Hace tanto que leí la entrevista que no la he conseguido recuperar. Era a un escritor, en ‘El País‘. Ante la pregunta de si seguía la actualidad, respondía que sí, que se informaba. Pero sin prisas. No le interesaba enterarse de las cosas al minuto de producirse. Prefería llegar cinco días tarde y leerlo en ‘The Economist‘.
Ayer, caminando, pasé junto a un local cuyo rótulo lo anunciaba como un ‘Centro de rehabilitación laboral’. En qué consiste la terapia para alguien como yo, que vive en el ‘urgente’, me pregunté: ¿En pasar cuatro horas tumbado en una camilla mirando al techo sin leer una sola noticia? Y por qué no hacerlo ya, que para eso estoy de vacaciones.
Mi desintoxicación consiste estos días en no mirar los digitales. Me puedo imaginar las últimas horas: la prima de riesgo sube, la prima de riesgo baja. En realidad me lo dice Twitter, que me despierta con sobresaltos: el bono español se acerca al 8%… ¿Y qué?
Estos días no quiero saber nada del ajetreo de la redacción y me refugio en los periódicos, que, pese a todo, todavía cumplen su labor de contar lo que ocurrió el día anterior. Pero claro, lo mío de estos días es una rareza. Normalmente me cuentan lo que ya sé.
Lo que no había visto nunca es el ‘columnista-que-elige-a-su-lector’, un nuevo concepto a añadir a los manuales. Sería necesario poner el ejemplo de Xavier Vidal-Folch. Así arrancaba su tribuna titulada ‘El desplome no es culpa de los fantasmas‘: «El desplome de la Generalitat no es culpa de los fantasmas. Los fanáticos de aquí y de allá no hace falta que sigan leyendo». Alguna vez no he podido entrar a una discoteca por aquello del derecho de admisión, no sabía que ciertas columnas también lo tienen.
Bien pensado, hay columnistas que discriminan al lector sin decirlo. Son aquellos que quieren demostrar lo mucho que han leído. No hay nada mejor que hacer alguna referencia literaria para provocar el asombro del respetable y te eleven a los altares. Manuel Jabois cierra así sus ‘apuntes en sucio’ dedicados a Julian Assange y Baltasar Garzón: «De esta combinación explosiva Assange&Garzón, tan exigida y con más matices que los Karamazov, saldrá por lo menos una conversación Sabadell y un libro a cuatro manos en el que hacia la mitad comiencen a llevarse mal de tal manera que la cosa acabe en thriller diabólico tipo ‘El cabo del miedo’, con los dos haciendo de Robert de Niro».
¿Tuitearlo te convierte en ‘jotdownita’?
‘Antijotdown’ (la idea no es mía) es la serie de reportajes que ha publicado Pedro Simón en ‘El Mundo‘: ‘La gran depresión’. El reportero publica ocho historias de afectados por la crisis. Le pone cara a las tragedias que se esconden detrás de los señores con corbata que no saben pedir perdón. Mineros, desahucios, comedores sociales, parados… Utiliza frases muy cortas, con una fantástica mezcla de la ironía y la paradoja, sin apenas entrecomillados y un uso del diálogo excelente. De lo mejor que he leído en prensa en mucho tiempo.
En la pista de estos textos me puso algún tuit de Ana Pastor, pero no he visto a demasiada gente compartiéndolo. Twitter es de modernos, y el nuevo dios moderno es Enric González. Las diez cosas que no se cree fueron tan compartidas que su nombre se coló entre lo más mencionado en la red. «Aquel ídolo que creías tuyo, de las páginas traseras de aquellos papeles, un día se convierte en TT y no sabes qué pensar», escribía Luispe Areche, que se siente «como el que vio a Dylan en el Village en los sesenta el que se aficionó a Villa en el Sporting de Gijón». «Nos han robado«. «Pero Dylan siguió siendo grande y Villa igual. A mí Enric no me está gustando nada en sus últimas columnas», le respondía Javier Tahiri. Me cuesta hacerlo, pero le doy la razón: este Enric machacón y facilón –El Roto de las letras– no es el de aquellas ‘Historias del Calcio‘.