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Cita con Venus

 

 

Hubo un tiempo, ya lejano, en el que los hombres, especialmente los marinos, podían distinguir en pleno día al planeta Venus en el firmamento, la estrella de la mañana  o lucero del alba (Morgenland) y la estrella de la tarde (Abendland). Oriente y Occidente, auténtico epítome de la vida humana concentrado en un día. Eternidad en un día.

 

Además de dar su nombre al viernes, Venus, la diosa del amor de los romanos, ha dado lugar a un campo semántico relacionado con el amor en sus diferentes moradas: platónicas, estelares, terrenales, venales o mercenarias, pues venus en latín significaba “amor, deseo sexual, belleza, encanto, objeto del deseo o del amor”; el origen de la palabra es una raíz indoeuropea *wen- “desear, luchar, esforzarse”. Una cita con Venus, además del título de una película de István Szabo sobre el mito de Venus y la ópera de Wagner, es una cita con la fuerza motriz más poderosa en los negocios e industrias de los seres humanos, el amor che muove il sole e le altre stelle, de Dante, el amor que todo lo puede (amor vincit omnia) de Agustín de Hipona, San Agustín en religión.

 

En la antigua Roma los favoritos de la Fortuna, en particular los miembros de la gens Iulia, sobre todo el más favorito de todos: Cayo Iulio César, no perdían ocasión de traer a colación su estirpe venérea, pues a través de Iulo, su antepasado epónimo, todos los miembros de la gens creían a pies juntillas que procedían del héroe troyano que fundó Roma, Eneas, quien era hijo de la diosa Venus. Los griegos ubicaron en Chipre el nacimiento de la diosa Afrodita, cuya franquicia romana era Venus. Allí nació de la espuma del mar en una playa, como nos cuenta Botticelli en su famosísimo cuadro. Y hasta allí se dirigió en sus años mozos Julio César en peregrinaje para conocer el origen de su venérea estirpe.

 

Una noche con Venus… y cien días con Mercurio, frase que hoy ha dejado de tener sentido, que nos retrotrae a los tiempos en que en las consultas de los dermatólogos se ponía el letrero: “Piel y venéreas”. El Monte de Venus, Venusberg, además del Olimpo erótico del que logró escaparse el héroe wagneriano Tannhäuser, junto con el Delta de Venus de Anaïs Nin, constituye la metáfora o eufemismo más recurrente para referirse a los órganos sexuales femeninos, pues todos los testimonios parecen apuntar a que Venus sólo reside en ellos y no en los masculinos.

 

El 12 de febrero de 1961 los soviéticos lograron mandar al espacio una sonda para explorar Venus. El nombre de la sonda no podía ser otro que Venera. Mi amigo el músico Juan Manuel Ruiz, el Infante don Juan Manuel, le dedicó un cuarteto para saxofones, una lux aeterna en la estela de Ligeti. Esa música enigmática y el lucero del alba/estrella de la tarde, a la que ya no somos capaces de distinguir con la luz del día, seguirán acudiendo todos los días a la cita que tienen con los seres humanos, suscitando sueños de eternidad y de amor imperecedero. Eternidad en un día.

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