Con cierta frecuencia me cruzo con personas que me dicen: » De niño yo vivía en el Bronx «, «Yo estudié en Hunter antes de que le cambiaran el nombre a Lehman «; o » mi hijo fue aceptado en el Bronx School of Science «.
Leí que en francés la expresión «C’est le Bronx» equivalía a decir que algo era un caos. Mi propia imagen de este condado de Nueva York estaba marcada por ideas preconcebidas donde siempre había una cuota de desorden, una pizca de violencia, una buena dosis de pobreza e inestabilidad social.
Además, en mi primer paso por Nueva York, junto a un cartelito que anunciaba»Welcome to The Bronx», lo primero que vi –desde el automóvil de un primo que me daba el paseo neoyorquino de bienvenida– fue un patrullero estacionado al borde de la pista, procediendo al levantamiento de un cadáver.
Cierto: por algunas zonas del condado pareciera peligroso caminar de noche. Hay lugares del Bronx donde el índice de drogadicción, crimen y desempleo es muy alto. Uno de mis mejores amigos, aterrizó desde Lima para ir a vivir en uno de aquellos lugares. Era un edificio donde uno siempre se cruzaba con un grupo de muchachos vendiendo droga. Mi amigo sólo quería pagar 250 dólares de alquiler mensual y ese departamento cumplía con el único de sus requisitos.
En una ciudad donde viven, trabajan y se divierten más de 25 millones de personas, es imposible que todas las calles tengan la apariencia inmaculada de Park Avenue o que todos sus habitantes luzcan respetables y bien alimentados. Sin embargo, si medimos la seguridad de las calles con la vara de la posibilidad de ser atracados por un ladrón, cualquier callejón del Bronx es más seguro que el más residencial de los jirones limeños (y tal vez también sean menos peligrosos que algunos barrios de Madrid).
Además, ni Manhattan ni Brooklyn pueden ofrecer lo que le brinda el Bronx al visitante. Para empezar: el estadio de los Yankees, al lado de la gran avenida Grand Concourse. Para los neoyorquinos que nunca optaron por la locura de declararse fanáticos de los Mets (el equipo de Queens, que no gana el torneo nacional de béisbol desde 1986), The Yankees es el pan y la mantequilla de sus conversaciones diarias, que pueden ir desde los resultados del último partido hasta los chismes del bateador Alex Rodríguez y su amistad íntima con Madonna.
Caminando por Gran Concourse, aún se aprecia el esplendor de los edificios que embellecían la caminata por el Bronx. La comunidad judía, que ahora está esquinada en el barrio de Riverdale; contribuyó a embellecer el área. No sólo ellos: al recorrerlo, usted se percatará de la diversidad étnica del Bronx. No sólo los afroamericanos, los boricuas y los dominicanos parecieran estar fundidos con el paisaje; sino también los irlandeses, quienes enriquecen la noche con sus conversaciones inspiradas detrás de sus múltiples tabernas; o los albaneses–que al estar juntos en sus clubes y calles parecieran siempre estar conspirando algún negocio. Y por supuesto: los italianos. El Little Italy de Manhattan es una farsa de pasta para turistas, regentada por chinos y cocinada por mexicanos. El único lugar donde Italia aún vive y prospera es Arthur Avenue. El mercado del Bronx italiano vende prosciutto, aceite de olivo y queso de todas las regiones italianas; y –si se fija detrás del hombro de los mercaderes que le cortan y pesan la carne sin sonreirle–podrá ver colgado de la pared, observándolo todo, el retrato descolorido del Duce, Benito Mussolini.
Los africanos saben que la mejor comida de su tierra sólo se encuentra alrededor de la Webster Avenue. Esta avenida queda a corta distancia de Fordham University: el bastión jesuita, con su prestigiosa escuela de derecho. En el campus de Fordham, en marzo de 2009, la banda U2 decidió iniciar su gira mundial, quebrando por unos minutos el cargoso sonido del reggaeton, que solía ser el más constante de los ritmos que inundaban las calles del condado.
Hay vistas magníficas en Manhattan y en Brooklyn, pero «LA» vista es la que tiene Wave Hill, antigua residencia de uno de los barones de Wall Street, sobre las colinas del Bronx, mirando al río Hudson. En aquella mansión se alojó la reina Isabel de Inglaterra cuando visitó Nueva York. Ahora, donada a la ciudad, sus jardines y paisajes están abiertos al público.
Si está buscando el mar, hacia el este del Bronx –frente a un cuerpo de agua salada llamado Long Island Sound– queda City Island: un pequeño barrio de casas con atracaderos; con finos –y no tan finos– restaurantes especializados en comida marina, para saborearlos mirando a los yates cruzando el océano.
Muchos centros de estudios de prestigio tienen su sede en el Bronx. Manhattan College, universidad católica y privada, ha educado a algunos de los íconos neoyorquinos, como al ex alcalde Rudy Giuliani (a quien se le atribuye la victoria contra el crimen y el salvataje de las áreas públicas tomadas por los vándalos). En el imponente Fort Schuyler, sobre la península Throggs Neck, queda la más importante escuela de marinos mercantes de los Estados Unidos. Aquí está también el Bronx School of Science, la mejor escuela científica del país, que sólo acepta a la crema y nata de los postulantes.
Tal vez no lo sepa, pero en este condado quedan dos de los mayores símbolos de Newyópolis: el jardín zoológico, The Bronx Zoo ; y el Bronx Botanical Garden. Ambos lugares brindan al visitante experiencias consideradas únicas.
Si se trata de bailar, todo está en el Bronx. Cualquier puertorriqueño viejo puede señalarle donde se montan las mejores fiestas: en la sede de un club social boricua. Los dominicanos que salen de las universidades y escuelas, colman las pistas de los muchos clubes del Bronx, donde se arma el mejor ambiente merenguero y reggaetonero . En el verano, el condado organiza multitudinarios festivales de salsa y merengue, al lado de la playa, en Orchard Beach; y el trolebús vuelve a andar–con una orquesta montada entre los asientos– desde la Universidad Hostos hasta un rejuvenecido South Bronx que se ha convertido en una oasis artístico de talleres y galerías.
¿Más? Llegue hasta el cementerio Woodlawn, y visite la tumba de Louis Armstrong, Herman Melville o Celia Cruz; Luego cruce la calle hasta Van Cortland Park, una réplica –más grande, salvaje y descontrolada– de Central Park; donde puede trotar, jugar golf, o hacer equitación en el el mejor centro ecuestre de la ciudad.
Así que si lee esto y vuelve a pasar por Newyópolis, aléjese de Times Square. No pierda tiempo en cruzar el Brooklyn Bridge. Cruce el Harlem River e ingrese a este universo desconocido y tan mal entendido: El Bronx.