Mi amiga Yolanda vive rodeada de ancianitos/as. Ya sabéis, esos pisos en las grandes ciudades en los que la mayor parte de los vecinos superan los 70. A Yolanda sus vecinas la consultan para casi todo y son fuente de numerosas anécdotas, como aquella ocasión en que les fallaba la radio y llamaron a Iberdrola para arreglar el problema. El otro día comentaba con Yolanda que, llegada una edad, más allá de los 70, cuando ya no tienes tan arraigados los escrúpulos (aunque hay gente que los pierde antes), estaría bien liarse con un señor mucho mayor que tú y forrado, por supuesto. Con la esperanza de que como los hombres son, a todas luces, el sexo débil (que no lo digo yo sola, lo testimonia y certifica Gerald Hüther en su muy recomendable libro Hombres, el sexo débil y su cerebro) un día se te quede muerto tras un polvo y te deje un fortunón para fundirte el resto de años que te queden por vivir. Sí, ya sé que sería más práctico hacerlo con 30 ó 40 años pero yo ahora no puedo porque soy muy escrupulosa.
En esta conversación estábamos cuando Yolanda me habló de su vecina, una viuda que había perdido a dos maridos, no sabemos con qué artes la verdad, porque esto requiere de cierta destreza no me lo podéis negar. Resulta que un día se la encontró por la escalera en una de esas conversaciones que sabes cuándo empiezan pero no cuándo acaban: tras relatarle la anciana todos sus problemas de azúcar, artrosis y demás, le dijo muy sentimental, “No te puedes imaginar cómo echo de menos a mi Pepe”.
A Yolanda, una tipa dura, se le enterneció el corazón pensando en esas parejas de edad avanzada que pasean con las manos entrelazadas y en la soledad que debe sentir uno de sus miembros cuando el otro fallece. Pero el sentimentalismo le duró dos segundos, los que tardó la viuda en confesar que el aludido Pepe no era ninguno de sus maridos sino su perro.
Me dio que pensar, la verdad, porque si la señora, tras dos matrimonios, al único que echaba de menos era a su perro… pues chicos qué queréis que os diga, me da la impresión de que falláis más que una escopeta de feria.
Dice Alfonso Armada cuando habla de mi blog (lo cual hace muy a menudo, no sé si porque su lectura le gusta o porque el sexo le resulta una temática muy publicitaria) que en mis textos “le doy caña a los hombres”. Pero vista la anécdota anterior, con motivos, ¿o no?
El mercado está muy mal pero yo no pierdo la esperanza y persevero. Será porque no tengo perro.