Porque está claro que acabamos de pasar una era teatral, en la que hemos crecido, nos hemos formado, hemos aprendido… Lo que venga a partir de ahora (¿julio? ¿septiembre?…) va a pertenecer a una nueva era teatral, en la que tendremos presente lo que acabamos de vivir, en la que tendremos presente nuestra vulnerabilidad como sector, y esperemos haber aprendido de este cambio de era… Para recordar cómo fue, proponemos una serie de entrevistas breves sobre la era teatral que acabamos de dejar, siempre desde el cariño y los buenos recuerdos…
¿Puedes contarnos una anécdota que recuerdes con cariño de la anterior era teatral?
En una de las primeras funciones de Billy Elliot, cuando ya creía tener totalmente controlado el apoteósico número final en el que todos salíamos a bailar con nuestros tutús y nuestros zapatos de claqué, a mí se me enganchó la chapa del zapato con un saliente de la plataforma de la escenografía y me caí en el momento en que se formaba la primera fila de actores en el proscenio. Me levanté instantáneamente, ayudada por Adam, y durante el tiempo que duró el baile quise que la tierra me tragara. Además me dio un ataque de risa. Cuando bajó el telón todos mis compañeros, uno por uno vinieron a decirme que eso les había pasado a todos y que me lo tomara como un “estreno oficial”.
¿Qué es lo que más te ha gustado en lo que llevábamos de temporada en la anterior era teatral?
He visto varias cosas que me han gustado mucho y de las que ya han hablado extensamente otros entrevistados, grandes producciones como Shock (El Cóndor y el Puma), dirigida por Andrés Lima y Las cosas que sé que son verdad de A. Bovell (que siempre me llega al alma) , dirigida por Julián Fuentes y con unos actores formidables.
Pero también ha habido otros espectáculos que se han puesto en salas más discretas y que también me han entusiasmado como son:
El viento es salvaje, de Las niñas de Cádiz, de las que soy fan incondicional y de las que me gustaría ser groupie para estar siempre cerca riéndome. El texto es un collage maravilloso llevado con muchísima inteligencia y expuesto largo rato al viento de Cádiz: una locura.
Tardes con Colombine, con Carmen Sánchez Molina (otra de las santas de mi devoción) y Cristina Palomo / Luz Juanes dirigidas por Juan Carlos Talavera, y reivindicando a una de mis mujeres favoritas del mundo mundial: Carmen de Burgos.
Mauthausen con Inma González en absoluto estado de gracia, dando voz y cuerpo a su abuelo, al que acabas adorando y convirtiendo en tu propio abuelo. El texto y la dirección de Pilar G. Almansa. Me quito el sombrero.
¿Qué es lo último que viste en la anterior era teatral y qué rescatas de ello?
Lo último que vi fue Delicuescente Eva. El mundo de Javier Lara siempre me interesa, me inquieta y me revuelve. Mi pasado en B me encantó. Tiene una manera de entrar al barro en las emociones y de profundizar allí donde duele, que me sobrecoge. Admiro profundamente esa capacidad que tiene de desnudarse (a todos los niveles) y mostrarse con toda su vulnerabilidad y su dolor. Espero que en la próxima trilogía sus heridas empiecen a sanar. Estaba magníficamente acompañado por María Morales -infinita en Shock (El Cóndor y el Puma)– y Natalia Huarte. Y el espacio de Paola de Diego está lleno de misterio. Un trabajo estupendo con dirección de Carlota Gaviño.
Y ahora, si nos puedes mandar una foto de un recuerdo, un objeto, algo que tengas de la anterior era teatral y que defina tu relación con esa era…
La foto es de Billy Elliot, el musical. Ese día se despedían algunas becarias y nos hicimos una foto con ellas. Hay gente de los diferentes equipos aunque faltan muchos, por las rotaciones. He disfrutado muchísimo en Billy Elliot. Nunca había estado en un musical ni en un espectáculo con tanta gente, tanto técnicos como actores y sobre todo niños, muchos niños. Hubo momentos en que me pareció que se estaba haciendo realidad un sueño: cantar y bailar en un musical mítico y dónde se respiraba una alegría contagiosa todo el tiempo. ¡He sido muy, muy feliz!
(Ascen López, actriz)