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Mientras tantoCómo era la anterior era teatral para Ana Contreras

Cómo era la anterior era teatral para Ana Contreras


Porque está claro que acabamos de pasar una era teatral, en la que hemos crecido, nos hemos formado, hemos aprendido… Lo que venga a partir de ahora (¿julio? ¿septiembre?…) va a pertenecer a una nueva era teatral, en la que tendremos presente lo que acabamos de vivir, en la que tendremos presente nuestra vulnerabilidad como sector, y esperemos haber aprendido  de este cambio de era… Para recordar cómo fue, proponemos una serie de entrevistas breves sobre la era teatral que acabamos de dejar, siempre desde el cariño y los buenos recuerdos…

¿Puedes contarnos una anécdota que recuerdes con cariño de la anterior era teatral?

Parafraseando a Jardiel, ¿pero es que alguna vez hubo una anterior era teatral? Han pasado dos meses y ya todo parece tan lejano… Bueno, bromas y melancolías aparte, recuerdo una mañana delante de sendos pinchos de tortilla contándole a Manuel Benito una idea loca e imposible: montar un festival con textos de monjas dramaturgas, piezas de místicas o sobre mística, representados en lugares específicos. Por ejemplo, Muerte del apetito, de sor Marcela de San Félix, representada por Lafinea, en la iglesia de las Trinitarias. Me dijo que eso, en concreto, ya lo habían intentado la compañía y Lorenzo Pappagallo sin éxito, pero que la idea del festival le encantaba y que me ayudaba a organizarlo. Preparé un dossier con toda la planificación en una tarde. Unos meses después nos fuimos con Rebeca Sanz Conde (directora de Lafinea) a hablar en persona con la abadesa del convento de las Trinitarias para intentar convencerla (yo ya le había contado nuestro propósito por teléfono y no teníamos muchas esperanzas). Para nuestra sorpresa nos dijo que sí antes de que abriésemos la boca. A Manu se le saltaron las lágrimas. La tarde de la función la cola de público que quería asistir al espectáculo daba la vuelta al convento.

De todo el Festival Místicas podría contar muchas más anécdotas. Por ejemplo, el estreno de Esta divina prisión, que también empezó delante de unas cañas con Raúl Losánez hablándome de su sueño de hacer un recital de poesía mística y que acabamos representando en el Teatro de la Comedia con el apoyo de la CNTC -y de Fran Guinot en concreto-. Y, por supuesto, la función Como alambre muy delgado en Zapadores, última etapa hasta ahora del proyecto de investigación performativa sobre la vida y la obra de Juana de la Cruz (1481-1534), con la participación del maravilloso elenco habitual -Isabel Arcos, Laura Alonso, Leire Asarta, Tony Cabo, Mercedes Carrión, Lara Contreras, María Victoria Curto, Teresa García, Carmen Gil, Victoria Gullón, Concha Real, Isabel Real, Reyes Rodríguez, Silvina Rodríguez-, el Ensamble de la Abadesa, los performers de artes corporales extremas Jaime Oms (Fakir Testa) y Begoña Grande, y la colaboración de Laura Polo, Anita Navarro, Joseba Ibarra, Diego Costa y Elisa Pérez-Cecilia. Supuso para mí algo más que la culminación de una antigua obsesión: un proceso sorprendente y milagroso, un verdadero camino de aprendizaje vital y artístico.

¿Qué es lo que más te ha gustado en lo que llevábamos de temporada en la anterior era teatral?

Me han gustado muchas cosas, por ejemplo Daimon y la jodida lógica, de Matarile, Nise, la tragedia de Inés de Castro, de Nao d’amores, El águila, de Aves migratorias, por citar algunas piezas. Pero hablaré de una que me parece que viene a cuento: Requiem pour L., de Fabrizio Cassol y Alain Platel, que pudo verse en el Canal dentro de la programación del Festival de Otoño. Más allá de lo que decía el programa sobre la pieza, una reivindicación de la eutanasia y la muerte digna, me pareció que el sacrificio que allí se celebraba, el vídeo enorme y omnipresente de la muerte de Lucie, amiga de Platel, captada en toda su belleza y su crudeza, nos situaba ante ese carácter ritual originario del teatro. Pero, sobre todo, me pareció una emocionante metáfora de esta Europa blanca, burguesa y colonial que agoniza, un alegato por un arte, un escenario y un mundo definitivamente poscolonial y maravillosamente mestizo. Ver y escuchar a esos prodigiosos intérpretes africanos jugar con el sacrosanto Requiem de Mozart, y bailar sobre nuestras tumbas y cínicos memoriales, me pareció, más que justo, esperanzador.

¿Qué es lo último que viste en la anterior era teatral y qué rescatas de ello?

Lo último que vi fue Duelo, una práctica de David Blanco, alumno de tercero de dirección, en la RESAD el martes 10 de marzo. Trataba sobre los distintos duelos que pasamos los seres humanos: la muerte de un ser querido, las rupturas, los sueños incumplidos, la imposibilidad de estar con la persona amada… Esa misma tarde nos habían dicho que el alumnado no podía volver a la RESAD; el viernes el centro estaba cerrado. Desde luego, la obra anticipaba los distintos duelos que vivimos o vamos a vivir como consecuencia de la pandemia.

Igualmente profética fue la pieza que vi del 5 al 8 de marzo, en el Centro Lorca de Granada, aunque esta vez desde el escenario: Comedia sin título, de Lorca, dirigida por Sara Molina, estrenada en el Festival de Otoño en noviembre, y en la que tuve el privilegio de participar. La propuesta de Sara es un diálogo con la pieza de un rigor, compromiso e inteligencia radicales. En Granada, con el legado de Lorca sobre nuestras cabezas, la adaptación al espacio, la forma en que cada día la función, performers y ritmos iban encajando, fue una maravilla. Pude disfrutar de nuevos matices y sentidos. Y otra vez, como decía la Xirgu, «la obra se adelantaba de una manera sorprendente a lo que estaba pasando en España». O sea, que vine de vivir «El sueño de una noche de verano» en Granada, y me encontré con «la revolución» en Madrid: como en la Comedia.

Ahora me parece que estos dos espectáculos, Duelo y Comedia sin título, junto a Requiem pour L., conforman una especie de trilogía del final de una era y, para mí, en este momento que escribo, cierran de algún modo un ciclo. Tras dos meses de teledocencia y distanciamiento físico teatral estoy empezando a darme cuenta de que, efectivamente, la era anterior ha acabado. Pero también empiezo a vislumbrar que la que viene puede ser igualmente interesante.

Y ahora, si nos puedes mandar una foto de un recuerdo, un objeto, algo que tengas de la anterior era teatral y que defina tu relación con esa era…

Comedia sin título

Me ha resultado muy difícil seleccionar una sola foto. Iba a poner una del vanitas que montábamos en escena en Esta divina prisión, para abundar en esta idea de final de época. Pero he escogido esta del final de la Comedia sin título en una de las funciones del Festival de Otoño. Me gusta porque hay mucha gente distinta en el escenario, y no sé si era así la anterior era teatral, pero es como me gustaría que fuera la próxima. Estoy en ella discretamente, compartiendo el escenario con gente que ahora es importante en mi vida, pero también con personas que ya lo eran antes y con las que trabajo en otros proyectos. Por ejemplo Serigne Mbaye y Malick Gueye, de La poesía es mi manta, un espectáculo que surge del activismo antirracista. A mi lado está Miguel Rojo, de Los bárbaros, que fue mi alumno en la RESAD, de un curso especialmente memorable. Como él, detrás de la escena y trabajando para el Festival de Otoño, había otros antiguos alumnos por los que también siento un gran cariño: Manu Benito (compañero en el Festival Místicas), Julio Provencio y Andrés Dwyer. Lo remarco porque para mí la actividad docente, la activista y la artística están unidas. Lo que me gusta de la anterior era teatral, y que percibo en esta imagen, es cómo nos volcamos con pasión en un proyecto rompiendo cualquier supuesta jerarquía o rol establecido. Cómo unas veces te toca dirigir y otro ser dirigida. Otra persona importante en mi vida a la que no se ve en la foto pero que está, obviamente, es Sara Molina. Trabajar y aprender con ella ha sido otro de mis sueños cumplidos en la anterior era teatral, como también lo fue trabajar y aprender con Ana Vallés (podría igualmente haber puesto una imagen de Antes de la metralla, otra de las experiencias más importantes de mi vida artística). Nunca me cansaré de reivindicarlas.

En este sentido, añado una segunda foto, del día 4 de marzo. Es de la performance ¿Pero no ha habido grandes mujeres artistas en las artes escénicas?, que preparamos Alicia Blas y yo, con la colaboración de alumnado y profesorado de la RESAD y la ESD para las VII Jornadas de Teatro y Feminismos de la RESAD, y que volvimos a presentar en el acto Aulas de Igualdad en el Ministerio de Educación. Muestra tres cosas importantes para mí en la anterior era teatral y que no aparecen de forma tan evidente en la otra foto:

1.- mi alumnado actual, de quien aprendo cada día y que además es la evidencia de la continuidad entre la anterior era teatral y la futura era teatral.

2.- Mi compromiso feminista y la labor de recuperación del trabajo de las mujeres en la Historia del Teatro. Por eso me llena de gozo ver que las aulas de dirección escénica, en este fin de era, están llenas de alumnas. Espero que en el futuro no las saquen de los escenarios ni de la Historia.

3.- Mi compañera Alicia Blas, que fue profesora mía y con quien comparto numerosos proyectos artísticos, pedagógicos y de investigación.

En conclusión, lo que ambas fotos tienen en común es la genealogía, que es lo que hace que sepamos que, pase lo que pase, y sea como sea, el teatro no desaparecerá.

(Ana Contreras, directora de escena, profesora, investigadora teatral)

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