Es el instante más temido del año. Te levantas de la cama, miras por la ventana y el verano se ha ido. Un cielo gris cemento ha borrado el azul y una lluvia fina, las risas y las calles que caminé la noche anterior. Es domingo porque ninguna desgracia llega sola. Sé que vendrán algunos días de calor, incluso semanas, pero ya no será verano. Será otra cosa con muchos domingos como éste.
Me despierto y al otro lado de la ventana el verano ya no está, como ya he dicho. Preparo el café, pongo música animada para engañarme y pienso en aquellas tardes de finales de agosto de cuando era niño, casi siempre montado en una bicicleta, pedaleando como un loco para ahogar la desazón física que me producía saber que al juego le quedaban horas, minutos. El final del verano es la primera derrota seria –también el primer aviso de lo que vendrá- que me tocó enfrentar y su huella no ha desaparecido nunca. Todas las demás derrotas han imitado su forma y su color. Un color gris cemento y una forma imprecisa adosada al miocardio.
Salgo a la calle, camino penosamente hacia el metro y en el andén veo las goteras, los primeros impermeables, las caras de todos a los que no han robado algo a traición. Me duele el pecho. ¿Muero? Bajo en la calle 116 y entro en el campus de la universidad de Columbia, desierto, azotado por una lluvia rabiosa. Voy a ayudar a filmar una entrevista con Gonzalo Sobejano, uno de los más grandes estudiosos de la novela española del siglo XX, especialmente ligado a la obra y a la persona de Miguel Delibes. Mi ánimo es, valga la redundancia, sombrío. Caminamos bajo una tregua de la tormenta hacia el piso del maestro, cerca de Riverside Drive. Nos recibe en la puerta muy amablemente. En el salón, el escritorio, parte de sus 9.000 libros que donará a la universidad cuando él ya no esté, los cuadros, los muebles que compartió con su adorada mujer Helga, muerta hace ya años. El maestro me ofrece un cigarrillo Lark, muy suave y agradable. Nos habla y le respondemos de usted. Hay cabos sobre la sabiduría y sobre la bondad que empiezo a atar.
Al acabar la entrevista filmo algunos planos de perfil del maestro fumando su enésimo Lark mientras mira el campus por la ventana. Me ofrece otro a mí. Dice que el mes de julio es siempre el de más calor y yo lo interpreto como que agosto es el mes en el que el verano muere. ¿Se ha fijado en los depósitos de agua que hay sobre los tejados de esta ciudad? Sí. ¿Cómo los llamaría? ¿Depósitos? Sí, lo dejaría en depósitos de agua. También podría llamarlos cisternas, ¿no cree? Sí, es verdad, cisternas. ¿Y las escaleras de emergencia? Sí, ya son parte de la ciudad. Sí, así es, son parte de la fisonomía de Nueva York.
¿Qué es la muerte, maestro? «La muerte es el no ser. Todo esto, toda la realidad. La vida de tantos y tantos años, nuestros amigos, nuestra familia, todo. La universidad, las casas, la tormenta, el verano, el mar… No hay nada. No soy ya. Desde aquí lo puedo decir, pero cuando esté muerto, no. Sencillamente que ya no. No».