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Chicos sin atributos

 

 Suena Entertainment, de Phoenix

 

 


¿Qué puede ocurrir cuando tomas la decisión de dedicarte a dirigir películas siendo la hija de uno de los cineastas más célebres y reconocidos que ha dado el séptimo arte? Si te llamas Sofia Coppola y tu padre es el responsable de obras de la envergadura de la trilogía El Padrino (The goodfather, 1972; The goodfather. PartII, 1974; The goodfather. Part III, 1990) está claro que tienes una sombra que igual puede darte algo de cobijo como puede ensombrecer todo aquello que hagas. Si además tú progenitor es un artista de espíritu romántico y actitud desafiante que ha decidido convertirse en un creador independiente aspirante a dirigir un imperio cinematográfico que compitiera con las majors de la industria y que con ello ha sido capaz de arrastrar a su familia, es posible que algo hayas aprendido de toda esa locura. ¿Qué piensa una hija de ocho años cuando ve cómo su padre está casi a punto de pegarse un tiro en la cabeza al no poder controlar un rodaje tan infernal como el de Apocalypse Now (Idem, 1979)? Supongo que al menos has aprendido a no seguir los pasos de tu padre.

 

Y viendo la obra de Sofia Coppola parece claro que ha renunciado a la megalomanía paterna que caracterizara su obra, esa tendencia a cierta grandilocuencia y a convertirlo todo en un gran espectáculo, que finalmente con el paso de los años ha llevado al patriarca Coppola a trabajar casi de manera marginal –sorprendentemente dos de sus tres últimas películas no se han estrenado en nuestras carteleras– Pero no sólo pretender hablar de Sofia Coppola a partir de su vinculación paterna resulta injusto, también podría llegar a serlo el rastrear conexiones o referencias de índole (pseudo)autobiográfica en un cine que nos habla sobre todo de jóvenes, la mayoría todavía adolescentes, sumidos en la tristeza, el tedio, la insatisfacción, cuando no en la desesperación y la melancolía. Al final todo nos conduciría a una especie de psicologismo de manual que más que injusto sería erróneo precisamente en cuanto a que se trata de una cineasta cuyas películas ni ponen de manifiesto aspectos propios de su vida ni recurre en sus películas al psicologismo para definir sus personajes

 

Es cierto que a medida que avanza su filmografía la directora de Las vírgenes suicidas (The virgin suicides, 1999) va construyendo un universo propio habitado por adolescentes cuyas relaciones con el mundo en general, en ocasiones con los adultos en particular, se tiñen de desencanto, confusión y melancolía. Las protagonistas de la citada Las vírgenes suicidas, María Antonieta (Marie-Antoinette, 2006) o la joven protagonista de Somewhere (ídem, 2010) poseen en común, en mayor o menor medida cierto angst generacional cuyos motivos pueden permanecer en el misterio, pueden ser fruto de unas circunstancias históricas y un contexto que las supera o de unas relaciones paterno-filiales faltas de afecto y sometidas al tedio. Sofia Coppola nos habla de jóvenes que nada tienen que ver, y permitan una comparación oportuna por clarividente, con los protagonistas de Rebeldes (The outsiders, 1983)  o La ley de la calle (Rumble fish, 1983), ambas dirigidas por Francis Ford Coppola.

 

 

Tampoco forman parte de esa estirpe, por supuesto, los jóvenes protagonista de su última película, The Bling Ring (ídem, 2013), un grupo de adolescentes que obsesionados con el mundo de la fama, con lo que representan las celebrities, convertidas estas casi en objetos fetiche, deciden entrar en sus casas cuando sus dueños están ausentes y llevarse parte de sus pertenencias. No se trata de un gesto heroico o de justicia social, de robar a los ricos caprichosos y malgastadores, no se trata de caer en algo tan simple y obvio como entrar a robar en casa de Paris Hilton porque esta tiene tantos zapatos y tantos bolsos en su armario que total no tendrá tiempo a lo largo de su vida para usarlos. Los asaltantes pertenecen a la clase alta, no tiene aparentemente ninguna necesidad, ninguna ambición o envidia, simplemente les conduce a ello la fascinación y el fetichismo, el deseo por conseguir objetos que pertenecen a sus determinados dueños, iconos de un determinado tipo de fama.

 

A partir del reportaje The Suspects Wore Louboutins, escrito por Nancy Jo Sales y publicado en Vanity Fair, Sofia Coppola construye una película que se basa en el retrato de cinco jóvenes cuya máxima aspiración vital es convertirse en lo que son sus modelos. Movidos por el capricho y la obsesión, por la inconsciencia de los actos que están cometiendo y la determinación por verse formando parte de ese mundo que ven en revistas de moda y cotilleos, los jóvenes protagonistas de The Bling Ring no se alejan mucho de la galería de personajes que habitan las otras películas de Sofia Coppola. Y de nuevo acierta en su retrato porque una vez más sabe posicionarse en una equidistancia que le permite evitar elaborar juicios, que le impide caer en ese psicologismo que acabe por condicionar las opiniones del espectador. Tampoco hay el menor atisbo de imponer un discurso sociológico, aunque por supuesto está subyacente.

 

 

 

 

Todo ese mundo banal, frívolo, ridículo, a ojos de la mayoría de nosotros para ella se convierte en el ámbito en el que se desenvuelven sus protagonista. Es inevitable percibir cierto apunte paródico y, sin embargo, la película evita la ridiculización –exceptuando el personaje de la madre de Nicki-. Pero tampoco podemos pretender recurrir al tópico de la mirada entomológica por parte de la cineasta. Sofia Coppola se muestra próxima a sus personajes y a través de esa narración conductista nos permite acercarnos, nos los hace comprensibles. Compartíamos la soledad de los protagonistas de Lost in translation, nos afectaba el desconcierto y la tristeza de Maria Antonieta, nos emocionaba la falta de comunicación, esa condena a no encontrarse entre padre e hija en Somewhere. Y sin embargo, ni tan siquiera en el final de Lost in translation tomamos partido, aceptamos las cosas de forma agridulce. Y en relación a todo ello mucho mérito tiene la mirada de Sofia Coppola.

 

Si nos atenemos a sus protagonistas, The Bling Ring es la película más difícil de Sofia Coppola. No existe aparente motivo dramático que nos permita desarrollar cierto afecto hacia ellos, si exceptuamos, tal vez, en los momentos finales al único chico del grupo. También es la película en la que parece haber ido un poco más allá en cuanto a su estilo. Y lo ha hecho sin dudarlo, construyendo una película en base a la reiteración de los actos de unos personajes absolutamente superficiales. Sofia Coppola deja que el mecanismo narrativo de la película funcione por repetición mientras observa con precisión, sin la imposición de juicios, las vidas de unos jóvenes sumidos en la misma rutina, maniquíes perfectos para ese escaparate en que se han acabado convirtiendo las redes sociales; son los nuevos seres alienados de nuestra época. The Bling Ring funcionaría a la perfección como díptico con la más arriesgada, y por lo tanto fallida, Spring Breakers (Idem, 2012), de Harmony Korine.

 

 

Parecerá que el retrato de sus personajes es superficial, pero de eso se trata, de evidenciar que tan solo son contorno, aspecto, fachada. En este sentido la cineasta se muestra eficaz y concisa, a través de una estructura dramática que cae en la repetición pero que a su vez se permite rupturas como en esa secuencia en el que dos jóvenes asaltan una de las casa y la cámara los observa en un único plano que con un ligero zoom se va acercando. Las enormes cristaleras de la casa nos transmiten la sensación a la par de observar una pecera o un laberinto. La visión de la cineasta y el sentido dramático de sus protagonistas se reúnen en un solo plano, de la misma manera que en Somewhere era suficiente una sesión de maquillaje y yuxtaponer un plano fijo que de nuevo se va acercando en ligero zoom y luego el plano del personaje, maquillado como un anciano, reflejado en el espejo para transmitirnos su desazón. Entonces, ¿por qué no le reconocemos a Sofia Coppola aquello que no dudamos en halagar en otros cineastas? 

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