Porque está claro que acabamos de pasar una era teatral, en la que hemos crecido, nos hemos formado, hemos aprendido… Lo que venga a partir de ahora (¿julio? ¿septiembre?…) va a pertenecer a una nueva era teatral, en la que tendremos presente lo que acabamos de vivir, en la que tendremos presente nuestra vulnerabilidad como sector, y esperemos haber aprendido de este cambio de era… Para recordar cómo fue, proponemos una serie de entrevistas breves sobre la era teatral que acabamos de dejar, siempre desde el cariño y los buenos recuerdos…
¿Puedes contarnos una anécdota que recuerdes con cariño de la anterior era teatral?
Con La copla negra teníamos que cambiarnos de ropa y personaje a un ritmo de locura. En una escena, mientras que Alejandra López se cambiaba, yo atravesaba el escenario haciendo un zapateado. Acto seguido, Mari Carmen, interpretada por Teresa Quintero, llamaba a José Luis (Alejandra López) a gritos para que apareciera en el escenario. Y José Luis aparecía.
Pero un día, en Valencia, José Luis no apareció. Viendo que algo pasaba, volví a cruzar el escenario inventándome otro zapateado, para darle tiempo a Alejandra a cambiarse, mientras Teresa me miraba atónita. Salí del escenario, y Tere volvió otra vez a llamar a José Luis y otra vez José Luis que no apareció, y otra vez que crucé yo zapateando el escenario, que ya no sabía ni qué hacer. De pronto oí en caja (nos cambiábamos en el mismo escenario por detrás de la escenografía, si no, no daba tiempo) a Alejandra llamarme, “Anaaaaaaaa”, con voz lastimera. Fui para allá mientras Teresa seguía gritando “José Luis” en el escenario, y vi a Alejandra enredada en la bata del personaje de Olvido, incapaz de deshacer el nudo del cinturón. Era impensable que José Luis apareciera medio vestido de mujer. Así que me acerqué como una loca y le rasgué la bata con una fuerza que yo no sé de dónde salió. La bata cayó al suelo. Alejandra terminó de vestirse y salió a darle la réplica a la pobre Teresa, que estaba ya medio afónica de tanto llamar a José Luis. Fueron unos minutos horribles, pero ahora no hay una vez que cuente esta anécdota que no me muera de la risa.
¿Qué es lo que más te ha gustado en lo que llevábamos de temporada en la anterior era teatral?
Me gustó mucho Mundo obrero, escrita y dirigida por Alberto San Juan, que vi en el Teatro Español. Con una Pilar Gómez y un Luis Bermejo para comérselos con papas. No solo me gustó, sino que también me resultó muy inspiradora para mi trabajo, entre otras cosas por todo aquello de mezclar espontáneamente y por la cara diálogos y partes cantadas. Además, la música de la función era de Santiago Auserón, por quien reconozco que siento una pasión y una admiración enormes.
¿Qué es lo último que viste en la anterior era teatral y qué rescatas de ello?
Pues creo que fue una función infantil en el ciclo Titerescena que hace el CDN, en la Sala El Mirlo Blanco. Fui con mi hijo, que tiene 8 años. Me encanta ir con mi niño al teatro, es un ritual muy especial para mí. Adoro mirarlo y compartir con él ese momento. La función era Nube Nube, escrito por Mariso García, de la compañía Periferia Teatro.
Y ahora, si nos puedes mandar una foto de un recuerdo, un objeto, algo que tengas de la anterior era teatral y que defina tu relación con esa era…
La foto es del año 1995. Yo tenía 21 años. Había hecho ya varias obras de teatro en la compañía de la Universidad de Cádiz, pero este es el primer trabajo en el que me sentí de verdad una profesional. Era El sueño de una noche de verano, un espectáculo que se produjo para el Festival Iberoamericano de Cádiz. Yo hice el personaje de Hermia. Estaba dirigido por Ramón Pareja, y tenía un elenco enorme, formado por actores y actrices de la zona de la Bahía de Cádiz. Guardo un recuerdo maravilloso de aquello, especialmente de la gente. Y sobre todo de Ramón Pareja, a quien considero mi maestro, no solo porque me enseñó mucho sobre actuación, sino también y especialmente porque fue la primera persona que me trató como a una actriz. Como a una actriz de verdad. Y eso me dio una seguridad en mi vocación que perdura hasta el día de hoy. Nunca le estaré lo suficientemente agradecida, ni a él y ni a Manuel Morón, con quien hice un curso un par de años después y me dijo: “Tú eres actriz, tú perteneces a esto”. Para mí eso es ser un maestro: revelarle a alguien su vocación, ponerle nombre y apellidos a eso que uno ya viene intuyendo dentro de sí.
(Ana López Segovia, actriz, cantante, directora y autora de teatro)