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Cocaína en el Arrecife de Villoro

 Crosing Frontiers is my profession

J. G. Ballard

 

 

Juan Villoro fue quien me habló por primera vez de Cocaine Nights. Había salido del tubo de las escaleras del subway neoyorquino, y nos habíamos metido en un restaurante de mafiosos en la Pequeña Italia del Bronx. Villoro me la recomendó (a mi pedido) en una lista breve donde la novela de J. G. Ballard ocupaba –a buena distancia– el primer puesto. Le brillaron los ojos al decírmelo y pensé, tan poco perceptivo como yo soy, que la clave para la preferencia estaba en el título. Después, poco antes de despedirnos, mencionó que se estaba por publicar su nueva novela. Sólo supe que aparecería en Anagrama.

 

No encuentro ninguna referencia directa al nombre del autor de Cocaine Nights en el texto de Arrecife. No sé si la haya. Sin embargo, el balneario mediterráneo de Ballard, el Club Náutico de Estrella del Mar, se transforma en el sauna cancunesco de Kukulkán, un refugio turístico para aburridos, el destino que se anuncia con fotos de personajes que transpiran adrenalina, un antídoto contra el tedio que se podría vender muy bien en los trenes silenciosos del primer mundo.

 

Mientras los demás negocios turísticos cierran a su alrededor, Kukulkán prospera. El gancho es la aventura. En esa clave escriben la historia Mario Muller y Tony Gongora, los dos amigos de infancia y rockeros en edad de retiro (ambos sufrieron una fama de sótanos estrechos y oliendo a sudor con su banda Los extraditables) a quienes la maniática perseverancia de Muller y la triste y desubicada falta de interés por el destino que tiene Gongora, los pone a trabajar en el mismo resort, a escribir su futuro en un complot que se describe en Arrecife como el descubrimiento de un asesinato.

 

El libro tiene los ingredientes básicos de un policial. Entretiene  al lector con los juegos de palabras, las descripciones lúcidas y punzantes de la sociedad mexicana y sus diferentes representantes arquetípicos: el drogadicto fracasado, el emprendedor condenado, el policía corrupto, los narcos, los sobrevivientes de la era del rock y de las distintas revoluciones subterráneas mexicanas que reaparecen en la novela de la manera más imprevista.

 

Tony es el perfecto sobreviviente desorientado que le gusta a Villoro. Un observador de mente ágil a pesar del deterioro, un memorioso que contempla detalles y es capaz de establecer enlaces inusitados y de dibujar nexos que nunca vimos, para que existan para siempre. Tony vive rodeado de peligros, es torpe. Muchos no lo mataron sólo porque es una pérdida de tiempo. Hace de detective: emplea las neuronas que sobrevieron a sus autogolpes y múltiples adicciones para demostrarle al lector que se puede parecer un completo imbécil y ser el tipo más listo de la habitación: un típico personaje de Villoro.

 

El desmembrado es quien mejor siente, el cojo es quien mejor se mueve en los pantanos del Arrecife. Amparado por esa aura de testigo intocable, un caminante preguntón y algo torpe se pasea por un universo de reglas corruptas, se transforma en el oído al que cada uno de los habitantes del libro quiere contarle su desgracia y justificar el pecado inconfesable que lo hizo descender a los infiernos.

 

No estoy seguro si Arrecife es una especie de palimpsesto escrito sobre Cocaine Nights. Mas bien parece un sueño alternativo,   donde ciertas claves esenciales del libro de Ballard han sido recreadas y enriquecidas con los ingredientes que aporta otro soñador. De todos modos, ambas novelas son tratados de un mismo problema: el ser humano y sus múltiples relaciones con el fracaso.

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