Chimenta

Este texto forma parte de la novela por entregas La Privada Moderna

Cap. 19

Chimenta

Encima de la Carioca vivían Chimenta, «patas tuertas», y su innumerable familia. Dicen, yo no lo pu­de comprobar, que las treinta y siete mujeres que habí­an acudido a Paca la Carioca, cuando se le abrían las puertas de todas las habitaciones su casa al revés y al mismo tiempo cuando ella corría por el pasillo diz que para desahogarse  del peso de aquellos pechos inmensos que ella apoyaba en el poyo de su ventana mientras le daba a la lengua; y ella echaba la culpa al marido… digo que  habían salido todas de la casa de Chimenta. Y yo me lo creo. Nunca pudimos saber cuánta gente vivía en aquel piso de cinco habita­ciones. Chimenta era pequeña, oscura, fea y con las piernas en arco de trescientos sesenta grados. Cuando tenía prisa, se echaba a rodar para llegar antes. No te­nía buen carácter y provenía de la aldea. No es que tu­viera una pensión ni, ya no digamos, un cuartel, sino que, sin ella saberlo, pues era analfabeta y además no sabía francés, tenía un «pied á terre». Y por allí entra­ban y paraban y salían todas las gentes de la provincia de Orense que venían por nuestra ciudad. Nadie supo a ciencia cierta cuanta gente llegó a estar al mismo tiempo en casa de Chi­menta. Pero una idea nos la puede dar el hecho de que, en aquella ocasión, sin contar hombres, ni niños, soldados sin graduación, mutilados de guerra, viejas palmas, camisas nuevas, antiguos militares, “cordígeros” (eran los que llevaban un cordón blanco a la cintura «cordis (corazón, geros, tulli, latum, llevar), por encima de la camiseta y bajo la camisa o el jersey para preservar la castidad; era muy recomendado ¡y discreto, por parte de los capuchinos!, (A nosotros nos decían que, por la noche, se quitaban el cordón y lo metían bajo la almohada para no tener “malos pensamientos” ¿piensa…qué? ¡Pero si tenían agujeros en los dos bolsillos del pantalón y, a veces, diz que padecían el baile de San Vito! etc A alguno de ellos le oí yo mismo decir que eso era falso y una calumnia porque, qué brutos, afirmaban que «los malos pensamientos se quitan follando, o en su caso…» Por estas, que no exagero nada, pero es que nada; no había más que verles el mentón caído por degenerados de los Austrias. ¿De dónde habrían sacado semejante cosa? Pues de un sacristán medio medio que por un servicio rápido les daba un real… de los de entonces. O sea, dos patacones y medio; o dos perras gordas y la mitad de otra.

Chimenta era algo extraña. Cuando se cabreaba, y me imagino que no le faltaría motivo con aquella patu­lea en su piso, se enrollaba y se ponía a dar vueltas por nuestra entrañable calle particular de la Privada Moderna que ya es querer provocar, porque si te atropellaba luego iba se lo chivaba al policía secreto “para que hiciese diligencias”. Y nosotros, como parvos, creíamos que iban a echar una de vaqueros en el Cinema Radio. Da­ba un par de miles de vueltas y, ya más calmada, se de­senrollaba, se pasaba un peine, ponía los pies en su si­tio y volvía a subir las escaleras sin hablar con nadie. Chimenta, era, en verdad, algo pintoresca.

José Carlos Gª Fajardo. Emérito U.C.M.

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