Porque está claro que acabamos de pasar una era teatral, en la que hemos crecido, nos hemos formado, hemos aprendido… Lo que venga a partir de ahora (¿mayo? ¿septiembre?…) va a pertenecer a una nueva era teatral, en la que tendremos presente lo que acabamos de vivir, en la que tendremos presente nuestra vulnerabilidad como sector, y esperemos haber aprendido de este cambio de era… Para recordar cómo fue, proponemos una serie de entrevistas breves sobre la era teatral que acabamos de dejar, siempre desde el cariño y los buenos recuerdos…
¿Puedes contarnos una anécdota que recuerdes con cariño de la anterior era teatral?
Cenar con Victoria Chaplin, Jean-Baptiste Thierrée (El circo invisible) y Julio Michel en una mesa discreta. Un honor. Yo estaba sentada al lado de Jean-Baptiste y, a la hora del postre, se ve que elegí bien: el mío era espectacular. De repente, él metió su cuchara en mi copa de helado, chocolate y bastantes cosas más, y Victoria le reprendió. Así que yo hice lo mismo, pero sin represiones: metí mi cuchara en el suyo y me quedé mirándole seriamente. Nos dio la risa. Desde ese momento le acompañé del brazo a todas partes y nos tomamos un café todos los días que duró el festival Titirimundi. También recuerdo las tres veces que vi La Barraca de Dromesko y los Hermanos Forman, otro privilegio difícil de olvidar. Y mis cinco años trabajando como responsable de prensa en La Abadía, que fue como hacer la mili, y donde compartí vida con compañeros llenos de talento y amigos geniales que aún me acompañan, creciendo juntos profesional y vitalmente. Toda una era llena de teatro…
¿Qué es lo que más te ha gustado en lo que llevábamos de temporada en la anterior era teatral?
Me apasiona el arte del teatro de títeres y me fascina cada temporada el Festival Titirimundi de Segovia. Un festival al que creo que hay que ir, al menos, una vez en la vida y donde es fácil “aniñarse de espíritu”, que diría Unamuno: es decir, dejarse seducir y atrapar por el asombro. Creo que en los títeres nos buscamos a nosotros mismos, y en Titirimundi eso es posible, es real, es verdadero, es como quedarte adherida a la Vida y al mismo tiempo tocar el cielo gracias a una atmósfera mágica que se produce a través de espectáculos para todas las edades, con todos los “géneros” de la marioneta (hilo, varillas, guante, teatro de objetos, de sombras y fusión con otras artes) y en lugares de fantasía y realidad: pequeñas y grandes carpas, patios, caravanas, teatros… Cuando miro a un títere directamente a los ojos sé que estoy mirando un material casi tan frágil como mi cuerpo. Su naturaleza, como la mía, también está hecha de sueños, de deseos, de frustraciones, de temores, de pasiones, de “movimientos de la vida”, que expresaba Maeterlinck. Creo que los títeres son capaces de crear lenguajes, inventar mundos o traerlos a la conciencia, jugar, sufrir, evolucionar, nacer y morir. Parecen trascender las metáforas para hacer aparecer lo que solo es posible cuando las emociones, la mente y el instinto se confabulan para ponerse en consonancia. Allí nos atrevemos a soñar, a criticar, a expresar lo que nadie osa decir sin “máscara”. El títere es el héroe de los deseos secretos y de los pensamientos escondidos, la confesión discreta que nos hacemos a nosotros mismos y a los demás. Y Titirimundi es como un parón en la vida cotidiana para quedarnos en eso extraordinario que es celebrar la Vida a través de ellos.
¿Qué es lo último que viste en la anterior era teatral y qué rescatas de ello?
La isla, escrita y dirigida por Juan Carlos Rubio expresamente para la compañía Histrión Teatro. Es un espectáculo que hurga en el dolor con la fuerza del teatro. Un montaje que deja al espectador casi sin respiración (algo nada adecuado en estos momentos de coronavirus), y que aborda, con una intensidad arrebatadora, el dolor de vivir: todo eso que no nos perdonamos, de lo que no podemos huir y que está enmascarado en culpas, juicios, acaso también sueños: el dolor que se instala en nuestras vidas. Es un montaje muy emocionante con un texto lleno de ironía y de verdad que explora con gran sutileza esa delgada línea que separa lo que sentimos de lo que podemos reconocer que sentimos frente a los demás y frente a nosotros mismos, de asumir lo que nos sucede. De asumirnos. Y la interpretación de Gema Matarranz y Marta Megías es espectacular. No sé si sales descompuesta o compuesta. Y, luego, ya respiras.
Y ahora, si nos puedes mandar una foto de un recuerdo, un objeto, algo que tengas de la anterior era teatral y que defina tu relación con esa era…
Oh, sole mio… Esta foto me recuerda al cariño que se vive en un equipo de teatro donde hay buen rollo, sincronía y una mirada hacia el mismo lugar. En la imagen, con uno de los más genuinos maestros del títere de guante de tradición napolitana, Salvatore Gatto y su barba convertida en mi pelo, y con el gran músico Daniele La Torre. Ambos dan vida a Pulcinella. Y, en vez de un cachiporrazo, me llevé un beso.
(Alexis Fernández, periodista y experta en comunicación cultural)