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Cinco minutos para el pánico

Lejos quedaban el sosiego y las aventuras y lejos correteaba la gallina Mariana, que en buen momento acertó a saltar las vallas y se fugó en una trepidante carrera hacia la salvación. La edición para polluelos de las treinta bibliotecas se desparramaba por el gallinero: Unos quedaron aplastados por su gravedad y otros se abanicaban coquetamente con el catálogo. La máquina multicopiaba la lección de cada día, que daba comienzo con la contemplación de objetivos, seguida de cinco minutos para el pánico y el resto de la vida para la expresión dramática del pánico, mientras el mundo se conmovía ante la miserable soledad del ingeniero, rodeado de buenas gentes anteriores a la escritura. Así amaneció la era de la cabeza parlante o el más largo monólogo jamás oído. El pájaro cabra, hacedor de lo que quiere y no de lo que viere, volaba contando razones, razones que siempre sobran entre las hojas doradas del otoño.   

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