La vida en Bielorrusia con un gobierno prorruso y una población disidente
“Antes que una nación pueda ser reconstruida, primero sus ciudadanos tienen que entender cómo se destruyó: cómo se debilitaron sus instituciones, cómo se pervirtió su lenguaje, cómo se manipuló a su gente”
Anne Applebaum, El telón de acero
“Es como si estuviéramos congelados, a la expectativa. Estamos sin emoción, sin fuerzas, sabiendo que cualquier cosa puede suceder”, dice una periodista de Minsk, que pide no citar su nombre en esta publicación. Hoy en día, incluso un mínimo comentario a los medios puede ser motivo de detención en Bielorrusia.
Desde la violenta represión a las protestas masivas de 2020, Bielorrusia ha salido del foco mediático mundial. No obstante, la situación del país se ha vuelto aún más alarmante: el gobierno de Aliaksandr Lukashenko ha adoptado una postura prorrusa en la guerra en Ucrania, la oposición está en el exilio y se respira un aire de represión permanente. Así las cosas, he conversado con bielorrusos que siguen en el país, pero también con los que están en el extranjero, sobre cómo se vive actualmente en esta nación de Europa Oriental. Casi todos, al igual que la periodista de Minsk, han pedido usar nombres falsos en este reportaje.
El único aliado de Moscú en Europa
A menudo se describe Bielorrusia como “la última dictadura de Europa” y se la asocia con el inamovible Lukashenko, que no ha abandonado el poder desde hace 28 años. En este país se sigue aplicando la pena de muerte, y el Premio Nobel de la Paz de octubre de 2022 fue para el preso político y defensor de los derechos humanos Alés Bialiatski, quien está a la espera de juicio en un centro de detención en Minsk. A fecha de 27 de octubre, hay 1.337 personas reconocidas como presos políticos en Bielorrusia, entre ellos 30 periodistas.
Hay dos lenguas oficiales: el bielorruso y el ruso, pero el mero hecho de utilizar el bielorruso es suficiente para atraer la atención de la policía, porque se asocia a la oposición. Las autoridades no apoyan precisamente el desarrollo de la lengua y la cultura bielorrusas, y la mayoría de la población utiliza el ruso en su vida cotidiana.
Como resultado, hablar bielorruso es una elección consciente, que en cierto modo significa “ir contra el sistema”. El idioma se utiliza a menudo en los círculos culturales, literarios y periodísticos.
Tras las elecciones presidenciales de 2020 y los sucesos posteriores, el nivel de simpatía hacia el bielorruso aumentó, así que las autoridades iniciaron una limpieza a gran escala incluso de proyectos culturales y de entretenimiento en los que ven connotaciones “nacionalistas” y “opositoras”.
En el actual índice de libertades democráticas de Freedom House, Bielorrusia ha quedado por debajo de Venezuela, China y Afganistán, con una puntuación de solo 8 sobre 100.
Bielorrusia tiene frontera tanto con Rusia, como con Ucrania y la Unión Europea (UE), en concreto con Polonia, Lituania y Letonia. Desde hace más de 20 años, las relaciones con los vecinos europeos se encuentran en lo que se conoce como “zona negativa”, tanto que sus fronteras están literalmente valladas.
La UE no ha reconocido como legítima ninguna elección presidencial en Bielorrusia desde 1996. Además, tras las protestas de 2020 ocurrieron dos hechos que tensionaron más aún las relaciones: el aterrizaje forzoso de un avión de Ryanair en Minsk y la mala gestión de la crisis migratoria en la frontera bielorrusa-polaca. El primer hecho ocurrió el 23 de mayo de 2021, cuando un avión de la aerolínea Ryanair, que cubría la ruta Atenas-Vilnius, fue obligado a aterrizar en Minsk. En este vuelo viajaba Roman Protasevich, periodista y cofundador del popular canal de la oposición en Telegram NEXTA. Protasevich fue sacado del avión, junto a su novia, y enviado a la cárcel.
La respuesta de la UE fue el cierre del espacio aéreo bielorruso y en junio de 2021 se puso en marcha una serie de medidas económicas que incluyen las restricciones al comercio de productos petrolíferos, al cloruro potásico y productos del tabaco, aparte de al acceso a los mercados de capitales y a los créditos blandos del Banco Europeo de Inversiones.
Poco después se comenzó a notar un aumento de migrantes que intentaban ingresar a Polonia y a Lituania a través de la frontera con Bielorrusia. Las autoridades de ese país no ocultaron que después de las sanciones impuestas debilitaron el control en las fronteras. Lukashenko dijo: “Estábamos deteniendo [el flujo de] inmigrantes y drogas. Ahora los cazaréis vosotros y os los comeréis. No retendremos a nadie. Al fin y al cabo, nosotros no somos su destino final: van hacia la ilustrada, cálida y acogedora Europa”. Según los guardias fronterizos polacos, ha habido más de 40.000 intentos de cruzar la frontera y al menos 19 personas han muerto en el intento.
Además, Bielorrusia puso en marcha una central nuclear, construida por la empresa estatal rusa Rosatom, a escasos 20 kilómetros de la frontera con Lituania. La central que opera desde 2020 ya ha sido objeto de varios incidentes durante la construcción, entre ellos el derribo de la vasija del reactor por culpa de una grúa, lo que preocupa mucho a los lituanos que recuerdan la tragedia de Chernóbil.
Tras la anexión de Crimea y el inicio del conflicto ruso-ucraniano en 2014, Lukashenko trató de construirse una imagen de “pacificador”, reivindicando la neutralidad y organizando las conversaciones en la capital Minsk para resolver la crisis. Sin embargo, sus esfuerzos retroceden ahora. En 2022, Lukashenko depende totalmente del Kremlin, está en deuda con él. Tan solo gracias al apoyo financiero (según el Banco Mundial, en 2020 Bielorrusia era el mayor prestatario de los préstamos bilaterales rusos. Su deuda ascendía entonces a 8.300 millones de dólares) y militar de Rusia, que le permitió aplastar las protestas masivas en 2020 tras unas elecciones presidenciales amañadas, ha podido mantener su poder en el país.
Esta ayuda de su vecino oriental, naturalmente, tiene su precio. Lukashenko ha firmado acuerdos de integración con Rusia con el fin de profundizar la integración económica entre ambos países, ha calificado a Crimea de Rusia y ha reconocido su participación en la guerra de Ucrania, subrayando que los bielorrusos no participan en los combates: “Nosotros no matamos a nadie, no enviamos a nuestros militares a ninguna parte”.
Según Lukashenko, su participación se limita a “no permitir que el conflicto se extienda al territorio de Bielorrusia”. Pero la probabilidad de que el país se implique de lleno en la guerra de Ucrania ya se plantea con gran preocupación entre la sociedad civil. Algunos bielorrusos decidieron de antemano abandonar el país por miedo a verse arrastrados a la guerra.
Preparados para todo
—¿Por qué no creamos un “chat secreto” para nuestra conversación? Ya sabes… –así reacciona mi interlocutora, la activista y periodista Maria Demeshko (pseudónimo), ante la propuesta de hablar sobre Bielorrusia.
Desde 2020, decenas de miles de personas han abandonado el país, entre ellos muchos opositores, defensores de los derechos humanos y consejos de redacción enteros de los medios de comunicación independientes.
Quienes permanecen en el país y no han sido objeto de represión intentan seguir las “reglas del juego” forzosas, amén de no atraer la atención de las fuerzas de seguridad. La mera suscripción a un medio de comunicación o a redes sociales consideradas como “extremistas”, hacer una publicación en Instagram con los símbolos nacionales bielorrusos de antaño (la bandera blanca-roja-blanca), o un comentario en un medio extranjero o independiente pueden ser motivo de detención y causa penal.
Es cierto que a veces ni siquiera salir de Bielorrusia es suficiente para mantenerse a salvo de la represión. Las autoridades suelen tomar represalias contra los opositores y activistas que se han marchado: registran las casas de los padres, destrozan los pisos o incluso detienen a sus seres queridos.
Por ejemplo, en mayo pasado, la policía asaltó el piso del bloguero Andrey Pauk, volcaron todos los muebles, destrozaron los electrodomésticos y grabaron en vídeo el estado en que quedó el piso “después” de su allanamiento. Anatoly Latushko, hermanastro de Pavel Latushko, uno de los líderes de la oposición que también salió del país, fue condenado a seis años de prisión en septiembre de este año. También se sabe que han sido detenidos familiares y amigos de combatientes del regimiento bielorruso Kalinouski, soldados voluntarios bielorrusos que se unieron al Ejército ucraniano para luchar por la libertad de sus vecinos.
— ¿Cómo es la realidad bielorrusa actual? ¿Qué ha cambiado en Minsk desde el inicio de la guerra en Ucrania?
— Nuestra propia guerra viene de antes. Tenemos la sensación de que la crisis política ha afectado a todas las familias. No me refiero solo a la represión, sino también al impacto de las sanciones en la economía, los salarios y la búsqueda de empleo. Han cerrado muchas empresas, se nota la cantidad de gente que se ha marchado. Los precios suben, una tendencia que ya empezó en 2020: simplemente tenemos que apañarnos con lo que hay. Parece que los habitantes de Minsk se han vuelto más retraídos, se reúnen solo con sus seres queridos, sus personas de confianza. Todavía nos damos la vuelta, las fuerzas de seguridad pueden venir a por ti, lo sabemos. Leemos los medios de comunicación independientes sin suscripción previa… es como si nos hubiésemos acostumbrado a vivir en la ansiedad permanente –cuenta la periodista que sigue en el país y describe el ambiente casi sin tomar aliento ni hacer pausas durante la conversación.
— Pero la vida continúa. La gente se adapta a todo. Primero la pandemia de coronavirus, luego la represión, después la crisis, finalmente la guerra… ¿Y ahora qué, la movilización general? ¿La guerra nuclear? En el fondo de mi mente es como si estuviera preparado para cualquier escenario. Estamos acostumbrados a vivir en un estado de ansiedad, e incluso las noticias no despiertan tantas emociones como antes. Nos solidarizamos, discutimos en nuestro círculo las detenciones, los ataques con misiles a Ucrania, pero nos fallan las fuerzas. Aquí muy poca gente sonríe. Vivimos en el día de la marmota, congelados a la espera de que ocurra algo.
Maria tiene 27 años. Lukashenko lleva 28 años gobernando el país. Durante toda su vida no ha conocido nada parecido a una democracia bielorrusa. En cualquier caso, considera que el periodo actual es el más duro de la historia de la Bielorrusia independiente tras el colapso de la URSS.
—Está claro que antes no había libertad, pero antes de 2020, cuando Lukashenko intentó establecer relaciones con los países occidentales, las organizaciones de derechos humanos funcionaban de alguna manera en el país, los editores de medios de comunicación extranjeros e independientes trabajaban, surgían iniciativas culturales y se podía viajar a Europa sin ninguna dificultad. Ahora no queda nada. Los periodistas tienen que reciclarse en otras profesiones, el periodismo de aquí ahora es pura propaganda bielorrusa o rusa que, especialmente en tiempos de guerra, no conoce fronteras.
Según un análisis de lo que publican los medios de comunicación estatales, realizado por el proyecto bielorruso MediaIQ, antes del 24 de febrero la propaganda bielorrusa negaba y ridiculizaba la posibilidad de un ataque ruso, mientras que tras la invasión de Ucrania pasó a justificarla.
Más tarde, el foco de atención pasó a ser el papel humanitario de Bielorrusia, y luego a un mensaje más audaz: el público estaba preparado psicológicamente para la posible participación de los militares bielorrusos en la guerra. Tras el anuncio de la movilización en Rusia en septiembre de 2022, los medios de comunicación estatales, por el contrario, comenzaron a tranquilizar a los bielorrusos de que no iban a ser arrastrados a la guerra.
En lo que respecta a la cobertura de las noticias internacionales, la televisión estatal bielorrusa informa diariamente al espectador sobre los grandes problemas del mundo occidental y prevé un “invierno de hambre y frío” debido a los altos precios del gas.
Según la propaganda, hay que culpar a las sanciones contra Rusia y Bielorrusia de casi todos los males del planeta. Por ejemplo, durante un telediario del canal estatal CTV (Capital Television), uno de los principales altavoces de la propaganda progubernamental, se afirmó que “se les recomienda a los alemanes que suban y bajen las escaleras para calentarse” y que “reduzcan los procedimientos con agua, limitándose a enjuagarse y lavarse las manos”, todo ello debido a la crisis del gas.
Los derechos humanos
Desde el comienzo de la represión masiva, las autoridades bielorrusas han liquidado más de 500 organizaciones no gubernamentales, entre ellas de derechos humanos, medioambientales, educativas, culturales, asociaciones de ayuda a las víctimas de la violencia doméstica y así sucesivamente.
—Después de 2020, solo recibimos una queja por agresión homófoba, y esa persona finalmente no presentó ninguna denuncia policial. Esto no significa que las agresiones hayan cesado de repente, sino que las víctimas ya no ven la oportunidad de defender sus derechos en un país donde las leyes no funcionan, los tribunales persiguen a los opositores al régimen y la policía trata a los detenidos de forma inhumana –afirma Yuliya Kosiak (nombre ficticio), activista de la Iniciativa LGTB Identidad y Derechos que permanece en Bielorrusia y trabaja con las violaciones de los derechos de la comunidad LGTB.
Yuliya señala que la situación de los derechos humanos en Bielorrusia se ha deteriorado notablemente desde el estallido de la guerra en Ucrania.
—La propaganda estatal utiliza cada vez más imágenes conservadoras de hombres y mujeres y una retórica militarista, en la que no es vergonzoso que el hombre sea violento y la mujer desempeñe las funciones de servicio doméstico y reproducción.
Según esta defensora de los derechos humanos, la orientación sexual y la identidad de género bajo el actual régimen político no sólo no están protegidas como puntos vulnerables, sino que, por el contrario, se utilizan para ejercer más presión y persecución.
—Sobre todo, por supuesto, nos afecta la propia guerra. Muchos bielorrusos tienen amigos y familiares en Ucrania, y el hecho de que el gobierno se ponga del lado del agresor les causa dolor y culpa. Lo estoy despachando con pocas palabras. No expresan cómo se siente realmente viviendo en un país que apoya la agresión a Ucrania. Sueño constantemente con la prisión y la guerra. Son temas tan determinantes en la vida que ni siquiera por la noche uno no puede descansar de ellos.
La vida después de la cárcel en Bielorrusia
El 3 de septiembre, Darya Chultsova, periodista de 25 años del canal de televisión Belsat, quedó en libertad tras casi dos años en la cárcel. Daria y su colega Ekaterina Andreeva fueron condenadas a dicha pena por cubrir una concentración en memoria del activista bielorruso Roman Bondarenko, quien el 12 de noviembre de 2020 fue golpeado hasta la muerte por desconocidos enmascarados en el patio de su casa.
Darya está ahora a salvo, tras abandonar Bielorrusia después de ser liberada de la cárcel. Su colega Ekaterina Andreeva sigue en cautividad: en julio de 2022 fue condenada a otros ocho años de prisión por “alta traición”. Este fue un duro golpe para Darya.
—Yo me fui con mi madre; ella me dice que he levantado un muro entre nosotras y que no quiero abrirme. Todavía estoy procesando lo que me pasó. Es difícil para mí y para mi familia. No sé cómo afrontarlo, por ahora solo intento fingir que todo va bien. Si no hubiera personas encarceladas, si no se siguiera metiendo a más gente en la cárcel, si no hubiera muertos en Ucrania… la recuperación sería más fácil.
—¿Cómo es una cárcel bielorrusa?
—Son habitaciones pequeñas y llenas de humo, condiciones antihigiénicas, cucarachas y ratones. Te maltratan como si no fueras un ser humano… Incluso cuando no te condenan, te tratan como si te cayeran 25 años por el peor crimen del mundo. Es la inhumanidad, el acoso, los intentos de aplastarte moralmente. Había una división entre los prisioneros “políticos” y los presos comunes. Yo no recibía las cartas de mis amigos y solo tuve dos visitas durante todo mi ingreso; a muchos presos políticos se les prohíbe comunicarse entre sí. Mi colega Katya Andreeva y yo no podíamos vernos porque nos pusieron deliberadamente en turnos diferentes y nos asignaron a unidades distintas.
—¿Qué es lo que la mantenía en pie allí dentro?
—Me ayudaron los presos políticos que tuve la suerte de conocer. Allí encontré gente realmente afín. Me da miedo imaginar en qué estado mental me encontraría si no fuera por ellos. En especial cuando me enteré de la nueva condena a mi colega Katya Andreeva. La administración de la prisión me lo contó de forma sardónica, diciendo: “¿Sabías que a tu novia la condenaron a otros ocho años?”. Delante de ellos me contuve, pero después tuve un torrente de emociones y lágrimas, fue bueno que tuviera a los míos cerca.
—¿Cómo se enteró del inicio de la guerra?
—Teníamos un “círculo político” antes de cada turno de trabajo, donde discutíamos las noticias. Durante la reunión, una abogada habló de la guerra y nos dijo que aquella mañana Ucrania había sido invadida. Todo el mundo estaba en estado de shock. No sabíamos qué hacer, cuáles eran las consecuencias, nos faltaba un mínimo de información. Solo se puede entender algo de las noticias estatales si se interpreta la propaganda al revés. Así nos enteramos de los acontecimientos, tanto en Bielorrusia como en el mundo.
El gobierno en el exilio
Mientras Lukashenko apoya plenamente al Kremlin de palabra y obra, el gobierno bielorruso en el exilio, dirigido por la líder nacional Svetlana Tijanóvskaya, le ha propuesto al presidente ucraniano Volodímir Zelenski construir una alianza y establecer una cooperación directa con la oposición bielorrusa.
—Los bielorrusos no son como Lukashenko. Lukashenko es un estigma para mi país. Tanto él como Putin son criminales de guerra y deben asumir toda la responsabilidad por sus víctimas, que se cuentan a miles. Y Bielorrusia debe retirarse de las alianzas militares, políticas y económicas con Rusia, que son perjudiciales para los intereses nacionales de nuestro país –declaró Sviatlana Tijanóvskaya en una alocución del pasado 10 de octubre.
Sviatlana Tijanóvskaya fue la principal rival de Lukashenko en las elecciones presidenciales de 2020. Según los cálculos de los observadores independientes, fue ella quien obtuvo la mayoría de los votos de los bielorrusos. Tijanóvskaya presentó su candidatura en lugar de su marido, el bloguero bielorruso Siarguéi Tijanovski, que fue detenido durante la campaña electoral y posteriormente condenado a 18 años de prisión.
Bajo la presión de las autoridades, Tijanóvskaya abandonó el país en 2020 y estableció su oficina en Vilnius, la capital de Lituania, con su equipo. En los últimos dos años, la líder de la oposición se reunió con los dirigentes de la Unión Europea y el presidente de Estados Unidos e intervino, en representación del pueblo bielorruso, en el Parlamento Europeo, el Congreso de Estados Unidos y la Asamblea General de las Naciones Unidas. En agosto de 2022, la Oficina de Sviatlana Tijanóvskaya inició la creación del Gabinete Unido de Transición, un órgano colectivo de fuerzas democráticas que debería “proteger la soberanía y la independencia de Bielorrusia y garantizar el tránsito de la dictadura a la democracia”.
¿Qué opinan los bielorrusos que siguen en el país sobre la guerra?
Una reciente encuesta realizada por Chatham House mostró que los bielorrusos, en su mayoría, no apoyan las acciones del ejército ruso y esperan consecuencias negativas de la guerra para Bielorrusia y para ellos mismos.
A la pregunta ¿Apoya usted la acción militar de Rusia en Ucrania?, en agosto de 2022, el 45% de los encuestados respondió negativamente. El 23% de los bielorrusos está a favor de apoyar a Rusia y al mismo tiempo no participar en el conflicto, mientras que sólo el 3% apoya la idea de participar en la guerra junto al ejército de Putin.
El director de Chatham House, el sociólogo Grigory Astapenia, subraya que la sociedad anhela que el país sea neutral. A pesar de la situación, los bielorrusos expresan una actitud positiva hacia Ucrania (65%) y Rusia (71%): “Puede explicarse por el hecho de que estamos conectados no solo por la guerra, sino también por el bagaje cultural común y los lazos de sangre. Tengamos en cuenta que los bielorrusos son pragmáticos en este sentido: tienen una actitud positiva hacia ambas partes del conflicto”.
Para entender esos números vuelvo a un emprendedor de Pólatsk, una pequeña ciudad del norte de Bielorrusia, que entrevisté hace algún tiempo. Lo primero que dice es este hombre de 50 años es que “no se mete en política” y, como ha oído hablar de la represió, pide que no se mencione su nombre. Lo llamaré Igor (nombre ficticio), el dueño de una pequeña papelería.
—¿Qué pensamos de la guerra? Depende. Las familias se pelean porque los ancianos se pasan el día viendo la tele. Al mismo tiempo, muchos siguen yendo a Moscú y San Petersburgo para ganar dinero, con lo que no pueden tener una actitud negativa –dice Igor por teléfono–. Ahora no nos gusta hablar de política. A veces hablamos de los niños que se han ido al extranjero. Ese es un gran problema: los jóvenes se han ido. Se van familias enteras con sus hijos, porque no hay estabilidad. Sobre todo a Polonia, Lituania y Georgia. Algunos por las detenciones, otros por la falta de perspectivas.
—¿Hay algún deseo de integración con Rusia, o nostalgia por la URSS?
—Había muchos problemas entonces, al igual que los hay ahora. Aunque quizás algunas personas mayores tengan nostalgia de la URSS. En cuanto a la adhesión a Rusia, no creo que nadie la apoye. Hemos cambiado como personas, casi nadie quiere vivir detrás del telón de acero.
—Viviendo en un pueblo pequeño, ¿se notan las consecuencias de las sanciones? ¿Afecta a los salarios, a las pensiones?
—El electorado de Lukashenko está compuesto por pensionistas, por eso sube periódicamente las pensiones. Pero, al mismo tiempo, los precios están aumentando de manera drástica. Ello supone que los salarios y las pensiones no están a la altura de los precios, especialmente en el caso de los productos importados. Como empresario, puedo ver definitivamente la reducción del poder adquisitivo. En la capital los salarios son más altos, en nuestra ciudad 400 dólares no está nada mal –dice Igor.
Según las últimas estadísticas oficiales, el salario medio en 2022 en Bielorrusia es de 650 dólares, pero una vez deducidos los impuestos, quedan unos 550 dólares. En cuanto al salario mínimo en el país, es de sólo 190 dólares. El nivel salarial en Bielorrusia es entre 2 y 2,5 veces inferior al de los países vecinos de la Unión Europea. Al mismo tiempo, los precios bielorrusos suelen ser comparables y no muchos de los artículos son más bajos que los de Polonia o Lituania.
Contra la guerra
Entre los bielorrusos que han salido del país y son libres de expresar su opinión, la actitud ante la guerra es muy solidaria con Ucrania. Los bielorrusos asisten a concentraciones contra la agresión rusa, se presentan como voluntarios e incluso participan en operaciones de combate por la libertad de Ucrania: el regimiento bielorruso que lleva el nombre de Kastus Kalinouski, así como el regimiento Pogonya, luchan en las filas de las fuerzas armadas ucranianas o AFU.
Evgenia Dolgaya, creadora del proyecto #BelarusAgainstWar, abandonó Bielorrusia por la represión en 2020 y encontró su nuevo hogar en Ucrania. Vivió en Kiev hasta el 24 de febrero de 2022. Tras la invasión rusa, ella y su hija tuvieron que ser evacuadas de nuevo. Pero la noticia de que los tanques habían entrado en Ucrania desde el territorio de su Bielorrusia natal provocó una cierta reacción por parte de los ucranianos de su entorno.
—Estas personas se tomaron la noticia con dolor y dijeron: “¡Cómo no, Bielorrusia!”. Yo intenté explicárselo. Me dijeron: “Sabemos que los bielorrusos han sufrido mucho, lo que está haciendo Lukashenko. Pero luego, en el andén de Leópolis cuando esperábamos el tren de evacuación, había una pareja de ancianos a mi lado, gritándome: “¡Vuelve a la apestosa Bielorrusia, de donde viniste!”. Fue entonces cuando lo entendí: había que hacer algo. De lo contrario, este tsunami de guerra nos arrastraría a nosotros y a todo lo que nos había sucedido. En cuanto me encontré a salvo, empecé a escribir sobre los bielorrusos, y se convirtió en el proyecto #BelarusAgainstWar –explica Evgenia.
—¿De qué trata este proyecto?
—Escribo sobre todos los que se oponen a la guerra y luchan contra la agresión rusa. Es importante mostrar el trabajo de todos, las represalias que conlleva la postura antibélica, así como el apoyo a Ucrania y el trabajo de los voluntarios. Ya tengo recopilados unos 75 héroes y sus historias. La reacción es principalmente de sorpresa. Los ucranianos se preguntan por qué los bielorrusos tienen tanto aguante cuando se enteran de la magnitud de la ayuda que recibimos. Los bielorrusos lo leen y tratan de apoyarnos, es muy importante para que seamos visibles.
Una de las últimas historias del proyecto #BelarusAgainstWar cuenta el caso de Meriem Gerasimenko, una artista bielorrusa que cantó una canción del grupo ucraniano Okean Elzy en el centro de Minsk, entre los aplausos de los transeúntes, y acabó en la cárcel. Sin ir más lejos, la autora del proyecto comparte la historia de cómo sufrió represión el pediatra y reanimador Maxim Ocheretny, que ahora salva vidas en un hospital de la ciudad ucraniana de Odesa. Voluntarios, combatientes voluntarios, paramédicos, psicólogos, periodistas… Evgenia cree que su trabajo debe ser visible.
La vida en Ucrania
Anisia Kazliuk, de Bielorrusia, se quedó en Ucrania tras el inicio de la guerra, trabajando como voluntaria. Pero en junio de 2022 expiró su permiso de residencia en Ucrania, fue detenida y casi expulsada del país. Debido a la posición prorrusa de las autoridades bielorrusas los funcionarios ucranianos y los guardias fronterizos no son demasiado amables con los bielorrusos que intentan entrar en Ucrania, o renovar los documentos para permanecer allí.
Pero Anisia, al final, consiguió quedarse.
Me lleva un tiempo poder contactar con ella. Tras los bombardeos rusos del 10 de octubre, la ciudad de Leópolis, donde se encuentra, se quedó sin electricidad y parcialmente sin cobertura.
—Todavía no hay electricidad, pero estamos recuperando la cobertura –dice Anisia.
—Bien. Díganos por qué se queda en Ucrania. ¿Y qué actitud tienen los ucranianos?
—Tengo mucho trabajo en Ucrania, quiero realizarme como documentalista de crímenes de guerra. Este es el país al que emigré después de la represión. Ucrania me resulta muy próxima, quiero ayudarla, darle las gracias por darme cobijo. La única dificultad era legalizar mi estancia aquí. Sin embargo, los ucranianos que conocían la situación se mostraron solidarios y dijeron estar avergonzados de las acciones del servicio de migración. Por lo demás, todo va bien. Los ucranianos que conocen a los bielorrusos son conscientes de lo que ocurre. Saben que el país está ocupado, que los bielorrusos están luchando y hay “partisanos” dentro [los bielorrusos sabotearon las líneas de ferrocarril para evitar que Rusia trasladara su equipamiento militar a Ucrania, estas acciones son calificadas como “ataques terroristas”], que la lucha continúa.
Anisia dice que personalmente no encontró ninguna negatividad. Vivió primero en Kiev y ahora en Leópolis, donde está presente la diáspora bielorrusa bastante amplia.
—Nos apoyamos unos a otros, y eso te da fuerza. Es un momento inspirador, porque en buena compañía quieres seguir haciendo algo más.
Los bielorrusos, tanto en el país como en el extranjero, están congelados, a la expectativa. Esperando a los familiares desde las cárceles, a los reencuentros con los amigos que se fueron al extranjero, a su regreso a casa, a una vida digna, estable y segura… “Estamos esperando a los cambios”, una de las canciones símbolo de las protestas masivas de 2020.
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Traducción del ruso al español: Amelia Serraller Calvo
Versión original en ruso