El pasado lunes 6 de enero, entre el éxtasis mágico que supone para un niño abrir regalos el día de Reyes, intenté que mi primo de 9 años entendiera que era un privilegiado. Me senté en el sofá con Marcos para hacerle una pregunta:
—Marquetes, ¿estás contento con los regalos? –le pregunté.
—Sí, mucho. Me han traído los que quería –respondió con una sonrisa ya dilatada de recibir sorpresas.
—¡Cuánto me alegro, tío! Pero, Marcos, ¿tú sabes que hay muchos niños y niñas que no tienen la suerte de recibir regalos el día de Reyes?
—No, ¿por qué? ¿si los reyes son magos, no? –contestó asombrado.
(…)
En qué lío me había metido. Mi primo continúa escribiendo la carta a los Reyes Magos; mi primo sigue apretando la cabeza contra la almohada la noche previa al mejor día del año; mi primo aún disfruta de la ilusión que supone la llegada de unos reyes magos cargados con los regalos que más desea. Ni más ni menos que la mayoría de pequeños de este país. Me encontraba en una encrucijada.
¿Cómo explicar a un chavalín que hay otros niños y niñas como él que no reciben regalos ese día?
“Eso es imposible”, debió pensar mi primo, “si los reyes son magos es porque reparten regalos a todos los niños del mundo en una sola noche”. Pero, tristemente, no es verdad, Marcos. No es verdad que los regalos lleguen a las casas con tanta soltura. No te puedo mentir, cuando cada vez son más los hijos de familias desahuciadas a los que les gustaría “volver a casa por Navidad”. No vas a entender que se esté convirtiendo en tradición el gesto torcido que pone la madre cuando no se puede permitir comprar el regalo que su hija escoge en el catálogo. Mi primo –y mucha gente– desconoce el significado de esperar a los reyes durmiendo desde las seis de la tarde, porque no se puede pagar la luz. Porque crece violentamente el número de padres que se parten los pies para poder pagar el juguete que su hijo desea y mantener así la ilusión navideña.
“A ver Edu, ¿tú crees que los Reyes Magos dejarían que esto pasara?”, me diría Marcos si le contase el verdadero cuento de Navidad.
La Navidad es una mentira. Una mentira que aceptamos año tras año. Una mentira con sus pros y sus contras. Una mentira que nos obliga a ser felices, a querer al conocido y al desconocido durante unas semanas. La Navidad es una cortina de humo, que nos aleja momentáneamente a los más afortunados de la cruda realidad.
Si hay algo que se mantiene intacto en esta gran mentira es la ilusión. Y el espejo de esa ilusión se comprueba en la cara de los más pequeños.
¿Deberíamos contar a los niños afortunados la realidad que viven otros niños en sus casas?¿O mejor mentimos y nos contentamos por lo entrañables que son estas fechas?
No lo sé. Probablemente no merezca la pena. Estos niños crecerán y se darán cuenta, entre otras cosas, de que hay duendes malvados que roban; de que Papa Noel es un multimillonario obeso cuya avaricia rompe sacos llenos de billetes y no juguetes; de que Melchor es un dictador que oprime a su pueblo; de que Gaspar preside un país que niega la atención sanitaria a su compañero Baltasar, o le encierra en un CIE o le deja incrustado en la valla de Melilla.
Eso no es todo. Luego hay mentiras que no son ni de Navidad, ni de Año Nuevo, ni de Reyes Magos. Son las mentiras instauradas. La dosis más ejemplar la conocemos todos: “La crisis que vive España, bla bla bla…”.
No es una crisis cuando los ricos cada vez son más ricos y los pobres cada vez son más pobres. No es una crisis cuando afecta más a unos que a otros. Extraigo una frase que leí el otro día en la prensa y que, bajo mi punto de vista, resume esta mentira que es la crisis: “en 1976, el presidente de la tercera entidad bancaria española ganaba 8 veces más que el empleado medio; hoy gana 44 veces más”.
No es una crisis, es una gran mentira.
Volvamos a la Navidad. Esta mentira momentánea es menos sucia gracias a personas, héroes y heroínas que cada año ilusionan de verdad estas fechas. Así, cada vez se abren más espacios dispuestos a recibir toneladas de juguetes de segunda mano para que haya menos casas sin regalos. Otro año más en los comedores sociales, miles de voluntarios sirven la cena de nochevieja a personas sin techo. Aumenta la desobediencia civil en forma de regalos: activistas que ocupan pisos vacíos para que familias desahuciadas puedan tener unas fiestas –y vidas– dignas. Y la lista sigue. Y seguirá durante mucho tiempo.
(…)
—Pero, Marcos, ¿tú sabes que hay muchos niños y niñas que no tienen la suerte de recibir regalos el día de Reyes?
—No, ¿por qué? ¿si los reyes son magos, no? –contestó asombrado.
—Mmmmmm… porque… hay niños que no se portan bien. Por eso los reyes les dejan sin juguetes. Así que ya sabes Marcos, hay que portarse bien –mentí descaradamente. Como mienten los políticos que salen al ruedo a defender una medida que ni ellos mismos tragan.
Mentimos porque respiramos mentiras. Mentimos por mantener la ilusión. Esa ilusión que expresa las ganas de vivir a pesar de las dificultades.
Eduardo Granados Reguilón (Pinto, Madrid, 1995) es estudiante de Periodismo y Comunicación Audiovisual. Redactor de la revista Eboli News, colabora con el departamento de comunicación de La Joven Compañía (@LaJovenCompania), proyecto que pretende paliar la desafección entre los jóvenes y el teatro, y es co-fundador de la asociación juvenil Apumak, cuyo propósito es concienciar a la juventud de la realidad social a través del voluntariado y la autoformación. En Twitter: @EduGrhcp