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Chernobyl y Gorbachov: ¿por qué el desastre nuclear fue la causa del colapso de la URSS?


 

“El accidente nuclear en Chernóbil, del que este mes se cumplen veinte años, fue tal vez -incluso más que la Perestroika iniciada por mi Gobierno- la verdadera causa del colapso de la Unión Soviética. De hecho, la catástrofe de Chernóbil fue un punto de inflexión histórica que marcó una era anterior y una posterior al desastre”. Esto escribía Mijail Gorbachov en un artículo publicado por El País en abril de 2006.

 

En su biografía del líder soviético editada por Debate, William Taubman dedica un pequeño espacio a relatar los acontecimientos que siguieron a aquel 26 de abril en que el reactor nuclear número 4 de la planta de Chernóbil estalló para dar luz sobre las razones de los primeros movimientos de Moscú y respecto a por qué en su artículo a los veinte años del desastre Gorbachov coloca ese hito como principal causa de la caída de la URSS.

 

“El informe inicial que Gorbachov recibió el 26 de abril de manos del primer viceministro de Energía y Electricidad concluía que ‘no son necesarias medidas especiales, incluida la evacuación de la población’. Eso contribuye a explicar por qué el Kremlin no emitió una alarma inmediata al país y al mundo, pero no por qué la Unión Soviética no reconoció la explosión hasta el 28 de abril, el motivo de que Gorbachov guardara silencio respecto al desastre durante más de dos semanas o la razón de que, pese a enviar a su primer ministro a la zona del desastre, nunca visitara Chernóbil”, relata Taubman.

 

El reconocimiento del accidente el 28 de abril se debió, como es conocido, a que en Suecia se detectaron altos niveles de radiación y surgió la sospecha de que el origen podría estar en la URSS. “Así, el 28 de abril, Gorbachov presionó a favor de un mínimo anuncio público para indicar que había tenido lugar una explosión” y que se estaban tomando las medidas necesarias para precisar sus consecuencias.

 

El Primero de Mayo, cuando de acuerdo con el relato de Taubman, el politburó ya estaba mucho mejor informado, los festejos fueron autorizados en Kiev y en otras ciudades dentro del sector que circundaba Chernóbil, “con miles de ciudadanos, incluidos niños, desfilando inocentemente frente a las estatuas de Lenin en las plazas públicas”.

 

Sólo el 14 de mayo que el presidente se dirigió a la nación por televisión para comunicar el desastre. Aunque antes de esa fecha las tropas ya se habían movilizado y había comenzado la evacuación de la población residente en un radio de entre 10 y 30 kilómetros de Chernóbil.

 

Pero, al margen de este somero repaso de la cronología post-Chernobyl cuando acababa prácticamente de arrancar la glasnost (transparencia), lo más interesante que hace el autor de la biografía es desarrollar por qué Chernóbil fue un punto de inflexión para la URSS, algo que Gorbachov no explica en profundidad en su artículo de El País: “La energía atómica había sido, con seguridad, la prioridad fundamental del régimen, especialmente para el ejército, pero también para usos civiles. Su eficacia en materia nuclear era la prueba, cuando todo lo demás andaba mal, de que el sistema aún funcionaba (…) Que incluso el ámbito intocable de lo nuclear estuviera podrido vino a indicar que todo el sistema lo estaba, puesto que las grietas que Chernóbil y los acontecimientos posteriores revelaron eran característicos de todo el sistema: una incompetencia flagrante, encubrimientos a todos los niveles y un secretismo autodestructivo de la cúpula”.

 

El 22 de mayo, sigue relatando Taubman, Gorbachov le dijo al politburó que el desastre de Chernóbil fue el resultado de una “irresponsabilidad pasmosa”, fruto del “no ver más allá de las propias y estrechas obligaciones técnicas”, del monopolio de la información y del control que científicos burócratas de alto rango ejercían sobre la energía atómica.

 

El 3 de junio, también ante el politburó, añadiría: “Nadie estaba preparado. Ni la defensa civil, ni los servicios médicos, ni quienes deben medir los niveles de radiación, ni los bomberos, que no tenían idea de cómo enfrentarse al asunto. Todos la jodieron. El día posterior a la explosión aún se celebraban bodas en las cercanías. Los niños aún jugaban en las calles. ¿Hubo alguien que intentara calibrar hacia dónde se dirigía la nube radiactiva? ¿Alguien que tomara medidas? No. El director de la planta nuclear aseguraba que nada de esto podía ocurrir. ¿No os preocupa el hecho de que haya habido 104 accidentes en los últimos cinco años?”.

 

Y al ministro del Gobierno responsable de energía atómica, le dijo: “Hemos estado oyéndoos decirnos que todo es seguro. Habéis contado con el hecho a vuestro favor de que os consideremos dioses”. “Cuando la centralización debe estar presente, resulta que no existe. Pero cuando todo lo que se requiere es clavar un clave, miles de organismos deben aprobarlo previamente”.

 

En definitiva, lo sucedido en Chernóbil llevó a Gorbachov a pensar que “el viejo sistema ha(bía) agotado sus posibilidades”.

 

Y, de acuerdo con Taubman, “desde abril de 1986 hasta finales de ese año, sus quejas respecto a prácticamente todos los aspectos de la vida soviética furon en un crescendo asombroso”. El autor de la biografía de Gorbachov realiza un inventario de las críticas del presidente de la URSS que van desde el volumen de verduras a la venta hasta el reclutamiento militar, pasando por las denucias anónimas, la burocracia, lo añosos que eran los ministros y los funcionarios del Partido, la filosofía, o la propia gobernabilidad (“Hace tiempo que erramos el tiro. Tan sólo creemos que gobernamos. Es sólo una apariencia”).

 

También sobre la vida diaria de los ciudadanos soviéticos el presidente hizo autocrítica y crítica del propio sistema. Tras un viaje al este del país, Gorbachov reflexionaba: “La gente me atacaba en las calles y en las fábricas, sobre todo mujeres; simplemente, me dieron mi merecido. Las industrias de defensa están en plena forma, pero la gente debe esperar entre diez y quince años para recibir una vivienda. Una ciudad próxima a un lago no cuenta con agua potable. No hay ropa para los niños, y jamás han visto un helado. Ni siquiera hay manzanas disponibles”.

 

En agosto de 1986, durante sus vacaciones, a orillas del mar Negro, llegó a la siguiente conclusión: “Lo que en verdad se requería era un cambio real en el sistema’, pensaba, sorprendido de que esa ‘conclusión ya no me sonara sediciosa’”.

 

Aunque ya desde principios de 1986 los discursos de Gorbachov habían empezado a transmitir una inquietud creciente y advertencias terribles sobre los riesgos para la supervivencia del socialismo soviético, incluso sobre la contaminación: “Nuestro índice de contaminación es tal que, si tuviéramos que revelar las cifras, terminarían crucificándonos y diciéndonos: ‘¡Mirad lo que el socialismo le está haciendo a la naturaleza!’”.

 

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