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Chatarra


 

En 1992 el Azor, un yate con pinta de barco donde Franco solía trajinar atunes y complejos en los veranos de la dictadura, fue vendido en subasta con la condición de ser desguazado. Afortunadamente su nuevo propietario, un hostelero de Burgos llamado Lázaro González, tenía otros planes. Tras intentar transformarlo en pub flotante para las propicias aguas de Marbella -ya saben, Gil y Gil,  Hohenlohe, etc…-, optó por vararlo en lo alto de una colina del municipio burgalés de Cogollos, al borde del km. 222 de la Nacional I, donde quería convertirlo en la estrella de un complejo hostelero. El calentón inicial pronto se enfrió y dejó paso a la desidia. Dice Lázaro que tuvo la culpa, en 1999, un Camino de Santiago de esos que “te cambian el chip”. El caso es que lo que iba a ser un gran reclamo turístico empezó poco a poco a oxidarse, desconcharse y llenarse de pintadas y orines furtivos. Así permaneció muchos años y así lo disfruté siempre que tuve ocasión de pasar por allí. La imagen era surreal y poderosa. Entre puticlub y parque infantil, plantado en la tierra junto a un vulgar mesón de carretera en mitad de Castilla, el famoso yate Azor, la estrella de los NO-DOs, ahora rancio y maloliente, como de tergal sudado, fabricaba una dimensión extraña que remezclaba “Calle Mayor” y “Jamón, jamón”.

 

En 2011, tras once años funcionando como espléndido anti-monumento, el artista Fernando Sánchez Castillo compró el yate, esta vez sí, para triturarlo. Reconozco que me dió rabia, todavía le imaginaba futuros extrañamientos y humillaciones. Sánchez Castillo, obediente, ha desguazado por fin el barco y lo ha prensado convirtiéndolo en un minimalista prisma de chatarra. Ha indultado -no entiendo por qué- el mástil principal, unos asientos de cubierta y unas chapas con el nombre. El conjunto se exhibe, desde el pasado día 20 y hasta el próximo 18 de marzo, en “Abierto por obras”, el programa de exposiciones de la antigua cámara frigorífica de Matadero Madrid. En un espacio tan escenográfico como ese y estratégicamente iluminada, la instalación resulta bellísima. Y yerma. La estilización del arte suele matar el alma de los objetos y convertir el fértil murmullo de ruidos distintos en una única voz, la del artista. Lo decía la otra noche Paco Triviño: lo verdadero siempre es feo. Quizás sea inexacto, pero da que pensar.

 

 

Foto: deconcrete.org

 

Foto: deconcrete.org

 

Foto: EFE

 

 

 

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