A las 8 en punto ha sonado el reloj despertador de mi teléfono móvil BlackBerry; no quiero pensar qué sería de mí sin este artilugio. Como anoche estuve tomando cervezas con unos colegas, he remoloneado hasta y media y me he levantado. He abierto la nevera y, mecánicamente, he calentado un poco de leche utilizando la opción microondas del horno Solardom de LG; 1,20 minutos a 900 vatios para conseguir la temperatura ideal.
Con un paquete de galletas y una bandeja me he ido al salón y he encendido la televisión con el mando a distancia para seguir la evolución de las turbulentas noticias de esta semana sobre la difícil situación del sistema financiero español y, por lo tanto, de nuestra economía con Ana Pastor. Cuando he terminado, he metido la taza en el lavavajillas Whirlpool y he leído uno o dos capítulos de Moby Dick, la novela de Herman Melville que ahora me tiene encandilado y que estoy a punto de terminar, antes de meterme en la ducha.
Cuando llego al despacho, el ordenador ya está encendido y operativo. Es un PC Sony portátil que, como cada vez me falla más la vista, conecto a una pantalla Samsung LCD de 19 pulgadas, para ver las cosas más grandes. Automáticamente reconoce la clave del router wifi y se conecta a internet; ahora ya me conecto al correo electrónico, a Facebook, a Twitter, leo El País y os veo a todos desde mi retiro estival en la sierra madrileña.
¿Cuántos aparatos, marcas y tecnología he tenido que utilizar antes de ponerme a escribir la entrada del blog de esta semana? Los que he subrayado. ¿Cuánto habrán tenido que pagar los fabricantes para poder utilizar toda esta tecnología patentada o los derechos que protegen su autoría? ¿Habrán repercutido ese coste en el precio que he pagado por cada uno de esos productos? Pues seguramente sí pero, ¿importa? Yo ni siquiera lo tengo en cuenta y creo que nadie. Pagamos sin rechistar, como debe ser, los derechos de los inventores de esas tecnologías que utilizamos en nuestro beneficio. Sin embargo, y si esto es así, ¿por qué con la música nadie opina igual? ¿Por qué se da por hecho que es un bien de libre utilización y molesta tanto pagar los derechos de autor? ¿Por qué todo el mundo se siente con derecho a opinar sobre la gestión de la SGAE, una entidad privada encargada de velar por los derechos de los autores españoles?
Desde mi punto de vista, y de una manera evidente, en el epicentro de esta polémica está la nefasta política de comunicación de la SGAE que no ha sabido explicar cuál es su función, quiénes les facultan para hacerlo, que el canon no es un impuesto que pagan los usuarios sino los fabricantes, que no pueden dejar de cobrar los derechos a nadie a no ser que el autor les autorice y un sinfín de cuestiones que han terminado dibujando una imagen de los autores, ante una parte importante de la sociedad, como avaros recaudadores que quieren forrarse aunque sea a costa de la obra de teatro de fin de curso de nuestros niños. Y no es así.
Parece ser que Antón Reixa, el nuevo presidente de la SGAE, ha decidido, en un intento populista de regenerar la maltrecha imagen de la entidad, que los conciertos benéficos no paguen derechos de autor. Sin entrar a valorar la eficacia de la medida, ¿cuánto tardarán marcas, ayuntamientos y demás promotores en empezar a inventarse conciertos benéficos a tutiplén?
No penséis que tengo claras las respuestas a muchas de las preguntas que he planteado, pero la nueva etapa de la entidad gestora creo que obliga a que todos reflexionemos. ¿Vosotros qué opináis?
@Estivigon