Ya se sabe que hay muchos, muchísimos escritores hablando de cómo escribir. Hay libros interesantes, como Sin trama y sin final, los 99 consejos de Chejov, y hay millones de citas repartidas por todas partes. Parece que todos tienen un idea propia sobre cómo escribir y se muestran la mar de contentos al ser preguntados por ello. Pues bien, eso no tiene ningún mérito. Preguntar a un escritor cómo escribir es preguntar a un barrendero como barrer. Te dirá que no tiene ningún secreto. O te dirá que es más complicado de lo que parece. En cualquier caso lo que le estás preguntando es un hecho tan natural y tan cotidiano para él que no podrá salirse de unos marcos prefijados y generalmente muy restrictivos. Pocas citas de escritores sobre cómo escribir me parecen realmente interesantes. Pero no me ocurre lo mismo con las citas de pintores o músicos o fotógrafos. Porque sus palabras muchas veces trascienden su propio trabajo y su propia disciplina y son tan válidas para un escritor como cualquier otra cita de un escritor sobre su trabajo. O a veces son mejores aún, por inesperadas, concisas, lúcidas y desvergonzadas.
Vlaminck, el pintor que usaba los colores como cartuchos de dinamita, dirá de él mismo: “era un bárbaro tierno”, y esa es la mejor definición que conozco de algunos escritores aparentemente huraños y con cierta tendencia al salvajismo verbal, que no voy a nombrar porque se sentirían ofendidos con el calificativo de “tiernos”, pero que en el fondo lo son, porque no pueden evitar un cierto amor, clandestino y autoreprochable, por la humanidad. Cada uno que piense en su bárbaro tierno particular. Yo me guardo los míos.
Gauguin, por su parte, nos descubrirá lo fácil que es no cruzar la línea adecuada: “Nada se parece tanto a un mal cuadro como una obra de arte”. Y sí, nada se parece tanto a una buena novela como una mala novela, o a una buena película como una mala película, o a una buena foto como una mala foto. Caminar por el borde y caer en el lado bueno, ese es el mérito o la suerte de algunos.
¿Y cuál es el sentido del arte (y de la literatura, y de todo lo demás…). Pues muy fácil. Sólo hay que preguntárselo a Braque: “El arte está hecho para turbar. La verdad existe. No se inventa más que la mentira”. ¡Ay! ¡Braque, Braque! ¿Por qué dejaste que Picasso se llevara el premio gordo, cuándo podría haber sido tuyo?
Misterios de la naturaleza humana aparte (¡Cuántos talentos se han perdido por falta de ambición terrenal!), continuaremos con lo nuestro…
“Entre mi cabeza y mi mano está siempre la figura de la muerte”, confiesa Picabia. Y yo me pregunto cuántos escritores tienen siempre presente en sus obras la figura de la muerte, o mejor dicho, cuántos no la tienen. Y no digo en algún momento, sino a todas horas, constantemente, como una amenaza velada, inconsciente casi siempre, pero que influye y determina cada una de sus palabras, de sus obras.
Pero vamos a entrar en harina… A las cuestiones prácticas. Hay dos formas de pintar, y dos formas de escribir. Y esas dos formas dependen, básicamente, de hacia dónde apuntas tu pistola. ¿Vas a desgarrar el alma, el corazón, la mente? ¿Vas a quedarte en la superficie, en la piel, en lo físico? ¿Vas a bucear en lo oscuro, en la densa negrura interior?
Dalí, con su método para todo el mundo y para todas las circunstancias (sí, me refiero a esa gallina de los huevos de oro: su método “espontáneo de conocimiento racional basado en una asociación interpretativa-crítica del delirio”) se autodescalifica a la primera de cambio. Se planta y de ahí no sale. Su castillo está tan lleno de fantasmas como de sólidas defensas.
Magritte se va al otro lado, a él le gusta nadar en aguas cristalinas y a poder ser cálidas: “Mi interés reside particularmente en provocar un choque emocional”.
Particularmente yo me quedo con Jean Puy. Un pintor con un gran desnudo mundialmente ignorado (y eso que le pone el rosa que el crítico Robert Hughues quería en la teta de la maja). De Jean Puy sabemos muy poco y con eso nos basta para dedicarle la atención que se merece. No estará nunca donde los ejecutivos cuelgan sus cuadros invisibles, pero no le importa. Él lo tiene muy claro: “Pintar aquello que es capaz de sacudir la carne y el pensamiento a la vez”. ¿Nos sirve a nosotros? Pues sí. Prueba a cambiar de verbo y ponte delante de un papel, es difícil conseguir ambas cosas, pero la explosión está asegurada. Luego ya es simple cuestión de decidir qué cantidad de dinamita quieres poner.