democrático del mundo, con toda la libertad de una república popular. Simplemente lo declararon nulo y vacío, en función de una evaluación muy sobria de sus resultados. Pero son los campeones del voto popular de las nacionalidades extranjeras de Rusia sobre la cuestión de a qué país quieren pertenecer, como si esto fuera la panacea de la libertad y la democracia, la quintaesencia pura de la voluntad de los pueblos y la forma de hacer la justicia más profunda en lo que se refiere al destino político de las naciones.
La contradicción que parece tan obvia resulta más difícil de entender ya que las formas democráticas de la vida política de cada país, como veremos, realmente involucran los fundamentos más valiosos e incluso los más indispensables d ella política socialista, mientras que el famoso derecho ‘a la autodeterminación’ de las naciones es solamente fraseología hueca y pequeñoburguesa.
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Lenin y sus camaradas calcularon que no había método más seguro para ganar a los pueblos extranjeros del Imperio Ruso para la causa de la revolución, para la causa del proletario socialista, que el de ofrecerles, en nombre de la revolución y el socialismo, la libertad más extrema e ilimitada para determinar sus propios destinos.
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Está claro que Lenin y sus amigos esperaban que, al transformarse en campeones de la liibertad nacional hasta el punto de abogar por la ‘separación’, harían de Finlandia, Ucrania, Polonia, Lituania, los países bálticos, el Caúcaso, etcétera, fieles aliados de la Revolución Rusa. Pero sucedió exactamente lo contrario. Una tras otra, estas ‘naciones’ utilizaron la libertad recientemente adquirida para alarse con el imperialismo alemán como enemigos mortales de la Revolución Rusa y, bajo la protección de Alemania, llevar dentro de la misma Rusia el estandarte de la contrarevolución.
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Seguramente, en todos estos casos no fue realmente el ‘pueblo’ el que impulsó esta política reaccionaria sino las clases burguesas y pequeñoburguesas. Éstas, en total oposición a sus propias masas proletarias, pervirtieron el ‘derecho nacional a la autodeterminación’, transformándolo en un instrumento de su política contrarrevolucionaria. Pero (y llegamos al nudo de la cuestión), aquí reside el carácter utópico, pequeñoburgués de esta consigna nacionalista: que en medio de las crudas realidades de la sociedad de clases, cuando los antagonismos se agudizan al máximo, se convierte simplemente en un instrumento de dominación de la burguesía. Los bolcheviques aprendieron, con gran perjuicio para ellos mismos y para la revolución, que bajo la dominación capitalista no existe la autodeterminación de los pueblos, que en una sociedad de clases cada clase de la nación lucha por ‘determinarse’ de una manera distinta, y que para las clases burguesas la concepción de la liberación nacional está totalmente subordinada a la del dominio de su clase. La burguesía finesa, al igual que la de Ucrania, prefirió el gobierno violento de Alemania a la libertad nacional si ésta la ligaba al bolchevismo.
La esperanza de transformar estas relaciones de clase reales en su opuesto, de ganar el voto de la mayoría para la unión con la Revolución Rusa, haciéndolo depender de las masa revolucionarias, tal como seriamente lo pretendían Lenin y Trotsky, refleja un grado de optimismo incomprensible. (…) Tenemos que tener en cuenta la sicología de las masas campesinas y de grandes sectores de la pequeña burguesía, y las miles de maneras con que cuenta la burguesía para influir sobre el voto. Por cierto, debe considerarse una ley absoluta que en estos asuntos de plebiscitos sobre la cuestión nacional la clase dominante siempre sabrá evitarlos cuando no sirven a sus propósitos, o, cuando se realizan, utilizará todos los medios para influir sobre sus resutlados, los mismos medios que hacen imposible introducir el socialismo mediante el voto popular.
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El movimiento nacionalista, justamente porque alejó de Rusia al proletariado, lo mutiló y lo entregó a manos de la burguesía de los países limítrofes.
Los bolcheviques no actuaron guiándose por la misma genuina política internacionalista de clase que aplicaron en otros asuntos. No trataron de lograr la unión compacta de las fuerzas revolucionarias de todo el imperio. No defendieron con uñas y dientes la integridad del Imperio Ruso como área revolucionaria, oponiendo a todas las formas del separatismo la solidaridad e inseparabilidad de los proletarios de todos los países que están bajo la esfera de la REEvolución Rusa, haciendo funcionar a ésta como el comando político superior. En lugar de eso, los bolcheviques, con su hueca fraseología nacionalista sobre ‘el derecho de autodeterminación hasta la separación’, lograron todo lo contrario, y le dieron a la burguesía de los países limítrofes los pretextos más refinados, más deseables, para sus esfuerzos contrarrevolucionarios.
En vez de prevenir al proletariado de los países limítrofes de que todas las formas del separatismo son simples tramas burguesas, no hicieron más que confundir con su consigna a las masas de esos pa´sies y entregarlas a la demagogia de las clases burguesas. Con esta reivindicación nacionalista produjeron la desintegración de la misma Rusia y pusieron en manos del enemigo le cuchillo que se hundiría en el corazón de la Revolución Rusa”.
La prosa de Rosa Luxemburgo atrapa por la convicción que transmite en las ideas. Por la pasión con la que escribe. Y por el dolor que también se adivina en sus líneas: critica desde la proximidad ideológica y sufre por todos los errores que está convencida que están cometiendo los bolcheviques con su revolución. Rosa Luxemburgo es militante del proto-comunismo, valiente e independiente.
Esa misma convicción, ese mismo dolor, ese sufrimiento, también se adivinan en muchas de las voces que diagnostican o que únicamente expresan su opinión sobre lo que acontece en Cataluña. Y esa misma valentía, independencia e incluso clarividencia.
Precisamente, nos hemos acordado de Rosa Luxemburgo porque estamos continuamente pensando en Cataluña. Y en los extraños socios que hay en esta empresa: las izquierdas moderadas de Esquerra Republicana, el anticapitalismo de la CUP y la derecha liberal de la antigua Convergencia, cuyo máximo líder y presidente del Gobierno de Cataluña reconocía este domingo en la entrevista que le hizo Jordi Évole en Salvados que comparte modelo socioeconómico con el Partido Popular.
Diversas estadísticas (les recomiendo que echen un vistazo a los gráficos elaborados por el sociólogo Pau Marí-Klose sobre esta cuestión, búsquenlos entre sus tuits) hacen pensar que la base del independentismo catalán es mayoritariamente de elevados ingresos, mientras que entre las clases bajas o menos pudientes la independencia tiene menos tirón. ¿Qué eventual Estado catalán puede construirse con estos cimientos?, ¿a qué intereses responde?, ¿a los de quienes quieren un paraíso fiscal o a los que prefieren un paraíso social?, ¿el indepentismo catalán es fundamentalmente burgués o pequeñoburgués, utilizando la terminología de Rosa Luxemburgo?
Tomando prestadas palabras de Rosa Luxemburgo, quizás la CUP, quizás también Esquerra Republicana, están siendo excesivamente optimistas confiando en la antigua Convergencia en su camino hacia la creación de un Estado independiente o hacia una mayor autonomía fiscal, en el que podría ser su escenario de mínimos. Con la actual correlación de fuerzas existente en Cataluña, ¿un concierto a la vasca dará lugar a una garantía de ingresos como la de Euskadi, con unas tasas de pobreza más parecidas a las de Noruega que a las de la Europa Mediterránea, o a otra cosa completamente opuesta?
En la CUP parece que hay más leninistas que luxemburguistas…
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