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AcordeónCiudad Juárez y la insubordinación de la lengua. Ironía y creatividad verbal...

Ciudad Juárez y la insubordinación de la lengua. Ironía y creatividad verbal contra la muerte fronteriza

ELG

I

Pónganse truchas porque es tiempo de hablar sobre tirar barra.

 

II

La geografía y el clima ha condicionado la forma en que los habitantes del desierto conciben el lenguaje, desde los pueblos indígenas de la región de la apachería hasta los nuevos juarenses que emigraron aquí después del boom de la industria maquiladora.

En esa ruta es posible afirmar que Ciudad Juárez es un vasto y poderoso salar capaz de derribar fronteras idiomáticas y trascender otras gracias a la geografía y amalgama de su imaginario popular.

Cochar es un termino referido a la acción de hacer el amor y bien cura alude al adjetivo de muy divertido.

Hijas errantes del habla profana, ambas acepciones han sobrevivido al margen de la ley y lejos de la aprobación del decálogo universal. En ese sentido, los neologismos juarenses aluden la existencia de una zona en mangas de camisa, sin tiempo para la hipérbole, como se conoce, y extraña al uso metódico del hipérbaton.

En una planicie donde el agua escasea, los fronterizos se han convertido en atrevidos surfistas del sentido del humor y en navegantes ingeniosos de la espontaneidad y el desacato. En abono a la llaneza y buena salud de todas sus herejías, han logrado pisarle los callos al mundo formal mediante el uso de la punzante carrilla. No conformes, le han tirado dedo a la labia académica y se han negado a pactar con el boato y los artificios de la letra escrita.

En su larga historia de insumisión, son los mismos que en 1528 sacaron a flote las patrañas de Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, se mofaron de su falsa dicción y dejaron al descubierto su cátedra embustera. De este conquistador, se dice, fue un malogrado aventurero que cruzó por rutas marítimas y terrestres equivocadas. Decenas de sus acompañantes murieron de hambre y sed y sus barcos zozobraron a cientos de millas de Ojinaga, un pueblo fronterizo de ardientes brechas y azarosos cañones.

Quizá sea ese el origen de la escama que esta tierra guarda con respecto a los catrines Montblanc, esos míster dilectos, canónicos y de levita que la Academia ha confeccionado como defensores de la pureza gramatical.

 

III

Bajo la luz más deslumbrante del planeta, para los residentes del desierto son innecesarios, se diría inapetentes, los enredos de la perífrasis. Sin embargo, su sombra no ha oscurecido el florecimiento de la expresión poética, disrupción que ha trazado en estas tierras desde paisajes alegóricos –

irisados de fabricas expoliadoras, ruteras paleolíticas y suburbios depauperados–, hasta viajes salobres de una diáspora remota reencontrada en el vientre de una ciudad maternal.

La frontera hace el paro en virtud de su inapelable heterotopía, acoge lo ajeno como propio y se repiensa más allá de los limites de lo imaginado.

 

IV

Ciudad Juárez es una ciudad transcontinental nacida en las riveras del Bravo y contigua a uno de los países mas racistas y gansteriles del orbe. Abrir la casa de las palabras en esta esquina del mundo significa acceder a otras que despuntan como cactus en la piel de una inabarcable planicie extraordinariamente seca. Las alegorías vagan desnudas en el desierto en búsqueda de su antiguo encanto. Quién duda que en lugares como estos la exquitez se vuelve innecesaria y la franqueza norteña, como se conoce, trascienda su mito fundacional para convertirse en traductora de antiguos y tortuosos periplos a través de los cuales los pueblos insurrectos marcaron el porvenir.

 

V

La rebelión del lenguaje no es cuestión de destreza en boca de expatriados. Es esgrima con que se batalla y resiste en regiones extremas dominadas por el dinero. Tirar barra es una frase sucinta que recrea experiencias vitales en el bordo. Representa asideros que son a la vez suma de hábitos gozosos en una ciudad donde los temores parecen infundados y las amenazas contra la existencia se han normalizado.

En estos sitios, hay que decirlo sin recelo a equivocarse, se le teme más a la “chota culera y a los tránsitos abusones” que al narco elevado en sus trocotas novelísticas y desmesuradas.

 

VI

En tierras baldías, como la nuestra, las aves migratorias detienen su vuelo. Depositan su sello identitario en las profundidades de la arena para evitar que lo efímero prevalezca sobre lo irrevocable. Mientras, los juarenses erigen ermitas placenteras para crecerse sobre sus propias flaquezas y recrearse sin que les aguite su hibridismo cultural.

En ese entorno, cobra sentido la frase: tirar barra, una expresión que reafirma el hecho de estar a gusto, de asirse a un lugar determinado, mientras se disfruta uno de las más sofisticados y proscritos sinónimos del ocio: tirar hueva. Su significado remite no solo a la comodidad de un sillón frente al televisor, con unas guamas en el refri, sino a lugares inevitables destinados al remanso y a la tregua del caos social. Cercadas por la inclemencia de climas extremos, las barras en Ciudad Juarez son sitios complacientes donde sicólogas en minifalda sirven tragos a viejos solitarios en busca de cobijo ante los desafectos de la vida familiar.

Y si a este salto dialógico le faltara algún otro ingrediente ecuménico, hemos de decir que en Don Beto hay una heroica mesa de billar y que en el Gato Félix suena una fulgurante rocola frente a la que la clase proletaria reivindica su derecho a la fiesta.

 

At long last, love has arrived
And I thank God I’m alive
You’re just too good to be true.

 

No tan lejos de ahí, en una calle sombría del centro de la ciudad, vibra el Viejo Oeste, una barra donde hermosas hembras vestidas de buchonas sirven cerveza y carne asada los domingos a ávidos parroquianos enfermos del corazón.

VII

A los zarpazos de la ira, convertida en odio contumaz –que alguna vez asaltó al cuerpo como monstruo despótico en los eriales–, debe atribuírsele la germinación y brote de nuevos signos del habla. Entre 2007 y 2011, uno de los periodos más oscuros y descarnados que recuerden los juarenses, los bares y cantinas fueron blanco favorito de la violencia homicida. Muchas de estas basílicas fueron quemadas y del reguero de muertos dejados entre sus muros, los vivos reinventaron un verbo fatal: sicarear. Sin rodeos, dicha conjunción resignificó el rostro de una ciudad melancólica y sin ley atrapada entre las fauces de la impunidad policial.

En una ciudad donde los recelo se exorcizan mediante el colmillo de la filosa carrilla –método del homo ingenius que disipa broncas a punta de risotadas y que en muchos casos evita que la sangre llegue al río– se escucha la voz de un joven que le grita a otro de calle a calle: “!No te había visto, morro; neta, pensé que te habían sicareado!”. De la frase salta la huella verbal, el registro cognitivo de la violencia envuelta en el árido celofán de la ironía fronteriza.

Enranflar es una derivación de la palabra ranfla, un pochismo, cuya raíz idiomática proviene del verbo inglés to run. Su uso en las zonas fronterizas del norte mexicano adquirió carta de naturalización a la sombra de los pachuquescos años de mediados del siglo pasado. Sin embargo, en los suburbios de Ciudad Juárez, me dice Ricardo Luna, un desobediente lingüista del bordo, enranflar alcanzó ominosa notoriedad a raíz de que la violencia calderonista ganó las calles. De hombres sometidos por la fuerza e introducidos a las partes traseras de los vehículos en una noche oscura y helada se decía que habían sido enranflados.

 

VIII

Cuando los artistas de abajo escalan las cúspides del poder y recuperan las tablas de expresión que les han sido arrebatadas, hay mucha rebeldía en su contenido. Su declarada irreverencia en el uso del lenguaje frente a las cámaras puede interpretarse como testimonio de su desazón de ser parte de una escena que usa los efectos de la risa para contener la ira de los marginados. Es el caso de Tin Tan, nuestro Pachuco mayor, cuya irreverencia discursiva impactó la cinematografía mexicana de mediados del siglo pasado.

Nacido en la Ciudad de México, pero creado en las veredas urbanas de la frontera juarense, Tin Tan cautivó al país y al resto de las audiencias latinoamericanas mofándose de sus clases encumbradas. Señas del lenguaje fronterizo, aparecieron en el celuloide en boca de un comediante que no se ceñía al libreto ni a la historia original y cuya actuación insistía en desacralizar el status quo, guía natural de una burguesía robusta y oronda de la época.

Mientras las clases altas reían a hurtadillas y calificaban, a la hora del té, la actuación tintanezca como producto de los arrabales, el actor ahondó en lo profano y conquistó el trofeo del artista más taquillero del momento con las manos en la cintura.

Entre la mordacidad y candor de un relato surgido de los sótanos, Germán Valdez adelantó en décadas al cine mexicano, incluso en contra de los prejuicios de clase de sus propios productores. En tiempos en que el país suspiraba por dejar atrás su rastro rural y el PRI se imponía como modelo de poder vertical y homogéneo, Tin Tan derribaba fronteras lingüísticas que la pantalla gigante y, después, la TV aprovecharían para ganar audiencia y afianzar su causa como nuevos y poderosos medios de control social.

No fue su gesticulación desmesurada ni su vestimenta a lo Zoot Suit lo único que cautivó del personaje a los intelectuales. Fue también su lenguaje desenfadado. Carlos Monsiváis puso el acento de la crítica en una semántica llevada al cine por primera vez por un artista fronterizo. El escritor calificó a Tin Tan, el vato surgido del barrio, como “el primer mexicano del siglo XXI”. Sustentó su tesis al señalar que Germán Valdez “hablaba spaninglis”, cuyos retruécanos representaban la lengua del futuro y que por lo tanto “algo muy nuevo” estaba ocurriendo en la pantalla.

 

IX

Tirar paro/camellar/ajuarear/chuletear/pushar/botanear/whashar/caniquear/capear/trinear/teoriquear/apañar/hainear/yonkear/dompear/enranflar/sixtinear/vamos al chuco/hacer varo/darse baño/tramo/calcos/chingamadral/longo/el shori/nothing por la magofin/tirar al lión/dar el volteón…

 

X

Recorro el paisaje habitual en que aflora la inventiva de las palabras. Estaciono el auto en las inmediaciones de Satélite. Los barrios y sus voces han sobrevivido a todas las batallas. Los satelitienses siguen allí. Amantes de la épica, persisten en el sur oriente fronterizo con su acento y caló inmunes, como muchos otros pobladores tatuados por la historia de las villas marginales. Son memoria de comunidades parlantes que se cosen aparte. Con el viento helado del ultimo invierno en la cara, los escucho. Conversan en las trastiendas de esquina en espera que Antonio de Nebrija se atreva a cruzar sus puertas. El desafío probaría si el conquistador de la lengua es capaz de sacudirse de la marca displicente de la vieja retórica. De aceptar el reto, tendría que acudir a la cita despojado de su clásica arrogancia. Habría de asistir dispuesto a vestir un nuevo ropaje. Uno más ligero y luminoso. Se trata solo de caminar a la par de esas otras voces seglares y reconocer la diversidad de una era gramatical, cuya semilla –ciertamente venida de lejos– sigue germinando en el yermo.

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