Ayer me encontré al jefe de esto. Y cuando digo al jefe de esto no me refiero a Dios, no, que si hubiese sido el caso le hubiera pedido una entrevista, os podréis imaginar. Me refiero a Alfonso Armada, el jefe de esta revista. Me ha dicho que no escribo. Y yo le he dicho que no me pagan y ahí hemos comenzado un intercambio cariñoso de impresiones que ha finalizado cuando él ha anunciado en la mesa en la que nos hallábamos (porque los periodistas somos mucho de hallarnos en mesas dispuestos a comérnoslo todo, porque somos unos pobres ilustrados) que yo tenía un blog de sexo. En la mesa se ha hecho el silencio, y después todos han empezado a preguntar que cómo se llamaba, que dónde estaba, que vaya vaya, con esta pinta de modosita (este comentario me extrañó mucho, la verdad)… Leñe, si es que no hay quien saque provecho de mí pensaba yo: doctorado y años escribiendo de economía para que se me quede el sambenito del sexo.
Pero a lo que vamos: tras ese anuncio solemne de Alfonso a los comensales, yo me he sentido en la obligación de volver corriendo a casa para escribir un post. No fuera a ser que los nuevos lectores, los de esa mesa en concreto, no vieran nada fresco en esta plataforma dedicada al conocimiento. Tan deprisa he vuelto que al salir del metro no me he dado cuenta de que el bolso me ha enganchado la falda y he ido mostrando mi lozano pompis por media calle Alcalá. Con dignidad, que es como solo se pueden mostrar los culos cuando no sabes que se van viendo. Pues eso. Y aquí me tienen: escribiendo.
A mí, desde que Varoufakis es ministro de Finanzas en Grecia, de quien me apetece escribir es de él. Le vi enseguida: que no acababa de nombrar gobierno Syriza cuando le eché el ojo, porque una es miope pero no tonta. Y me dije yo solica en el salón de mi casa: “Gensanta, qué bueno está”. Luego empecé a leer en los medios que si hablaba muy bien inglés, que si estaba muy titulado. Bahhhh, bobadas. El tío está requetebueno y ya está. Lo comenté con varios amigos y amigas y me generaba hilaridad la incapacidad de ellos para reconocerlo: “Que si tiene pinta de matón de discoteca; chica, qué gustos; pues si parece uno de los personajes de Star Treck…”. Incluso, un director de un digital del que evitaré decir el nombre (que ya está esto del freelanceo muy feo) puso en twitter que Varoufakis tenía pinta de ser prota de una de Martin Scorsese. Me costó no contestarle y decirle que él lo sería de una de Antonio Ozores, con todo mi respeto para el landismo…
Pero a lo que vamos, se me ocurren por lo menos, cinco razones para follarme a Varoufakis (cambien follar, si les molesta el verbo, por encamarme, coitar o echar un polvo).
—Tiene pinta de empotrador y con eso ya lleva mucho ganado. Los hombres con pinta de empotrador molan. Porque no sabes, antes de, si lo son o no, pero solo con la pinta una ya se permite el lujo de fantasear. Y Varoufakis tiene todo el aspecto de que llega a casa y te pone contra la lavadora sin que te deje decirle ni buenos días. Y zasca. Un Varoufakis en la cocina, así de pie, sin que te dé tiempo a pensar. A quick one. Pero intenso. Como antesala de uno más largo, pero siempre bestial, en la cama. ¿A que lo véis?
—Segunda razón: la cabeza rapada le queda fenomenal. A mí los rapados siempre me han gustado mucho (aunque también me gustan con melena, que yo tengo gustos dispersos), pero no todos, ¿eh? No, me gustan los rapados a los que le queda bien ese meloncete sin pelos. Es el caso, que no os digo por dónde me pasaba la cabecita del griego… Que me la pasaba con gula.
—Varoufakis, aparte de viril a morirte, tiene pecho lobo. En una ocasión llevaba una camisa que le hacía ligera tirantez y no es porque no fuera de su talla no, que él ya demostró con aquella cazadora tres cuartos que se compra prendas grandes. Es porque el mocetón tiene pecho lobo. Y un pecho lobo pasados los cincuenta no lo tiene cualquiera (y no nos engañemos, no lo tienen ni muchos de treinta o de cuarenta). Madre mía lo que debe ser recostar la cabecita después de un buen polvo en ese pecho. Uff. Me mareo solo de escribirlo.
—Tiene motaza y todas sabemos, está científicamente demostrado (como lo de la nariz grande, polla grande) que un tipo que lleva esa moto entre sus piernas no puede sino follar bien.
—And the last but not the least, es listo y no hay nada más excitante que un tipo con una buena cabeza, bien amuebladica, con cada cosa en su sitio. Que lo he dejado para el final para provocaros, que seguro que pensáis que soy una superficial. Y acertáis, pero no en todo. La inteligencia y el humor son los mejores afrodisíacos, por lo menos para mí. Me pones delante a un tipo listo, con labia y con sentido del humor y ya tiene más de la mitad del camino recorrido. Y si está tan bueno como Varoufakis, recorrido entero. Es decir, las cuatro razones anteriores por sí solas, a mí no me valen. O me valdrían para un polvete de “quítame allá esas pajas”. Pero no más. La combinación perfecta viene con una buena cabeza. Y con una buena polla también,for sure.
Querido ministro griego: desde aquí solicito una entrevista, deme Vd. Audiencia, pero que sea con la tarde por delante, ¿eh? Para que me pueda hablar con tranquilidad de Platón, Aristóteles, Heráclito…