Tragedia y desconsuelo: Rafael Pérez Gay
El destino juega a los dados con nuestras vidas. Después de un simulacro en el aniversario número 32 del sismo de 1985, un terremoto cimbró a la Ciudad de México y a los estados de Puebla y Morelos. Si entendí bien, la magnitud fue de 7.2. En mi memoria, este sismo fue más violento que el del 85. Hasta donde pude ver, la destrucción fue menor, pero las escenas desesperadas, trágicas, inauditas recuerdan aquel día infausto de septiembre. Mientras desalojaba la casa con miedo y desesperación, un estruendo de derrumbes ensordecía a los vecinos. Y luego, la certeza de quienes sabemos medir en nuestro pecho la intensidad de un temblor: dificultad para salir de la oficina, gritos, miedo. Por cierto, cayó la madre del Monumento a la Madre.
Caminé por las calles de las colonias Condesa y Roma, como lo hice hace 30 años. Entonces me afectaban menos las catástrofes naturales, en la caminata me revienta el alma el derrumbe, la desesperación, el olor a gas, el polvo. No creo exagerar si digo que nunca había visto tan afectada la colonia de mi vida. En la esquina de la calle de Laredo y Amsterdam, un edificio ha caído. He pasado mil veces por esta esquina y ahora no sé cuantos pisos tenía este edificio. ¿Seis, siete? Después del temblor se ha reducido a la nada. Y entre los derribos hay personas atrapadas. La primera lección cívica de esta tarde ocurre frente a este derrumbe: una larga fila de hombres y mujeres retiran derribos en carritos del súper. Alguien pide silencio a la multitud: queremos oír si alguien pide ayuda entre los escombros. Me perturba pensar que he visto a los vecinos de ese edifico en mis paseos por la colonia, en las tiendas, en los bares.
Camino, me cruzo por las calles que huelen a gas con rostros de vecinos como el mío, rostros un poco de fantasma, otro poco de seres caminando por las calles oscuras de la tragedia. La cantidad de edificios afectados que he visto es impresionante…
Grandes y caudalosos ríos de gente a la mitad de las calles fundan civilizaciones de miedo en las orillas de estos cauces. Fachadas derruidas, muros abiertos en canal, ventanas descuadradas y sin vidrios. Nunca vi nada igual en mi colonia. Esos bastimentos tendrán que ser derruidos sin duda. No sé de esto, pero si digo 20 edificaciones no exagero. En Amsterdam y Cacahuamilpa otro edifico se ha venido abajo. El Ejército ha llegado e impone un orden excesivo que destruye la cadena civil que a mí me admira y me llena de orgullo. Nadie puede pasar. Váyanse a sus casas. No salgan. No asomen la nariz.
Paso la frontera de la colonia Condesa y el espectáculo es aún peor en la Roma. En Querétaro y San Luis Potosí, un derrumbe. Derribo quiere decir personas entre los escombros. Los edificios caen en posturas estrafalarias: de lado, acostados, completos, en partes. Desde luego no soy de los que piensan que el gobierno es el culpable del sismo. Al contrario, me parece que hemos avanzado mucho en prevención civil. Colonia Roma: hombres y mujeres cierran sus departamentos y huyen del lugar de los hechos. Me pregunto si tengo miedo; sí, mucho. El Ejército ayuda, pero le da a la situación trágica un toque aún más oscuro. Las noticias no pueden ser peores: tres escuelas colapsaron con sus maestros y sus alumnos dentro, incendios de centros comerciales.
La solidaridad es una forma de conectarse con el sufrimiento de los otros, sin esa conexión no existe el apoyo: Slim abrió el internet, lo mismo que AT&T. No deja de llamarme la atención que Soriana, Walmart, Superama, no movieron un dedo. Esperan para vender mercancías y hacer negocio. Las tiendas cierran sus puertas, incapaces de generosidad alguna. ¿Qué les pasa?
Las catástrofes muestran la cara de una sociedad. Hasta ayer, a propósito de los feminicidios, yo estaba decepcionado de mí y de la gente. He cambiado de opinión: los buenos son más. He visto personas con palas y picos y marros, personas con agua, medicinas, una hora después del sismo, personas que levantaban piedras, personas ayudando a otras personas. No compartiré la idea de que los gobiernos local y federal son culpables de algo. Pero sé que lo leeré reproducido por los diarios y traído por los partidos de la oposición en un acto de mezquindad sin límites.
Regresé a las calles de mi infancia sin aliento y cansado, impresionado y triste oyendo un radio de transistores que daba noticias de muchos lugares de la ciudad donde ocurrió una desgracia: Lindavista, Ecatepec, Centro, Narvarte, Del Valle, Condesa, Roma. Todo esto ocurrió el día del simulacro del sismo de 1985. Oigo una noticia: 20 niños muertos y 30 siguen debajo de los escombros. La muerte siempre llega a tiempo. La tragedia, el desconsuelo
Publicado originalmente en el diario Milenio y reproducido con autorización expresa de su autor.