Escribo esto tomando un té matcha y escuchando una canción en bucle.
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1
—Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándome de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal.
—Este vaso lleno de perfumes es un lugar extratemporal donde no sucede nada.
—El aroma es lento. Por eso no se adecúa, ni desde una perspectiva medial, a la época de las prisas. Los aromas no se pueden suceder a la misma velocidad que las imágenes ópticas. A diferencia de estas, ni siquiera se dejan acelerar. Una sociedad regida por los aromas…
2
—La narración no es la única construcción posible de la temporalidad de la vida.
—La desintegración del tiempo lineal-narrativo no supone necesariamente una catástrofe. Hay una posibilidad de liberación. La percepción se libera de la compulsión a la narración. Comienza a flotar, se mantiene en suspenso. Entonces quedará libre para los acontecimientos en sentido pleno. Estar en el aire va acompañado del placer de acoger lo desconocido.
3
—Cuando, cuando la mano duda, entra en ella la amplitud. Solo en la vacilación, la mano se abre a un espacio inmenso. Ante la amplitud de una invocación que le viene desde el silencio.
—En el momento en que el bailarín se detiene cobra conciencia de todo el espacio. Este momento vacilante es la condición para que pueda dar comienzo a una danza completamente distinta.
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¿Dónde está el olor?: si lo encuentras, cuando lo encuentres: envía el lugar, tiempo: e iremos, completamente perdidos. Aguardemos.