La detención por el gobierno mexicano de Servando Gómez Martínez, La Tuta, jefe del grupo criminal Los Caballeros Templarios, indica una nueva etapa en el proceso de violencia e inseguridad en el estado de Michoacán, cuyos índices adversos han crecido a pesar de la estrategia federal.
La caída de La Tuta y su capacidad operativa provino de tres factores:
El primer factor fue el replanteamiento del trato que recibían Los Templarios por parte del gobierno federal y estatal, que pasó de la tolerancia de sus actividades criminales, muchas veces a cambio de dinero por vía de corporaciones policiales (estatal y municipales) y fuerzas armadas (ejército y marina), a la exigencia de provocar menor violencia comunitaria a través de mediación directa con sus líderes. Por lo visto, Gómez Martínez se volvió desechable poco a poco.
Afecto al uso de periodistas coaccionados y redes sociales, La Tuta se jactaba de que, en ausencia de autoridades, él tuvo que tomar el poder en Michoacán y Guerrero. Aparte del tráfico de drogas, el control de su consumo a nivel local y la delincuencia común, el líder templario consolidó un negocio enorme de secuestros, extorsiones, expoliaciones y lavado de dinero, para lo cual contó con la complicidad de una red de inversionistas de alto nivel dentro y fuera del estado de Michoacán, muchos de ellos intocados a la fecha.
El año anterior, por ejemplo, el gobierno federal detuvo a un diputado local que operaba para Los Templarios, sin que se haya sabido si la pesquisa sobre aquella red empresarial, registrada por agentes de inteligencia, llegaría hasta sus últimas consecuencias. Tal parece que el gobierno federal ha decidido soslayar una investigación a fondo en nombre de la “gobernabilidad” en el estado.
El segundo factor ha sido la presión del gobierno estadounidense, que desde tiempo atrás demandaba una acción eficaz contra el crimen organizado en Michoacán. Ya en 2005, la agencia antidrogas DEA alertaba sobre el auge allá de los grandes carteles de la droga. En los últimos años, el gobierno estadounidense advirtió el ascenso de negocios formales e informales de China en el estado mediante Los Templarios y la Familia Michoacana, que lograron un aprovisionamiento continuo de mineral de hierro para la industria pesada y uranio para usos militares del país oriental.
El tercer factor ofrece el surgimiento de la nueva cartografía de los grupos criminales y diversas fuerzas comunitarias que, al reformularse como guardias rurales, en torno o fuera de ellas, y bajo la coordinación de la estrategia federal, terminó por encumbrar, encima de La Familia Michoacana y Los Templarios, a Los Viagra y a Nueva Generación, que ahora han cobrado un protagonismo en ascenso. El propio Gómez Martínez declaró que Los Viagra recibían protección del comisionado federal para Michoacán, mientras reiteraba su papel como reemplazante de la falta de autoridad en aquella región colindante con el océano Pacífico.
Como era previsible, aislado y desprovisto de operadores, apoyos y acuerdos con el gobierno federal, La Tuta cayó y su caída ha dado la ocasión que le urgía al gobierno para reiterar su narrativa acostumbrada de policías versus ladrones, así como difundir su enfoque manipulador de los sucesos y la “intensa cacería” de aquel, que incluye dos versiones contradictorias, a la vez que irrisorias, sobre las circunstancias de la detención.
La primera noticia dijo que lo habían detenido mientras comía un hot dog en un barrio popular de Morelia; la segunda fue más heroica para los policías: dormía en su cama en playera y calzoncillos. Eso sí, en ambos casos, el sujeto no opuso resistencia. Quizás pensó que lo iban a liberar pronto los policías, como a su hija Sayonara, presa y liberada por el gobierno federal en otoño pasado.
Esta vez Servando La Tuta Gómez Martínez olvidó un refrán de rancho: perro viejo, nadie lo quiere.