El escritor recuerda, Polonia antes de la guerra, él en Polonia, antes de llegar a Argentina y quedarse por mucho tiempo.
Otra época, un libro que me traje desde Madrid a Poznań, vía Berlín.
Acaba así:
—Comprendí: era el Anschluss. Hitler estaba entrado en Viena.
Pero antes:
—Los judíos jugaron un papel tan particular y tan destacado en el desarrollo polaco de aquellos años, que es imposible no hablar de ellos. A mí me atrajeron desde mi temprana juventud, me gustaba su vivacidad intelectual, su espíritu inquieto, su sentido crítico y su racionalismo, y al mismo tiempo me proporcionaban alegrías formidables, ya que abundaban en debilidades y ridiculeces.
—Conversando de cosas misteriosas, prueba evidente de una convivencia establecida desde hacía siglos.
—Descubrí esa particularidad suya, en la que podía moverme con una libertad infinitamente más grande, ya que tenía en sí misma algo de locura y algo incontrolable.
—Poco a poco comencé a darme cuenta de que ese mundo judío incorporado al mundo polaco tenía una importancia extraordinaria como elemento explosivo, y que era una de nuestras mayores oportunidades elaborar un nuevo tipo polaco, con una forma moderna, capaz de encarar el presente. Los judíos eran nuestro trazo de unión con los problemas más profundos y complejos del universo.
—Existía entre nosotros una unión espiritual que no tenía nada de superficial. ¿Quién fue el primero que se atrevió a poner todo su entusiasmo a mi favor sino mi gran y tan llorado amigo Bruno Schulz? ¿Quién me abría el camino en la Polonia de antes y después de la guerra sino Artur Sandauer? ¿Y en la emigración quién me apoyó aparte de J. Wittlin? Los judíos siempre y en todas partes han sido los primeros en comprender y sentir mi trabajo de escritor.