Porque está claro que acabamos de pasar una era teatral, en la que hemos crecido, nos hemos formado, hemos aprendido… Lo que venga a partir de ahora (¿junio? ¿septiembre?…) va a pertenecer a una nueva era teatral, en la que tendremos presente lo que acabamos de vivir, en la que tendremos presente nuestra vulnerabilidad como sector, y esperemos haber aprendido de este cambio de era… Para recordar cómo fue, proponemos una serie de entrevistas breves sobre la era teatral que acabamos de dejar, siempre desde el cariño y los buenos recuerdos…
¿Puedes contarnos una anécdota que recuerdes con cariño de la anterior era teatral?
Durante año y medio trabajé con la compañía madrileña Zascandil. Hacíamos una gira promovida por el Ministerio (supongo que de Medio Ambiente) para concienciar sobre el peligro del fuego en la naturaleza. Todas las plazas eran pueblecitos, algunos muy recónditos, generalmente rodeados de enormes masas forestales. La gira era una paliza ya que montábamos y desmontábamos todos los días un decorado de proporciones considerables. Representaba con todo lujo de detalles la recepción y el bar de un hotel rural. Huelga decir que por supuesto no pisamos un solo teatro en todo nuestro periplo, que yo recuerde. Los sitios en los actuábamos normalmente eran plazas de pueblo, soportales y muchos frontones. Nosotros nos ocupábamos de todo el norte de España de oeste a este. Pero a pesar de la trabajina, lo pasaba en grande con amigos, Pedro Cebrino, Eugenio Villota, Marta de Luis, Toni… A alguna plaza venían Rafa Ruiz y Chema Adeva, director del espectáculo y fundador de la compañía, respectivamente. Siempre acompañaban su presencia con espirituosos varios que alargaban la jornada hasta ver despuntar el alba. El texto de la obra era de un tal… Ernesto Caballero.
Aquellas giras dieron multitud de anécdotas, pero la que más recuerdo fue en un pueblecito de la montaña de Vitoria. Llegamos y nos pusimos a montar nuestro decorado. En esta ocasión el sitio que había elegido el ayuntamiento para dar la función era la pequeña plaza del pueblo frente a los soportales del ayuntamiento. Sucedió que cuando quedaban unos tres cuartos de hora para empezar, estábamos ya maquillándonos, escuchamos gran animación en la plaza. Salimos a ver qué pasaba y descubrimos que en lo que iba a ser el patio de butacas estaban instalando unas enormes mesas corridas. Les informamos que el espectáculo empezaba en cuarenta minutos y que si ponían esas mesas la gente no podría sentarse, a lo cual respondieron sin alterarse: “Pero, ¿habéis cenado?”. “No”, respondimos. “¿Que vais a hacernos la función sin cenar? ¡Anda, la hostia! Primero cenamos y luego nos hacéis el teatro.” Ciertamente aquel argumento era incontestable. En un abrir y cerrar de ojos aparecieron mujeres con cestas a rebosar de setas grandes como boinas. Hicieron una chasca y cenamos setas, panceta, chorizo… y bebimos vino de la tierra, mucho vino. ¡El mejor de España! Después, retiraron todo, pusieron sillas y nos dijeron: “Ahora ya podéis hacernos el teatro”. Creo que lo dimos todo esa noche. Al término, nos ayudaron a desmontar el decorado y a cargarlo en el camión. La verbena se alargó hasta esa hora incierta en la que los pájaros empiezan a cantar. Eran otros tiempos. Éramos jóvenes. En la furgoneta sonaba 19 días y 500 noches y el primer disco de Estopa.
¿Qué es lo que más te ha gustado en lo que llevábamos de temporada en la anterior era teatral?
¡Pufff! No tengo mucho tiempo para ver teatro últimamente. Me gustó mucho Shock (El Cóndor y el Puma) de Lima. Había leído No logo y La doctrina del Shock” de Naomi Klein. Realmente, su lúcida reflexión acerca de la globalización económica y el liberalismo rampante no sólo sigue vigente, sino que la tesitura en la que nos hallamos no es más que la confirmación de sus peores presagios. El caso es que siempre pensé que en esos libros había varios espectáculos teatrales. Me alegré al ver que Lima lo había llevado a término. El montaje está lleno de escenas atractivas e inquietantes. Los Chicago Boys con sus beisboleras planeando el asalto al cono sur, Allende en la soledad de su despacho recibiendo las bombas de Pinochet, el mundial 78 con un exultante Kempes. Particularmente escalofriante la escena en la que Alterio describe las torturas del régimen de Videla. En fin, un espectáculo duro, emocionante y muy pertinente en estos tiempos en los que los nuevos populismos abrazan con fuerza las teorías económicas de la escuela de Chicago.
Me interesó y desconcertó a partes iguales Ante la jubilación de Bernhard dirigida por Krystian Lupa. El ritmo casi languideciente de su primer acto reconozco que llegó a exasperarme por momentos. En los dos siguientes había entrado en el juego y ciertamente me ataron a la butaca. La descripción de ese ambiente opresivo, de esos personajes en descomposición, la historia de ese nazi convencido y orgulloso de su pasado, de sus dos hermanas en las antípodas ideológicas, en definitiva, de esos tres seres roídos hasta las entrañas por el odio, me dejaron pensando varios días. Esa es la pista que me alerta de haber visto algo importante. Ocurre pocas veces. Por supuesto, enorme trabajo actoral.
Por no alargarme mucho, me encantaron la frescura y el optimismo vital de Vientos de levante de Carolina África, la reivindicación feminista, transgresora y pedagógica de Tardes con Colombine de Carmen Sánchez y la madurez expresiva de Carmen Werner en su solo De parte de ella. Me acordaré de algo más cuando esto se haya publicado…
¿Qué es lo último que viste en la anterior era teatral y qué rescatas de ello?
Soy amante del género lírico y tuve la suerte de poder asistir al estreno de La Valquiria el pasado Febrero. Conseguir entradas para el Teatro Real es labor harto compleja, sobre todo para determinados títulos. Tengo que agradecérselo a mi amigo Javi, pues en su empresa disponen de un abono y siempre que hay una butaca vacante me avisa para que le acompañe. De la función, qué decir… El Real por lo general apabulla con sus puestas en escena; nieve en un momento, en otro una hilera de llamas que brotan de suelo cubriendo el fondo del escenario. Todo un derroche de enorme potencia visual y sonora. La orquesta en directo literalmente te agarra y acompaña guiando tus emociones a lo largo de los diferentes pasajes de la historia. Y por supuesto los cantantes, esos cuasi dioses encarnados capaces de volar y hacerte volar con ellos a alturas imposibles. Toda ópera tiene sus piedras de toque, los momentos álgidos que todo el mundo conoce y espera. En los dos “¡Wälse!” del tenor Stuart Skelton creo que pudo darse la catarsis, al menos en mi caso así lo sentí. Wagner es un compositor complejo con enfoques infinitos. Un genio que lo cambió todo, con unas partituras a veces inabarcables a la escucha en disco, imagino que ser alemán allana algo el camino. Pero lo que para mí es innegable es que es puro teatro. Buscó la obra de arte total integrando el resto de las artes sobre un escenario. Sus óperas o poemas sinfónicos solo cobran todo su sentido en el marco de una representación. Y es esa la razón por la que me siento afortunado de hacer una aproximación a su universo a través de este montaje. El arte escénico necesita de la vida en el presente. Esa es su arrebatadora fuerza y en los tiempos del Covid su gran hándicap. Está YouTube, sí. Pero como todos sabemos, no es lo mismo. Pongamos todas nuestras fuerzas, esperanza y presupuesto en la ciencia.
Y ahora, si nos puedes mandar una foto de un recuerdo, un objeto, algo que tengas de la anterior era teatral y que defina tu relación con esa era…
Es una foto del camerino del Teatro de las aguas, de cuando estrenamos Redecoración. Estuvimos allí tres meses y luego pasamos al Alfil. Nos divertíamos mucho haciéndola, tanto que quizá la retomemos cuando el bicho nos lo permita.
(Jesús Asensi, actor, director y dramaturgo)