Una cruda viñeta de El Roto resumía la inmoralidad de una mirada geopolítica demasiado constante. Dos africanos enterraban un cadáver. Uno de ellos decía: «África solo existe cuando nos matamos». Pero los medios que dan supuesta cuenta de la realidad bajo la máscara reduccionista de la actualidad la corroboran con demasiada frecuencia. Que los centros culturales españoles en Malabo (la capital de Guinea Ecuatorial) y Bata (la principal ciudad en la parte continental de la antigua colonia española) celebren el segundo festival de cine africano no debería ser motivo de regocijo, sino de mera constatación de que la vida cotidiana es agridulce, plagada de sinsabores (y más bajo un régimen que no es mejor que el egipcio), pero también de momentos gratos. Como en muchos rincones de África ahora mismo. Y sin embargo, y porque la oferta cultural guineana es harto escasa, hay que regocijarse de que los ecuatoguineanos puedan asomarse a una pantalla blanca para contemplar cómo los africanos se ven a sí mismos en el calidoscopio del cine.