Me deja el libro y me dice que es muy importante. Es sobre la familia. Le pregunto si puedo subrayarlo porque si no me es difícil leer.
Y me dice:
Sí, claro, con un lapicero e incluso hacer espirales si quieres.
Y leo, pero leo dos libros, el de la autora y el de ella. Las dos historias, los dos pasados, la influencia en el presente.
Porque este comentario, al final, no es solo sobre el libro Nada se opone a la noche, de Delphine de Vigan. Este comentario es, al final, sobre los libros que alguien nos deja, una forma de conversar, de contarse.
Valernos de otros (desconocidos y posibles) para explicarnos.
El libro que no conocías ni esperabas y que alguien te presta, regala, da para siempre, pide que se lo devuelvas después de mucho tiempo, dedica (escribe algo) en las primeras páginas o incluso en las páginas interiores, al final, un dibujo, una página arrancada…
Con el que alguien te explica, te detalla, te confiesa, vuelve a preguntar.
Conocerse así, mediante otros, directamente.
Subrayo, en la página 355:
Veníamos de ahí, de esa mujer; su dolor no nos sería nunca extraño.
Una semana después le devuelvo el libro y hablamos. Le pregunto por el dolor, su tristeza, las sonrisas, lo dulce y las almendras, las escaleras y los puentes, y sé.
Con ellas.
Completamos.