Chelsea

Me pareció que se trataba de una cena de cortesía pero resultó que no…Salimos a la Gran Vía en una noche de enero fría y solitaria. A mis dos acompañantes les apetecía una última copa antes de retirarse al hotel y echar toda la sopa de marisco en la boca de alguna prostituta. Torcimos a la derecha en la calle Silva. Un cartel parpadeante atrajo nuestra atención, unas piernas sugerentes asomaban de una copa de champán. Me preguntaron qué era eso…-La revista donde trabajo- dije yo sarcástica.

 

Querían entrar, pero el más joven se sentía apurado después de dar el coñazo toda la noche con su inminente boda. Decidí ponérselo fácil: desde niña me moría de ganas por ver a una rumana restregándose el coño contra una barra de metal. El gorila de la puerta anunció que el show estaba a punto de comenzar y ante mi cara dubitativa abrió la puerta de par en par.

 

Bajamos unas escaleras con la moqueta oscura y sucia, presagio del más pútrido de los tugurios. Recordé a unos amigos de la universidad que solían visitar el Chelsea Cabaret los domingos a las cinco, para echar la tarde… Me describían a unas tías buenísimas del este, sin que yo supiera, en aquel entonces, que para los hombres una línea muy fina separaba la condición de tía maciza de la de tía en bolas.

 

El local estaba prácticamente vacío; tan solo en la mesa contigua se hacinaban unos cuantos soplatintas descamisados dándose aires de grandes señores. El acento era enormemente familiar…Una puta en tanga y con correa al cuello frotaba su rajita depilada contra la pata de cerdo de un badulaque con cara de eyaculador precoz. En unas horas me los encontraría en Sextur vendiendo las maravillas de esa costa gallega poblada de eucaliptos y alquitrán.

 

La primera contorsionista apareció en el escenario. Más predecible imposible. Tocó tragarse el numerito de la colegiala cachonda, con trencitas, piruleta y que sí, solo se merecía que la castigara, por ejemplo el de Carballo, metiéndole su rabo morcillón y gaiteiro bien adentro. Le siguieron dos hermanas rubias y escuálidas que habrían visto más consoladores en su vida que cachos de carne. Vestidas de cuero negro, se azotaban la una a la otra ante la pánfila complacencia del público. El turno fue, a continuación, para una prima no muy lejana de Evo Morales, no por el jersey a rayas, sino por fea. La chica calzaba los zapatos de tacón, demasiado grandes, de sus predecesoras en la tarima. Puso el culo en pompa y nos enseñó sus labios abultados y morenos, con un gesto tan lascivamente triste que solo un perfecto cabrón se hubiese dejado engañar por él.

 

Empezó a llegar más gente, entre ellos los del stand de Andalucía. Tres tipos calvos, cincuentones y que no venían a follar…si costaba más de 100 euros el polvo, claro. Las chicas se iban sentando en las mesas, conversando con los clientes. La nuestra era una búlgara que no hablaba inglés. Me vi obligada a abandonar la oscuridad de mi retiro observador y ejercer de traductora. Entre gilipollez y gilipollez, me interesé por la artista. Por supuesto hablaba ruso, lo que le otorgaba mi apoyo de camarada incondicional el resto de la noche. El novio quería follársela y cooperé para que no solo lo hiciera sino que, además, por un buen pico. Pero los dos invitados querían algo más…

 

La búlgara volvió a acercarse a mí y me explicó con toda amabilidad que le habían pagado 100 euros por montarse el espectáculo lésbico conmigo. –Y yo que tengo que hacer- murmuré  acojonada, temiendo que me obligasen a meterle la lengua en el culo a una fulana. –Nada-  respondió ella de forma apacible.-Solo tienes que fingir que te gusta-. Y antes de que pudiera darme cuenta tenía una teta llena de purpurina aplastada contra un moflete. Un foco nada discreto nos iluminaba. Oí a unos cuantos gorrinos hozando a mis espaldas. Ella agarró mis manos y las depositó en su culo ejecutando un sensual baile sentada sobre mí. Aproveché  para saludar con el dedo corazón a mis dos compañeros. Me olvidé de mi cuerpo unos minutos mientras contemplaba las caras a mi alrededor, suplicantes, pidiendo que alguien se apiadara de unos miembros abandonados, transitando hacia la muerte sin pena ni gloria.

 

-Suficiente- dije en ruso. La chica se levantó y me indicó que la siguiera hasta la barra. Cuando ya por fin pensaba que todos aquellos impotentes iban a permitir que nos enrolláramos tranquilas me comunicó solícita que mis vodkas estaban pagados. Toda una dama. Volví a la mesa. Al de Carballo, con un billete de 50 en la boca, le estaban dando unos buenos azotes en las cachas. Borracho se le agudizaba lo de la imbecilidad. Allí no quedaba nada más que ver.

 

En el exterior aún hacía más frío. Al novio lo estaban ordeñando en alguna sórdida habitación. Caminaba por la Gran Vía, resignada, con las manos en los bolsillos, sabiendo la pantomima que vendría después. Nos detuvimos ante el hotel. -¿Quieres subir?-. Llevaba toda la noche haciendo de proxeneta y esto también había que negociarlo. –Solo si tienes en la tele “Russia Today”-. Así sabía que, uno de los dos, nunca me decepcionaría.

 

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