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Mientras tantoCombate aéreo

Combate aéreo


 

A primera hora de la mañana oigo un estrépito en el cielo. Levanto la vista y veo algo que no había visto nunca: un milano rodeado de cotorras de Kramer, a unos veinte metros del suelo, justo enfrente del edificio donde trabajo. El milano vira, planea, cambia de nuevo el rumbo, da dos aletazos vigorosos, pero no consigue atrapar a las cotorras. Es demasiado majestuoso, demasiado grande, demasiado lento. Y las rapidísimas cotorras de Kramer se dispersan por todas partes, cambian el rumbo, aceleran, chillan y vuelan a su alrededor para distraerlo y hacerle errar el rumbo. El milano parece desconcertado. Aletea de nuevo, hace otro intento, pero también es inútil. La cotorra que quería atrapar se escapa a toda velocidad soltando un chillido insoportable. Y el milano vuelve a girar, grande, pesado, hermoso, como un ave heráldica atrapada en un escudo nobiliario que estuviera hecha para la arquitectura y la decoración de los viejos edificios, pero no para la vida en el cielo y las fuertes corrientes de aire.

 

Durante un minuto no puedo apartar la vista del cielo. Todo parece un combate entre una escuadrilla de cazas y un pesado y lento bombardero. El milano está acostumbrado a combatir con las palomas, pero las cotorras de Kramer son mucho más rápidas y saben volar en formación, y además son astutas y parecen incansables. Desde hace unos cinco años, las cotorras han empezado a colonizar los parques de Sevilla y ahora ya están en todas partes. Han ahuyentado a los mirlos y parece que también han empezado con las palomas. Las he visto en Palma, en Málaga y en otros muchos sitio. También han llegado a América del Norte. En Ravelstein, que fue su última novela, Saul Bellow contaba que las cotorras de Kramer habían llegado a Chicago y se habían adaptado muy bien al frío del invierno. Algunas incluso picoteaban las bayas de acebo cubiertas de escarcha, a pesar de que eran aves tropicales originarias de climas cálidos. 

 

Al final, el milano se retira planeando, seguido por una docena de cotorras que chillan enloquecidas de júbilo. Y cuando entro en mi estudio, pienso que acabo de contemplar una hermosa metáfora de eso que los periodistas llaman el nuevo orden global. El milano y las cotorras de Kramer. La vieja Europa y los nuevos países emergentes.

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