Home Mientras tanto Ciudadanos y cómo ha determinado la historia reciente de las derechas españolas

Ciudadanos y cómo ha determinado la historia reciente de las derechas españolas

 

Cualquier momento puede ser bueno para evaluar cuál es la aportación de uno a la familia o al hogar en el que vive, la empresa en la que trabaja, el grupo de amigos a los que ve cuando puede… o al país que quiere llegar a gobernar un día. Y eso suele suceder sobre todo en las crisis, cuando los proyectos, sean de vida, sean políticos, empiezan a hacer aguas… o se reordenan. Hoy, una semana después de que Albert Rivera decidiera desvincularse de Manuel Valls hurtándole a éste tomar su propia decisión que iba a ser esa misma, y justo cuando se han producido tres sonadas deserciones de las filas naranjas, puede ser interesante reflexionar sobre la influencia de Ciudadanos en la política española.

Si con mucha razón se dice que la figura de Pedro Sánchez le debe mucho a Pablo Iglesias y a Podemos (la propia construcción de sí mismo como personaje público, la subsiguiente épica y turbulenta historia hasta hacerse finalmente con las riendas del PSOE y después llegar al Palacio de la Moncloa), es posible que los episodios que ha vivido la derecha española en los últimos años, sobre todo en el último, tenga mucho que ver con la irrupción de Albert Rivera en la política española. O, mejor, con su desembarco en Madrid en interrelación con el desarrollo del Procés y la fecha clave del 1 de octubre de 2017.

La dureza, la beligerancia en las formas y el lenguaje (a los que no se da la suficiente importancia a la hora de crear conciencia, sea buena, sea mala), la nula propensión al diálogo y la censura de todo intento contemporizador con la cuestión catalana fueron los ejes vertebradores del discurso de Ciudadanos en los dos últimos años. Ese modo de actuar enervó los ánimos en las calles y sembró o hizo aflorar un nacionalismo español que germinó en forma de banderas en muchísimos balcones. Y pudo crear un caldo de cultivo sobre el que quizás luego prosperarían otros.

Albert Rivera pidió un 155 contra Cataluña antes que nadie. Criticó a Rajoy por arrastrar los pies con esta cuestión. Y hasta hace poco seguía exigiendo aplicarlo de nuevo contra el Gobierno de Torra como transacción a la hora de buscar sus apoyos para la formación de Gobierno.

La actitud de Rivera y de Ciudadanos, el miedo a que su beligerancia anti-independentista le diera réditos, sumados al descontento que probablemente una parte del PP o de las bases conservadoras sentían ante la gestión de Mariano Rajoy y la de Soraya Sáenz de Santamaría sobre la cuestión catalana, además de ante la económica (recordemos las subidas de impuestos acometidas por el exministro de Hacienda Cristóbal Montoro) auparon al ala dura del PP que representa Pablo Casado y que luego se ha replicado en plazas tan importantes como la madrileña.

Pablo Casado reivindicó su victoria en las primarias del PP como una vuelta a los principios que nunca debería haber abandonado su partido (¿y que cedió a Ciudadanos?) y que tienen que ver con dos cuestiones, fundamentalmente: el nacionalismo español y el liberalismo económico. Justo los dos baluartes de los que presumía el Albert Rivera que llevaba tiempo siendo ojito derecho de José María Aznar. Ello, aderezado por otros elementos que veríamos durante el verano pasado, cuando hubo una competición entre Casado y Rivera por visitar Ceuta el primero después de una llegada de inmigrantes de la que resultaron heridos varios guardias civiles, y por expresarse en términos alarmantes sobre las personas que llegan a las costas españolas. ¿Un elemento más que contribuyó a popularizar el discurso, en este caso anti-inmigración, de la ultraderecha?

Y ello, por no hablar de la alarma creada con la ocupación de viviendas o los manteros, con algún vídeo de Ciudadanos para olvidar.

Sea como sea, el alma democristiana del PP, lo que moderaba su agenda socioeconómica, nunca excesivamente benévola, pero respetuosa con ciertos mínimos, parece aniquilada. Y, posiblemente, Ciudadanos tiene algo que ver en ello.

La combinación del ala dura del PP y un Albert Rivera nada tibio no hacía augurar nada bueno en la derecha a partir del verano pasado.

La hipótesis más importante que en este texto se trasluce es si el comportamiento de Ciudadanos, que muy probablemente ha influido en los últimos acontecimientos vividos en el Partido Popular, ha contribuido a generar y popularizar el discurso necesario para que un partido como Vox saque 24 escaños en las últimas elecciones generales.

Quizás haya que añadir una cosa más: pese a la violencia verbal que emplea Ciudadanos, el público lo ve como un partido voluble, que lo mismo ha sido capaz de permitir el Gobierno de Mariano Rajoy como de llegar a un acuerdo de Gobierno con Pedro Sánchez en 2016 o como de sostener a Susana Díaz en Andalucía la pasada legislatura.

A veces lo que sucede es que un partido expande un mensaje y el electorado al que ha convencido escoge la opción que le parece que va a defender con mayor convicción esas ideas. ¿Ha podido suceder algo así?, ¿no ilustra muy bien eso que dice Abascal de la derechita cobarde, por el PP, y la veleta naranja, por Ciudadanos? ¿No ha pretendido Abascal subirse en hombros de los dos presentándose como el auténtico?

La regeneración que vendía Ciudadanos cuando llegó a Madrid, el foco en la gestión y en las políticas que convirtieran a España en Dinamarca… si es que alguna vez fueron algo más que lemas o modos de acercarse a una base electoral joven y liberal(másbienconservadora), han quedado enterrados por sus actos (como seguir apoyando al Gobierno de la Comunidad de Madrid, del PP, tras el desgraciado caso Cifuentes, o como pactar con la ultraderecha llevándola a puestos de poder negando que lo está haciendo y con el PP aceptando actuar de sujeto interpuesto porque no tiene más remedio si quiere tener poder institucional, y ello, mientras veta al PSOE, al que dedica preciosos epítetos, al igual que a Unidas Podemos). Y también sus presuntas primeras buenas intenciones han quedado borradas por sus palabras, cada vez más duras, más agresivas y más frentistas.

En definitiva, ¿qué se puede decir después de cuatro años, de esas elecciones generales en las que Ciudadanos también, como Podemos, dio la gran sorpresa al desembarcar con un buen número de diputados en el Congreso? Su juventud, su modernidad, su pretendido liberal-progresismo, parece que ahora sólo emponzoña.

 

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