Porque está claro que acabamos de pasar una era teatral, en la que hemos crecido, nos hemos formado, hemos aprendido… Lo que venga a partir de ahora (¿mayo? ¿septiembre?…) va a pertenecer a una nueva era teatral, en la que tendremos presente lo que acabamos de vivir, en la que tendremos presente nuestra vulnerabilidad como sector, y esperemos haber aprendido de este cambio de era… Para recordar cómo fue, proponemos una serie de entrevistas breves sobre la era teatral que acabamos de dejar, siempre desde el cariño y los buenos recuerdos…
¿Puedes contarnos una anécdota que recuerdes con cariño de la anterior era teatral?
No es una anécdota especialmente divertida, pero sí importante en mi trayectoria posterior y sobre todo en mi vida. Yo estaba estudiando Dirección de escena en la RESAD, ya en tercer curso. Sin embargo, tenía serias dudas sobre mi interés en el mundo teatral, entre otras razones porque las obras que nos animaban a ver me aburrían profundamente. Tenía más o menos claro que me había equivocado de disciplina, que el teatro no era lo mío.
Entonces, un buen día, mientras barruntaba qué hacer con mi vida, asistí con los alumnos de la RESAD a un encuentro ¡con Pina Bausch! que había promovido nuestro maestro José Luis Raymond en aquel frío y recién estrenado edificio. Ella hablaba poco y fumaba sin parar. Se mostraba tímida pero cercana, así que su presencia me cautivó al instante, sensación que perdura a día de hoy. Luego fui a ver los dos espectáculos que presentaba en el Teatro Real: Ifigenia en Táuride y Nelken (Claveles). El primero de los espectáculos me fascinó. Pero el segundo… Era un espectáculo estrenado en 1982 y estábamos en 1998, y sin embargo, hubo una gran polémica. Algunos espectadores abucheaban y pitaban y gritaban «¡fuera, fuera!», o cosas como «¿cuándo aparece Miliki?» Mientras otros, entre los que me encontraba, aplaudíamos a rabiar y chillábamos eufóricos, como en un estado de trance que yo no había experimentado antes. De repente y de golpe, y salvando las distancias, sentí que era participe de una experiencia colectiva parecida a esas que conocía por las clases y que me resultaban inauditas: el estreno de Hernani de Victor Hugo, el de Ubú rey… Al acabar la función, salí a la Plaza de Ópera, -que sin duda era mucho más romántica y operística de lo que es hoy en día-, golpeado por la experiencia; mi cuerpo estaba exhausto, tembloroso, -lo juro-, y atravesado por lo que había vivido. Y eso que había visto la función desde el gallinero. Ese día tuve claro que al menos ese teatro sí me gustaba.
Obviamente, al día siguiente volví. Y me conseguí colar en la primera fila del patio de butacas. La algarada del día anterior se volvió a producir, pero en una versión aún más apasionada pues tanto unos como otros íbamos esta vez preparados a vocear. Había un momento del espectáculo en el que los bailarines entraban por el patio de butacas y abrazaban a algunos espectadores. Y yo recibí uno de esos abrazos. Es probable que me acuerde de esta historieta por el miedo que me provoca fantasear sobre un futuro en el que en un actor y un espectador no puedan abrazarse en un teatro. Y sin duda por el irrefrenable deseo que tengo estos días de sentir el calor y la seguridad de un abrazo como aquel.
¿Qué es lo que más te ha gustado en lo que llevábamos de temporada en la anterior era teatral?
Las ultracosas de Cuqui Jérez, seguido de Bajazet, de Racine/Artaud dirigido por Frank Castorf. ¿Por qué? Pues porque los paseos de vuelta a casa después de esas funciones me resultaron tremendamente esperanzadores en lo relativo al futuro (de entonces) de lo teatral.
¿Qué es lo último que viste en la anterior era teatral y qué rescatas de ello?
Magnificat, un coro de mujeres polacas dirigido por Marta Górnicka. Pensándolo retrospectivamente, creo que como última experiencia escénica es inmejorable. Intensa y llena de humor y vitalidad.
Y ahora, si nos puedes mandar una foto de un recuerdo, un objeto, algo que tengas de la anterior era teatral y que defina tu relación con esa era…
La verdad es que tengo pocas fotos de mi trayectoria teatral, debe de ser porque temo que la fotografía tergiverse el recuerdo de la experiencia. Soy de esos. Aún así, comparto dos. La primera, la puerta de acceso a la cabina de control de la petite salle del la Comédie de Reims donde tuve el placer de dirigir una mise en space sobre el texto de María Velasco Líbrate de las cosas hermosas que te deseo. En esa puerta, las palabras «Entrée Interdite» (prohibida la entrada), vistas ahora como una suerte de premonición.
La segunda, y por acabar como he empezado, una foto de Pina Bausch en Café Müller tomada en los camerinos del Théâtre de la Ville de París donde acompañé a Minke Wang, Claudia Faci y David Ferré en la lectura de Une langue à soi escrita por el propio Señor Wang.
(Víctor Velasco, director de escena, dramaturgo y docente)