Ya lo advierte el autor (de origen egipcio copto e hijo de un pastor protestante, nacido en Puerto Sudán en 1937) al inicio del libro: hay erotismo y obscenidad, protesta: su escritura no será bien recibida allí. Actualmente vive en Ámsterdam con su familia. Recuerdo a Juan Goytisolo y lo que decía: el deseo (sexual, también) nos levanta y muestra, a veces combate y requiere.
*
—Yo quería que todo el mundo, pero sobre todo las chicas, me tratasen como al niño pequeño al que se deja entrar en la habitación cuando ellas están echadas en sus camas o se están cambiando la ropa.
—El olor del cuerpo de Rina lo tengo aún en la nariz; me lo represento como una mezcla de jabón de tocador, de agua fría y limpia, de hojas de lalob, de alheña; las orillas del Nilo aquí, en Naqada, me evocan ese olor, y me entran unas placenteras ganas de llorar.
—Yo pasarle una mano por debajo de su amplia bata y sentir su carne caliente mientras repasábamos la conquista de Egipto.
—No sé muy bien qué fue lo que liberó nuestros cuerpos, lo que rompió sus ataduras. Tal vez la oportunidad, el momento preciso. Esa extraña armonía que hay en los movimientos de los animales salvajes.
—No perdía detalle de su cama, de su rostro, en el que quedaban trazas de belleza, de sus uñas con el esmalte desconchado, de su crudo diccionario. Y su cuerpo relajado.
—Creo que el sexo era el termómetro del que obtenía indicaciones claras de cómo se movía interiormente la sociedad egipcia.
—Su cuerpo palpitaba entre mis manos mientras ella seguía abriéndoseme, descubriéndome la desnudez que traía cubierta, jadeando, liberando su lenguaje, su dolor y su ruido. Su cuerpo se empequeñecía y crecía. Me enviaba tanta luz a los ojos que los oculté en sus senos.
*
—Yabaná (el café sudanés, hecho con las cáscaras frescas del grano).
—En Sudán no nos hacía falta agua caliente, pues casi todo el año estaba a buena temperatura.
—Lamyá encontró en mí a un oyente atento y apasionado por los detalles individuales y colectivos de la vida de todos los días.
*
—después de aguantar que los negreros primero árabes y luego europeos los secuestrasen para hacerlos esclavos en los palacios califales primero en Damasco y después en Bagdad y después en Estambul y que los exportasen a los campos de algodón en las nuevas tierras de América del Norte o en las colonias francesas en el Norte de África o en las colonias españolas y holandesas en el Caribe y aunque los árabes y los europeos y los americanos se hayan librado ya de ese horror
—y los polacos en el primer país socialista que visité se reían de mí y me trataban de tontaina por haber pasado varios años de mi vida en la cárcel a causa de unos principios de los que ellos estaban deseando librarse buena fue pues mi decepción y mi dolor en mi primer Estado socialista después de la cárcel y el desierto y los suizos a los que limpiaba los wáteres en mi condición de criado solo un punto por encima de la de esclavo la cosa es que yo quería saber de qué iba el capitalismo y la verdad es que me enteré bien.
*
—¿Puede ir uno a una manifestación sin fijarse en los culos de las tías que van delante?