Encontré este libro (de 1972) por casualidad en la biblioteca de la Universidad Adam Mickiewicz de Poznań. Lo leí en un solo viaje, en el tranvía número 8, aunque olvidé bajarme donde debía y lo agradezco. Fue debido a un fragmento, el que indico con el número Uno. Esos fragmentos (este fragmento) a los que volver una y otra vez porque esconden algo, indican algo, recuerdan, llevan a; incierto, absoluto. Finalmente, e indicado con el número Dos, el escritor me permite bajar del 8 (¿o era el 6?) y volver a casa, a lomos hostiles y centelleantes y agradecidos.

Uno – De Jai Singh se presume que hizo construir los observatorios con el elegante desencanto de una decadencia que nada podía esperar ya de las conquistas militares, ni siquiera tal vez de los serrallos donde sus mayores habían preferido un cielo de estrellas tibias en un tiempo de aromas y músicas; serrallo del alto aire, un espacio inconquistable tendía el deseo del sultán en el límite de las rampas de mármol; sus noches de pavorreales blancos y de lejanas llamaradas en las aldeas, su mirada y sus máquinas organizando el frío caos violeta y verde y tigre: medir, computar, entender, ser parte, entrar, morir menos pobre, oponerse pecho a pecho a esa incomprensibilidad tachonada, arrancarle un jirón de clave, hundirle en el peor de los casos la flecha de la hipótesis, la anticipación del eclipse, reunir en un puño mental las riendas de esa multitud de caballos centelleantes y hostiles.

Dos – Basta entrar en la noche pelirroja, aspirar profundamente un aire que es puente y caricia de la vida, habrá que seguir luchando por lo inmediato; porque lo abierto sigue ahí, pulso de astros y anguilas, anillo donde la conciliación es posible, donde anverso y reverso cesarán de desgarrarse, donde el hombre podrá ocupar su puesto en esa jubilosa danza que alguna vez llamaremos realidad.

¿Cuánto se lucha? ¿Cuánto lucha? ¿Cuánto cuesta? ¿Cuánto vale? ¿Cuándo? ¿Desde dónde? ¿Con quién? ¿Y con quién?

Danza.