La poesía manumite a la libertad para que huya de sus algunos y recale en sus todos.
Son estos tiempos prodigiosos. Pueblos que vivieron como perros semihundidos de Goya apaleados por el cetro del comerciante se alzan a fuerza de espíritu. Hay ahoras poniéndose en pie desde ayeres genuflexos. Si acercas el oído al vientre del mundo distinguirás mejor los vagidos del porvenir que el estertor del pasado. Estos son tiempos prodigiosos y estamos de espaldas.
En los próximos meses siete naciones pobres y con la memoria fresca de guerras y masacres, Guinea Conakry, Níger, Costa de Marfil, República Centroafricana, Nigeria, Congo-Kinshasa y Madagascar, celebrarán elecciones: será la primera vez que sus ciudadanos puedan decidir libremente quién les gobernará. Más o menos libremente, es cierto, pero en todas existe la convicción de que la democracia gana terreno como un pólder torturado e invencible. En África está cayendo el muro que siglos de expolio, sangre y servidumbre levantaron: estos años son un largo 89. Millones de africanos irrumpiendo en las ciudades desde misérrimas aldeas, accediendo a la escuela o incluso a la universidad y conociendo el poder de la ley sobre las armas en otros países comienzan a exigir derechos, voz, prosperidad. Juntos, instruidos y conscientes están emprendiendo la Revolución, derribando el muro.
Les queda mucho por sufrir. Ayer la gente de Guinea Conakry debía haber votado a su nuevo presidente, sin embargo tras semanas de violencia política e incapacidad administrativa la segunda vuelta de las elecciones ha sido retrasada hasta octubre. Se rumorea que un incendio ha destruido parte del material electoral: listas, papeletas. Es revelador que ese material se guardara en un cuartel del ejército. Hace diez días los enfrentamientos entre partidarios de Cellou Dalein Diallo y Alpha Condé, los dos candidatos, causaron un muerto y cincuenta heridos. Hay fosas entre los grupos étnicos y los antiguos agravios aún duelen: medio siglo de brutales dictaduras y opresión no se disuelve como la sal, se desbasta como los metales. Todos sabemos que los militares buscarán usurpar el poder nuevamente y que la animadversión entre las regiones es grande, pero los guineanos han demostrado que están dispuestos a morir por la libertad de todos y por el pan de sus hijos: ya no hay marcha atrás.
El 31 de octubre, aunque a muchos les parezca difícil de creer, Costa de Marfil puede empezar a emerger de la pesadilla. Desde 2002 el país vive demediado, con el norte regido por una rebelión corrupta y criminal y el sur por un ejecutivo criminal y corrupto. La fecha de las elecciones presidenciales ha sido pospuesta tantas veces que la esperanza aventaja a la desconfianza por pocos centímetros. No obstante esta vez podría ser la buena: la semana pasada el presidente Laurent Gbagbo validó el censo electoral, el principal escollo, y anteayer las fuerzas rebeldes anunciaron el fin de la desmovilización de sus 17.000 combatientes, de los cuales cinco mil permanecerán en el ejército unificado. Aun así los desafíos logísticos son inmensos: hay que repartir carnets de identidad y cartas electorales entre los casi seis millones de votantes, hay que nombrar a los responsables de las mesas, interventores, observadores, todo ello en un país con una administración ineficaz y alebrada. Los nubarrones no son simplemente técnicos: lo peor es que los tres candidatos, Gbagbo, Henri Konan Bédié y Alassane Ouattara, son viejos políticos en buena medida culpables del descenso a los infiernos que ha dejado a Costa de Marfil despojada y resentida. Pero la gente, tras veinte años enseñada en el odio hacia el otro por sus líderes, ya sólo quiere paz, ya sólo quiere paz.
Níger, el farolillo rojo de la miseria mundial, celebrará un referéndum constitucional en noviembre y elecciones presidenciales en enero de 2011. Dirigidos por una junta militar que depuso a un presidente autócrata, tundidos por la sequía y el hambre, los nigerinos confían en que al fin algo positivo suceda. La mala noticia es que los candidatos son políticos reciclados con las fauces manchadas por el poder; la buena es que va alboreando una sociedad civil tenor y despierta. En Centroafricana las elecciones han sido pospuestas dos veces, mas finalmente el gobierno, la oposición y la ex-rebelión han firmado un acuerdo y el pueblo votará el 23 de enero de 2011. Para una tierra que ha padecido nueve golpes de estado desde la independencia la posibilidad de que unos comicios reflejen la voluntad popular supone un cambio de era. En Madagascar las elecciones también se han retrasado una y otra vez. El mes pasado ochenta partidos políticos fijaron el calendario electoral, se espera, definitivo: la primera vuelta de las presidenciales debería tener lugar en mayo del año que viene.
El 22 de enero de 2011 los nigerianos elegirán un nuevo presidente. Las últimas elecciones fueron fraudulentas, y las anteriores y las anteriores. Si bien las matanzas comunales y religiosas siguen jalonando su historia, en Nigeria la cultura democrática se va imponiendo lenta, dolorosamente. Y hasta la República Democrática del Congo, donde la muerte estabulada censó provincias, irá a las urnas el año próximo. Ya, lo sé, lo sé bien: en todos estos lugares partidos necrosados y dirigentes sin escrúpulos compiten por un botín de cuatro años, mas ¿acaso nuestras democracias europeas son mucho mejores? Del silencio del pueblo se llega a los cementerios, de su voz se llega al poder. África se está arrancando la mordaza: con los labios tumefactos y la lengua borrada tardará en vocalizar, pero lo hará.
Se atisban tiempos prodigiosos. En una librería oscura de la ciudad de Cuzco hallé un libro de poemas del mexicano Rubén Bonifaz Nuño. Cada página le quitaba dioptrías a mi alma. Mira qué maravilla,
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Como el guijarro que va al fondo
del cielo; como nube o cánticos
pacientemente construidos;
como el amante desterrado
que obtiene el azúcar del indulto,
el alma ahora se aligera,
y en el ahora más propicio
de todos los ahoras, viaja.
Y la complicidad amada
de la estación, y la desnuda
permanencia de la carne, en ráfagas
primaverales se embellecen,
y abril recobra su sentido
en los otoños de antemano
envejecidos, y -copiosa
bestia de sol- se despereza.
Ya la tristeza mensajera
se fue; se perdieron los pecados
que las alegrías absolvieron;
sube la hora entre la escarcha
vencida, con su estreno de alas.
Y un pozo hallado en el desierto,
pozo colmado siempre, ilustra
la sed que ennoblece los caminos;
funde la aridez en la garganta
del corazón bajo los años.
Pasó el silencio taciturno,
las manchas del sol pasaron; ciego
y olvidado por la resaca
del viento, se agostó el follaje
del humo y la niebla conjurados.
Y la compasión de lo que existe
las espinas cosechó, y el aire
que afina las cuerdas milagrosas
de la extensión sonoramente
callada, se despliega en ondas
de concordes arpegios, cítaras
de ardiente resplandor cantante.
Y mi luz se asienta en las ciudades
marginales, en los cimientos
afincados en lo profundo
de una rosa, y pisa sus recintos
y en sus recintos se complace;
y alumbran los frutos de la tierra,
y enjambres de oro de campanas
sobre torres aéreas giran,
y agavillada el alma, asciende
a su corona eterna y frágil.
Cada día aparecen informes, artículos y estudios describiendo el buen rumbo de la economía africana, saludando su crecimiento (5,1% de media en la última década), la mejora de su productividad, el aumento de la inversión extranjera, la abundancia de sus riquezas minerales. Todo esto es importante, capital: pero hemos visto a países relativamente ricos como Kenia y Costa de Marfil renquear o desmoronarse porque sus clases políticas condujeron a la gente hacia la lucha y el rencor. Algunas veces, pocas, el despotismo amasa prosperidad; casi siempre desemboca en violencia. La Revolución que África está desencadenando no es la económica, es la social: pueblos tratando de tú al poder y de usted a los débiles. Fíjate bien, son estos tiempos prodigiosos.