Las cartas sobre la mesa: una introducción
No es un oficio común el de reportero: resulta muy difícil separar la vida y la obra de un corresponsal de guerra. Y, para más “inri”, ambas facetas están marcadas por la política. Este es justamente el caso de Ryszard Kapuściński (Pińsk, 4 de marzo de 1932-Varsovia, 23 de enero de 2007), que escribió la mitad de sus libros durante la Guerra Fría. En ellos además, el reportero suele desdoblarse en narrador y protagonista. Periodista, viajero, poeta, fotógrafo, pensador… Kapuściński fue un hombre polifacético que quiso elevar el reportaje a la categoría de literatura, experimentando con la mezcla de géneros.
Es decir, que Kapuściński primero fue corresponsal, a partir de su libro El Emperador (1978), autor con vocación de estilo y finalmente, ensayista. Parece lógico que tantas metamorfosis provoquen incomprensión. Especialmente cuando “Ricardo”, en el otoño de su vida, tenía una proyección internacional imposible de controlar.
¿Y por qué el último Kapuściński, el improvisado analista y paradigma del “buen” reportero, habría de eclipsar toda su obra? Poco tiene que ver la máquina de conceder entrevistas con el anónimo corresponsal que cubrió en solitario toda África.
Más de una década después de su muerte, podemos distinguir mejor el grano de la paja, lo coyuntural de su auténtico legado. De ahí que su biografía habite rebosante en su obra. Como la trayectoria del reportero contiene también su evolución personal, en este libro hacemos una crónica de sus crónicas. Por otra parte, las situaciones límite –y el periodista polaco vivió unas cuantas– son especialmente reveladoras.
No en vano el gran poeta romántico polaco Cyprian Kamil Norwid (1821-1883) se preguntaba si “al arder (…) solo quedarán cenizas y confusión. (…)/ O se hallará en las profundidades/ un diamante que brille entre la ceniza”.
Escrito en el destructivo contexto de las insurrecciones polacas del siglo XIX, con el país sojuzgado por Austria, Rusia y Prusia, de este bello poema bebieron tanto el escritor Jerzy Andrzejewski (1909-1983) como el cineasta Andrzej Wajda (1926-2016), en lo que fue la obra cumbre de cada uno: la novela Cenizas y diamantes (1948) y la película homónima, de 1958, considerado como el filme más emblemático de la historia del cine polaco. En su caso, el drama se trasladaba al oscuro y mísero fin de la Segunda Guerra Mundial en estas latitudes.
Como consecuencia de una tragedia, Norwid consideraba que, aparte de la destrucción y los escombros, aflora también lo más valioso. No en vano los diamantes se forman precisamente a partir del carbón, gracias al calor y la presión. De hecho, la fluorescencia de esta gema es como una llama persistente, pero polvo del diamante es abrasivo y sumamente inflamable. Cualidades que a su vez definen el singular periplo vital de Kapuściński, quien conoció personalmente a Andrzejewski y Wajda, con los que guarda ciertas concomitancias como personalidades que destacaron durante el comunismo. Se dice asimismo que este último se interesó tanto por el escritor y reportero, que lo retrató en el personaje protagonista de su película Sin anestesia (1978).
Y es que el salto a la fama de “Kapu” es un fenómeno aparte. Viniendo de la Polonia Popular, un pequeño y hermético país comunista, participó activamente en todos los debates más candentes del momento: la Segunda Guerra Mundial, la descolonización de África, las guerrillas latinoamericanas, el conflicto árabe-israelí, la revolución de Irán, el ocaso de la URSS, el genocidio en Ruanda o la guerra de Irak.
En cuanto al estilo, Kapuściński es la gran figura de la Escuela Polaca del Reportaje. Hablamos de toda una generación de periodistas de la posguerra que, a través de la metáfora, burlaba la censura para criticar al sistema. No obstante, cuando Kapuściński se hizo famoso, la distancia entre la mentalidad de los lectores “occidentales” y sus textos anteriores, escritos bajo el Telón de Acero, era abismal.
Pero es que su vida es un suelo igualmente polémico; la divulgación, poco después de su muerte, del material recopilado sobre él por los servicios secretos fue uno de los casos más comentados de la Lustracja. Para cuando ya se habían acallado las acusaciones de espía, la biografía no autorizada que le dedicó en 2010 Artur Domosławski reanudó el debate.
De hecho, el vuelco que ha dado la recepción de Kapuściński hace de él un caso extraordinario: de candidato al Premio Nobel y ejemplo de periodistas que ejerce su magisterio en la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano (dirigida entonces por Gabriel García Márquez), a cuestionado por su ideología, porque triunfó durante el comunismo y por las imprecisiones de sus reportajes.
Semejante cambio en la percepción del llamado “reportero del siglo” invita a analizar en profundidad su trayectoria. Una investigación que probablemente diga tanto del periodista como de la sociedad que le lee y juzga.
Este texto corresponde al ensayo que acaba de publicar Amargord Ediciones.
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