Qué bárbaro lo que está ocurriendo en Guinea Ecuatorial. Los nativos no saben quiénes son. Las víctimas del éxodo rural, procedentes de Rio Muni, hoy están repartidos por todo Malabo y sus aledaños, creando nuevos barrios, sin agua y sin respiración. Existen urbanizaciones, esto que llaman «viviendas sociales», que están bajo el estricto control de los amos del poder. Hay 100 señoras y señores que lo acaparan todo y crean una cosa que no vamos a entender jamás. Y es que si alguien llegara hoy a Guinea se daría cuenta de que el paisaje humano ha cambiado y crecido tanto que los acaparadores se ponen las botas. ¿Puede creer alguien que la furia acaparadora es tal que la pequeña agricultura de subsistencia que había en los aledaños de Malabo desapareció? Al hablar de esto, nos gustaría saber si la gente del régimen ve alguna necesidad de crear leyes sobre el suelo, y con miras en una eficiencia ecológica. Porque un servidor no entiende que hubiera infectas chabolas en el centro de Malabo, que el intragable Campo Yaounde siga allí y la gente estuviera construyendo detrás de Basupú, privándose, a la vez, de alimento, aislando, a su paso, a las comunidades nativas existentes.
Pues con esta tontería en el cuerpo, en el de ellos, nos enteramos que cierto general del ejército convertido en pastor evangélico, hombre famoso por su iracundia castrense, y también por lo patéticamente bembudo que es, deja en alquiler unos terrenos suyos para que una gente de Malí practique la agricultura, mientras de vez en cuando cae una vida guineana de las tantas que cruzan el profundo océano guineo- camerunés para adquirir unos productos que acá, y en Annobón, tradicionalmente más seco y pedregoso, crecerían a doscientos mil maravillas. El remate final de esta historia rocambolesca, pero próxima a oficializarse con el plan llamado 2020, es que los guineanos, sobre todo de Malabo, compran productos de su país, o que podrían darse en el mismo, en euros. Sí, sales a la calle y ves a una mujer presumida con unas bananas, o unas piñas, y al preguntarle por el precio, descubres que es lo que gastarías si estuvieras en Barcelona; exactamente igual, incluso un poco más. Al hablar del pescado diario, algo que circula en palanganas llevadas por mujeres annobonesas, se vive una situación igual, el pescado que venden está por las nubes, como si fuera caviar iraní. (Tenemos que hacer una maliciosa acotación: como annobonés que somos, deseamos que ellas puedan vender su pescado a 8 mil euros el kilo. Esto sí, sólo tres annoboneses podrían comprar este pescado, y uno de ellos ya falleció) ¿Cómo es posible que una gente que cobra en francos CFA pueda estar pagando en euros, teniendo en cuenta que el cambio está por 700 francos el euro?
Que la gente pague por sus productos en euros, cobrando en FCFA, ha hecho que esté ocurriendo una cosa que habría que investigar muy bien: o los billetes circulantes en Guinea tienen una calidad penosa o está circulando una cantidad grande de billetes falsos. Y, además, que la corrupción en todas sus formas sea la forma de vivir de la sociedad. Ah, pero un ah con suspiro: hay gente que nace en infectos barrios sin agua potable que sueña con Ferraris, o con algún coche de estos que formaba parte de la colección francesa de Teodorín. ¿Cómo una persona nacida en la selva metido, que hacía sus necesidades en el bosque hacía unos años, puede soñar con conducir un Ferrari si todavía vive en un barrio con húmedas y espolvoreadas casas de madera y sin agua a 500 metros? Esta es la misma sinrazón que explica que en el mercado de Malabo veas, expuestas al sol, bañadas con polvo, botellas de Moët, champán francés de renombre. No es para los súper ricos, gente que se hace millonaria aunque a los 30 todavía estuviera viviendo de la caza de animales, sino para los que viven en los barrios ya dichos. Entonces, como el caso de los billetes, debe estar circulando muchas botellas de algo que no es Moët, pero que quizá contente a los guineanos trastornados por la barbaridad instalada en sus vidas. La realidad es que el que tenga un pensamiento como el que sostiene este artículo es un envidioso que, además, está rematadamente loco, y entonces, es peligroso. Y así nos va.
Malabo, 1 de enero de 2016