
Antonio Hens y yo nos conocimos en la ECAM, Escuela de Cine de Madrid. Los dos estudiamos dirección. Yo ingresé en la primera generación y él, en la segunda. Creo poder afirmar que ninguno de los dos fuimos felices allí. Era tal la competitividad, el absurdo que se generaba en la escuela que encontrar una relación cordial y auténtica era casi imposible. Él y yo no nos relacionamos. Compartimos una ligera empatía de saber dónde estábamos, pero manejar todo aquello no era fácil. Ambos hemos demostrado ser dos supervivientes. Durante un periodo largo no tuve noticias suyas, luego supe de su primer largo, Clandestinos. Un milagro que muy pocos alumnos de la ECAM de dirección hemos logrado. Tuvieron que pasar tres generaciones para que alguien dirigiera un largometraje, con producción y distribución profesional. El afortunado fue Ramón Salazar y la película se llamó Piedras. Ramón Salazar ingresó en la escuela de cine en la especialidad de guión. Antes de la película firmó un corto titulado Hongos, uno de los más premiado del cine español. Hongos le abrió las puertas de la industria, pero, incluso para él sigue siendo difícil mantenerse en primera línea de producción. Cualquier error, cualquier fracaso se paga muy caro. La industria española no es un lugar donde resulte fácil sostenerse. Otro alumno de guión de la primera generación, Carlos Molinero, fue el primero de todos en dar el salto al largometraje. Salvajes fue una película producida también por una guionista que quiso producir: Lola Salvador. A veces los alumnos de dirección, la especialidad donde era más difícil ingresar en la escuela, pensábamos que éramos un poco idiotas. Claramente nos dejamos robar la cartera, mal síntoma para nuestra carrera como directores. Carlos Molinero igual que Ramón Salazar tienen dificultades para mantenerse en la industria cinematográfica española, imagínense el resto. Entre Piedras y Salvajes hubo algunos largometrajes más que no llegaron a las pantallas de cine o que llegaron de mala manera. Ya saben: películas que van a festivales, Filmin, algún estreno en algún espacio alternativo…, poco bagaje para tanta competición. Entre las afortunadas estamos Pilar Ruíz Gutierrez, Los nombres de Alicia, y yo, Toma 0. Pionera, ambas fuimos las dos únicas mujeres que aprobamos en las tres primeras generaciones. Desde entonces, por supuesto, ha habido otros alumnos que han llegado al largometraje. Recientemente han destacado dos producciones muy interesantes, La herida, Fernando Franco, y Stockholm, Rodrigo Sorogoyen… No saben el esfuerzo que hay que hacer para lograr algo así. Yo me he roto dos muelas de tanto apretar los dientes, encajar los golpes y seguir hacia adelante. Mi dentista me mira con muy mala cara, piensa que soy masoquista.
Volviendo a Antonio Hens. En la última edición de los Goya subió a recoger como co-productor el premio a la mejor película hispanoamericana, Azul y no tan rosa, Venezuela. Miguel Ferrari, director de la película, se puso muy nervioso, hablaba de prisa, tal vez un poco excesivo, muy vulnerable por la victoria y Antonio le tuvo que rescatar. Aprovechó la ocasión para hacer una crítica al cine español y por supuesto no hizo ningún guiño a la ECAM. Saltó a la arena como un torero, imagino que le guiaron sus antecedentes cordobeses. Me gustó su espejo independiente, transgresor, leal. Esa noche, hubo otras victorias de alumnos de la ECAM pero yo me identifiqué con el alumno no visto, no elegido para brillar, pero con la determinación de sobrevivir contra todos los elementos.
Hace unos días, paseando por el centro de Madrid, encontré un cartel publicitario con su nueva película, La partida, y volví a alegrarme; ha roto el maleficio de director con película única, ahora va directo hacia el último límite, director que es capaz de dirigir más de tres cintas. Yo acabo de iniciar la pelea por levantar mi segundo largometraje y me gustó encontrarme con su cartel decorando la Gran Vía. Me pareció un buen presagio y envidié lo bien que ha manejado las relaciones con productoras latinas.
Recordé los orígenes andaluces de Antonio y pensé en la terrible paradoja que durante unos años hemos sufrido la gente nacida en Madrid. Casi todas las autonomías, de forma escalonada en el tiempo, en la calidad y fortaleza de la apuesta, incentivaron la producción del cine. Algunos tuvieron la suerte de complementarse con el apoyo extra de sus televisiones autonómicas. Madrid fue una excepción, solo apoyó la producción de cortos y la televisión, Telemadrid, tampoco ayudó al cine. Algunas reuniones con productores eran muy breves.
—¿De dónde eres?
—De Madrid.
—Lo siento, no hay nada que hacer.
Ese mapa tenía sus fugas y algunos las encontramos y nos las prometimos muy felices, pero llegó el desierto. Ahora somos todos de Madrid, castigados, sin festivales, casi sin ayudas. Nos hemos vueltos precarios y el atasco se ha duplicado o triplicado.
Al hilo de todo esto se han presentado recientemente dos documentales a modo de reflexión sobre la realidad del cine en España que me parecen interesantes, La pantalla herida, de Luis María Fernández, y Baratometraje 2.0, de Daniel San Román/Hugo Serra. También se está constituyendo una asociación Unión de cineastas con la intención de aportar reflexión y cordura. Es evidente: sin reflexión, sin una nueva perspectiva, no saldremos de esta crisis. Todavía no he visto los documentales mencionados, pero a primera vista me ha recorrido una incertidumbre; en la publicidad de ambas experiencias, cartel y tráiler, se mantiene un escueto 10% de presencia de mujeres. Me temo que ese mínimo porcentaje se mantendrá en toda la propuesta. Es muy sorprendente comprobar que en las experiencias periféricas, vanguardistas, transgresoras, con intención claramente de conmocionar y espolear a la industria cinematográfica ese % se mantiene constante e inamovible. Es el mismo que se comprobó en el informe realizado bajo el amparo del Ministerio de Cultura. Ese maldito y revelador 10%. Creo que la coincidencia desvela muchas cosas. Se tiene intención de liderar el mundo, de cambiarlo, pero se sigue eludiendo la presencia de mujeres, y eso, sencillamente, no es bueno, ni adecuado. Y para las mujeres es agotador. Esa es la confirmación terrible; nadie nos ayuda, ni siquiera los críticos.