Facilísimo. Viernes 6 de la tarde. Repentino apagón en los barrios cristianos y armenio de Beirut. Para los afortunados que nunca han padecido vivir en una “democracia” árabe, está permitido empezar a descojonarse, se hace conveniente aclarar que en la capital de Líbano se producen cortes diarios de electricidad de 3 horas con los que más o menos uno se las puede arreglar. Y sí…, que no me vengan ahora con que en el sur del país y en los campos palestinos les cortan la luz hasta 35 horas al día. Pobrecitos ellos, además de que la vida los ha hecho corruptos, no saben que las facturas de la luz también se pagan.
Pensando, benevolente que soy, que puede tratarse de una avería provocada por la tormenta de hace 3 semanas, espero pacientemente sentada en mi silla, contemplando enfrente el edificio de la “Electricité du Liban”, con hasta las salidas de emergencia iluminadas. Ha pasado hora y media, inconscientemente he empezado a encender velas a modo de candelabro de 7 brazos y a masticar tantos chicles a la vez que en cualquier momento puedo reventar. Bajo los cinco pisos del edificio a ciegas; hay gente paseando en bata y zapatillas por la calle, una honrada madre de familia escarba con un destornillador en una chisporroteante caja llena de cables. Me dirijo a una pequeña tienda que cuenta con un generador. La dueña combate el aburrimiento comiendo pipas, yo las necesito, y a kilos, para aliviar la ansiedad. Le pregunto que qué pasa con la luz. Se ríe y me dice que mejor me lleve más bolsas de patatas fritas y chetos. Vuelvo a casa desconsolada y con la certeza de que en la Unión Soviética alguien ya habría delatado a los autores de semejante atropello a cambio de una habitación más grande en una vivienda comunal y ahora seríamos todos felices escuchando a Josif por la radio.
Pero aquí hay que joderse y limitarse a saborear la imagen del ministro de Energía libanés descendiendo a las profundidades del Mediterráneo con una piedra de granito de 25 kilos atada al costado. 3 horas después vuelve la luz. Hasta el día siguiente no surgirán las primeras versiones de lo ocurrido entre apagón y apagón. El señor ministro anuncia que unos vándalos de Amal, variedad de fruta chií, han cerrado la central eléctrica porque están hartos de que los ciudadanos del sur del país apenas puedan hacer uso de la corriente eléctrica. ¿Su solución? Robar la electricidad, pagada, de Beirut para distribuirla en las zonas más perjudicadas y aprovechadas del sur. Por supuesto con el beneplácito de Hezbollah. Si este es el sentido de justicia social que tienen nuestros amigos del Partido de Dios y sus secuaces, mañana mismo me presento en las Falanges Cristianas Libanesas con una foto de carnet y un crucifijo chorreante de sangre tatuado en el pecho.
Dice el ministro, cristiano, que esto es una violación como la que hizo el primer ministro Mikati, suní, al haber accedido a financiar el dichoso Tribunal Especial, pero no comenta nada de que cómo piensa solucionar el entuerto ni quien se merece una buena paliza por la gracieta de la central (los chiíes, socios en estos momentos del soplapollas del ministro).
No soy yo la que escribe sino el estrés que me produce teclear a la luz de las velas…
Vuelvo a bajar a la tienda. La dueña, Noura, está ordenando las estanterías pero me ha dejado varios sacos de pipas a la vista. Cuando cortan la luz de las casas se queda encendida la de la calle y al revés. Es todo un detalle, así cualquier día de estos puedo acercarme a la Electricité con una bombona de butano a modo de mochila en la espalda.