No me quedó más remedio que creer en las dudas razonables sobre la publicación de la tesis doctoral de Pedro Sánchez simplemente tras verlo reaccionar a la inesperada pregunta de Albert Rivera. He leído tan sólo algunos párrafos de tan codiciado trabajo (las conclusiones) y la sensación es de haber visto paja, mucha paja, como si abriera la enorme puerta de un granero y viera allí dentro todos los fardos amontonados. No hace falta adentrarse en el granero para saber que lo que hay en él es nada más que paja. A no ser que existan dudas razonables, gracias por ejemplo a una inusitada mirada de desprecio, de que allí se oculta algo más.
Estaba pensando en que si yo fuera Pedro Sánchez y hubiera escrito mi tesis como un alumno normal y además hubiera recibido por ello la calificación de sobresaliente cum laude, hubiese respondido allí mismo, en el Congreso, con rozagante satisfacción, que nada más terminar el Pleno iba a hacer con mucho gusto las gestiones necesarias para que todo el mundo pudiera acceder a mi trabajo. Claro que, en el caso de ser yo Pedro Sánchez, o a lo mejor también usted, no se habría llegado hasta este punto de misterio porque la tesis habría estado disponible siempre.
Esa negación física parlamentaria tan típica, con la cabeza, al unísono entre él y la vicepresidenta como primera respuesta; y, sobre todo, la notable sorpresa en el rostro del interpelado, una sorpresa inundada de rencor inmediato, de obvia declaración de guerra tácita, es una invitación a registrar ese granero. Que luego el presidente del Gobierno se pusiera en pie y entrelazara las manos por delante para responder, igual que un monaguillo, como tratando de mantener una compostura que al final no logró mantener (no fue precisamente responder lo que hizo), es como si esa invitación la hiciera a gritos sin querer (una cosa de locos) y entretanto empujase a imaginar que en el granero podría estar enterrado, debajo de la paja, hasta el coche utilizado para cometer los atracos, como en Comanchería.