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Citas de ‘A través de la ventana. Treinta años estudiando a los chimpancés’, de Jane Goodall

He estado varios días con ellos, sus vidas por la jungla.

Y con ella, Jane Goodall (1934), una persona increíble y bonita.

—A menudo me fijaba en los ojos de un chimpancé y me preguntaba qué ocurría detrás de ellos. Solía observar los de Flo, tan vieja, tan sabia. ¿Qué recordaba de su juventud?

—Faben, envuelto en románticos juegos con una hembra, desapareció durante tres semanas en el extremo norte de los límites de la comunidad.

—No hicieron muchos viajes a la periferia de su territorio. Una vez viajaron lejos hacia el sur, penetrando en el territorio de la comunidad vecina de Kahama.

—Los ataques constituyen una expresión del odio que sienten los chimpancés de una comunidad por los de otra. Aunque forasteros de ambos sexos pueden provocar hostilidades, las inofensivas hembras son atacadas bastante más a menudo.

—Dos años después de los primeros signos de ruptura se hizo evidente que los chimpancés se habían dividido en dos comunidades distintas cada una con su propio territorio. La comunidad del sur, la de Kahama, y la del norte, la de Kasakela. Cuando los machos se encontraban en la zona de encabalgamiento se exhibían largo tiempo y vigorosamente; luego se retiraban, cada uno hacia el corazón de su nueva demarcación territorial.

—Patrulllar las fronteras es uno de los muchos deberes que un joven macho de chimpancé debe aprender si quiere crecer como un miembro útil de la sociedad. Sus experiencias de adulto serán muy distintas de las de una hembra.

—Llevó al bebé muerto durante más de dos días sobre su espalda y entonces abandonó el cadáver en plena jungla. Después de la muerte de su cría, Melissa pareció perder su deseo de vivir. Casi no comía nada. Con frecuencia no dejaba su nido hasta las diez de la mañana y a veces se iba a dormir tan pronto como las cuatro de la tarde. A la mañana siguiente vi a Melissa respirar por última vez.

—Recuerdo una vez que Pax, que sufría un fuerte resfriado, estornudó ruidosamente. Prof se volvió rápidamente y miró su nariz goteante; entonces cogió unas hojas y le limpió.

—El ADN humano solo difiere del ADN del chimpancé en algo más del uno por ciento.

—Y yo he tenido el privilegio, desde los primeros años sesenta, de registrar esos hechos, de compilar la historia de un grupo de seres que no tienen lenguaje escrito propio.

Acabo y cierro el libro y sé que todos estos chimpancés, con sus nombres y formas de ser, existieron, y que hoy vivirán sus descendientes y ahora quizás estarán acicalándose o pensando en alguno de nosotros o en algún papión.

O a punto de despertarse.

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