He vuelto a ver el documental Love, Cecil, de Lisa Immordino Vreeland. Cada fotograma es un delicioso y pintoresco retrato del reconocido y, además, malvado y lenguaraz fotógrafo Cecil Beaton. Por algo Jean Cocteau le denominó cordialmente Malice in Wonderland (Malicia en el país de las maravillas). Nacido en 1904 en una familia de clase media alta en la Inglaterra de principios de siglo, Beaton llegó rápidamente a la cima de los círculos más bohemios y aristocráticos de Londres gracias a la buena mano de su amigo Stephen Tennant. Ese fue ya su lugar el resto de su vida. Algunas biografías relatan que ya en la escuela St. Cyprian llamó la atención de los maestros por sus habilidades artísticas y por su voz en el coro. Avispado, aprovechó los consejos que su niñera le aportó enseñándole a usar su cámara Kodak 3A. Estudió con Orwell y Ciryl Connolly y fue víctima de los abusos escolares de Evelyn Waugh –»mi eterno enemigo», escribe en su diario-. Llevar a cabo este documental supuso para Lisa Immordino todo un ejercicio de inmersión de más de dos años en los archivos de Sotheby’s en Londres, en el St. John’s College de Cambridge además de colecciones privadas. Siempre es un placer recrearse, una vez más, en la personalidad romántica de un hombre que revolucionó el mundo de la fotografía de moda, la ilustración, el retrato y el diseño de vestuario.
Todos estos años detrás de la cámara, entre moda y retrato, auparon a Beaton a la fama. Las cabeceras de revistas más importantes comenzaron a confiar en él. De ahí surgieron los retratos más memorables, pero también la amistad con muchos de ellos: Wallis Simpson, Truman Capote, Greta Garbo, la Reina Isabel II, Audrey Hepburn, Coco Chanel o Elizabeth Taylor – «representa todo lo que no me gusta», dijo Beaton de la actriz-, entre otros, desgranando sobre ellos esos modos tan típicamente teatrales que lo distinguen. «Cada imagen de Beaton era un sueño, una fantasía realzada con lujo y glamour con unos resultados de auténticas bellezas perfectas». Todo un hombre del Renacimiento, como muchos lo definieron. El documental incluye fragmentos de clásicos como Gigi y My Fair Lady donde Beaton aportó su arte diseñando prendas que ya son icónicas. Cuentan que en la noche de estreno de My Fair Lady, en Broadway, el público se quedó sin aliento cuando vieron a las damas en Ascot con ostentosos sombreros adornados con plumas como auténticas aves del paraíso. Ese año, por cierto, también persiguió a Marilyn Monroe por su habitación en el Hotel Ambassador consiguiendo las imágenes más célebres de la actriz capturando su atractivo como símbolo sexual y a la vez su, cada vez más, latente vulnerabilidad. Tal vez por eso con Marilyn no sacó a pasear su lengua viperina. Opinaba todo lo más maravilloso de la actriz así como de su voz, «la sensualidad de la seda o el terciopelo». De todos estos detalles nos vamos enterando porque, he aquí otro aliciente más para no perdérselo, Rupert Everett nos lee extractos de los diarios de Beaton además de recopilaciones de entrevistas sobre acontecimientos y personajes contemporáneos del fotógrafo. Todo te va llevando a querer conocer más y caeréis, afortunadamente, en Cecil Beaton: Portraits and Profiles donde sí apreciamos del todo la agudeza y la perversidad del fotógrafo.
Love, Cecil no es el primer documental de Vreeland sobre un artista adelantado a su época y único. Vreeland ya dirigió y produjo dos películas anteriores, Peggy Guggenheim: Art Addict, sobre la coleccionista y mecenas de arte Peggy Guggenheim, y Diana Vreeland: The Eye todo un viaje a través de la vida de la revolucionaria editora de la revista Vogue, que ¡ojo! resulta ser la abuela del marido de la cineasta, Alexander Vreeland. Para resumir esta introducción, Love, Beaton, «consigue la apasionada experiencia del descubrimiento», según Variety, narrando ingeniosamente la historia de un hombre imperfecto decidido a crear belleza en un mundo imperfecto. Beaton, o «Fair Cecily» como a la editora Diana Vreeland le encantaba llamarlo, nació con la decidida intención de responder con singularidad y excentricidad al mundo que lo rodeaba. Lisa reconoció a los periodistas en la promoción que siempre había despertado en ella interés como personaje y artista, «porque era un ser muy dueño de sí mismo. Siempre me gustan estos personajes que pueden fluir sin problemas de una década a otra y sin perder un ápice de calidad en su trabajo y en su personalidad». También, por supuesto, le atrajo su historia, esa historia detrás del hombre en la que existen muchos defectos e imperfecciones tras esa seguridad que desprendía. La ingente cantidad de archivos la guiaron, casi le dictaban hacia donde tenía que ir dirigiéndose. Destaca al visionar el documental similitudes con los dos anteriores trabajos a la hora de encajar archivos y material bibliográfico, «lo bueno del documental dedicado a Vreeland fue que teníamos todos aquellos increíbles documentos de moda y las imágenes en el Costume Institute. Para Love, Cecil tuvimos mucho más material, desde las fotografías hasta los dibujos y sus cartas. Hubo mucho trabajo de edición, por tanto, en el sentido de reducir metraje asegurándonos de que el documental seguía manteniendo cada hecho histórico y a la vez conservando la fantasía; ese halo de fascinación y seducción, aspectos tan importantes en su vida y en su obra». Lo destacado de estos tres personajes es que decidieron desde muy jóvenes que querían ser otras personas, y lo lograron.
Sus propiedades también tuvieron su importancia vital. Desde Ashcombe Park, una mansión rural georgiana en Wiltshire, donde vivió y organizó las tan archiconocidas lujosas fiestas -que adquirió hace unos años Madonna-, para terminar en Reddish Manor, también en Wiltshire, que rehabilitó ampliamente y transformó las famosas jaulas situadas en el piso superior, -utilizadas anteriormente para peleas de gallos-, para guardar los trajes de My Fair Lady entre otros. Seguimos avanzando y, a lo largo del documental, te continúa llamando la atención ese aspecto que Beaton subrayaba siempre sutilmente: la encarecida intención de capturar con su cámara ese momento fugaz unida a su deseo de construir su propio mundo, conseguir adaptarse a una sociedad tan frívola y cargada de apariencia. Lisa reconoce que era imposible separar esos dos aspectos. «Beaton desde una edad temprana quería hacer historia, no pasar sin pena ni gloria por esta vida y para ello debía ascender para formar parte de algo. Ahí está la genialidad de Beaton, todo lo que hizo fue escenificarlo previamente en su propia mente. No todos sirven para hacer algo así, hay que ser muy inteligente para lograr esta dualidad fantasía-vida y trabajo, y efectivamente ambos se fusionaron».
A pesar de permanecer en el huracán del ojo público y ante los objetivos durante décadas hubo algo más que atrajo la mirada de Lisa tras analizar esta compleja personalidad: «No se escondió de esto: su soledad». La cineasta destaca que no llegó a verla reflejada en su trabajo, pero sí pudo descubrirla en sus escritos; en los diarios publicados, «ahí sentías realmente sus inseguridades». Era un hombre ingenioso, audaz, pero muy autocrítico. Efectivamente, si observamos, Beaton se muestra en soledad en el recorrido final de su vida: «Él realmente nunca pudo tener una vida amorosa plena. He intentado mostrarlo y creo que he logrado transmitirlo». Tres fotografías le acompañaron en su mesilla al morir: la de Greta Garbo, la del millonario Peter Watson y Kin, el amante al que mencionaba en sus memorias.
Ante personalidad de tal envergadura y tan grandilocuente todos nos hacemos la misma pregunta, ¿cómo trabajaría Beaton en esta época? ¿Cómo desarrollaría todo su conocimiento adaptado a esta época? «Tal vez no sería descabellado pensar que, obviamente, seguiría fotografiando pero, aunque suene un poco trivial, haciendo también selfies». Y no se equivoca, sólo hay que echar un vistazo a sus magníficos autorretratos posando como un genuino dandi. Como perfecto visionario que fue estaría rompiendo esquemas nuevamente en la fotografía adelantándose a las nuevas tecnologías. La prueba está en que, casi 40 años después de su muerte, ninguno de los grandes nombres de la actualidad como Mario Testino y David Bailey se han acercado no ya a superar su producción o su impacto, sino a igualarlo. Sus retratos perduran y son un legado único e histórico.