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Mientras tantoClips en los dedos

Clips en los dedos


Suena Get Lucky, de Daft Punk

 

Después de ver Laurence Anyways (Idem, 2012), a nadie puede asaltarle la duda de si esta es una obra absolutamente madura, a pesar de no haber visto He matado a mi madre (J’ai tué ma mère, 2009) y Los amores imaginarios (Les amours imaginaires, 2010), las dos películas anteriores de su director, el quebequés Xavier Dolan, y a pesar de que este tan solo tenga veinticuatro años. Lo que podemos asegurar es que no sabemos hasta dónde puede llegar un cineasta que evidencia sin tapujos semejante talento, pero, sobretodo, que no tiene miedo, que no duda, que no le importa equivocarse, y, todavía más, volver a hacerlo. Y no se trata de justificarlo como si sus errores fueran pecados de juventud, intentos de llamar la atención, de provocar al personal. Abstengámonos a partir de ya de caer en semejantes argumentos porque caeremos en la más grande de las banalidades.

 

 

 

Y eso que el material de partida puede ser el abono perfecto para ir estrellándose en toda una serie de muros que llevarían garabateadas palabras como: tópico, provocación, morbo, escándalo, etc. La historia a lo largo de una década de Laurence, profesor de literatura, que vive una relación con Fred, directora de producción de cine y publicidad, que un día confiesa que se siente morir porque se da cuenta de que en realidad no se siente un hombre sino una mujer, es un terreno a priori resbaladizo pero que la película va a superar saltándose cualquier convencionalismo. Y es que aquí las cosas no van a resultar tan sencilla. No se trata de una salida del armario al uso. Laurence se siente mujer, pero no es homosexual. Sigue amando a Fred, quiere conservar su relación, compartir con ella, tal y como el afirma, esta especie de revolución. Una revolución que, sin embargo, hallará la inevitable oposición familiar, el definitivo rechazo por parte del centro educativo en el que trabaja –a pesar de la aceptación inicial, en una memorable aparición, travestido, en el aula en la que imparte clases- y la conflictiva relación con Fred.

 

Todo podría haber seguido bajo el esquema que dibujarían esas líneas dramáticas, introduciendo la habitual denuncia contra la intolerancia de cierta sociedad nada predispuesta a tolerar la heterodoxia –discurso que aparece breve y efectivamente apuntado-; exponiendo el conflicto de identidad del protagonista, enfrentado a su verdadera naturaleza por culpa de la educación recibida, de los valores inculcados; etc. Sin embargo, Laurence anyways tiene un alcance mucho mayor porque se erige en un monumental melodrama a través del cual no solo seguiremos el proceso de conversión que vive el protagonista, sino también la historia de encuentros y desencuentros, en una historia de amor imposible, que determinan la vida de ambos. Laurence y Fred se aman pero les resulta imposible vivir juntos –o juntas-. Al proceso de cambio del primero se une el intento infructuoso por parte de ella de asumir que el hombre al que ama quiere convertirse en una mujer.

 

 

El melodrama como género, y su romanticismo exacerbado sin miedo al ridículo, y los conflictos que genera la búsqueda de una identidad sexual nos traen indudablemente a la memoria a un cineasta como R. W. Fassbinder, sin embargo, acudir a referencias no nos garantiza tampoco ninguna clave, porque si Dolan las tenía presentes estas se desvanecen entre sus imágenes y porque para el espectador no resultan necesarias para dotar a la película de una dimensión mayor. Y por supuesto me niego –como se ha podido leer por ahí en alguna referencia demasiado miope o gratuita- a establecer relaciones con el cine de Pedro Almodóvar. Ni asomo de los aspectos más undergruound e irreverentes de los inicios del director manchego y, sin duda, ninguna intención, en principio, por parte de Dolan de convertirse en una marca, una firma que atienda más al personaje creado que a la obra.

 

¿Puede un cineasta veinteañero poner semejantes dosis de arrojo, grandilocuencia y seguridad a través de una película como esta? Esa es la pregunta que afirmativamente nos contesta Laurence anyways. Cercana a las tres horas de metraje, el film no esquiva en ningún momento el exceso, el atrevimiento, a pesar de que ello conlleve a veces un simbolismo obvio, una poética arbitraria y cursi, en el peor sentido de la acepción. No importa si lo que se pone de manifiesto es la búsqueda de una manera de expresar las cosas que tampoco se autoproclama original –porque ahí está presente la estética del videoclip de los años ochenta y noventa del siglo pasado- ¡Qué más da! Se trata de ir al límite en todos los sentidos, de dejarse llevar por el torrente de ideas estéticas, por el caudal de emociones que nos suscita esta historia de amor que se rompe a jirones pero que no acaba de hacerlo definitivamente, y, por encima de todo, por el profundo humanismo con el que se muestran los personajes y sus irresolubles contradicciones.

 

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