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Mientras tanto¿Cómo hago tiempo para bordar?

¿Cómo hago tiempo para bordar?


 

«¿Y a qué horas bordás, niña?». He escuchado esta pregunta varias veces, sobre todo cuando la persona preguntante se da cuenta de que tengo un trabajo de tiempo completo como profesora universitaria. «¿Cómo te queda tiempo, vos?».

 

En esta entrada quiero comentarles cómo hago tiempo, tanto en las noches como los fines de semana, para dedicarlo a una de las actividades que me resulta más gratificante: bordar.

 

Cuestión de tiempo

 

Contar con tiempo libre –o, mejor dicho, liberado– es una precondición para embarcarse en un proyecto que demandará varias horas de varios días a lo largo, quizás, de algunas semanas.

 

El tiempo libre no cae del cielo. Hay que hacerlo. Implica decir no a otras actividades y compromisos. Quizás quedar mal con más de alguna persona. Sacrificar alguna actividad familiar, social o doméstica. Tomar control de la administración del propio tiempo.

 

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Las condiciones

 

La motivación

 

La primera condición es querer hacerlo, tener la motivación bien firme, la decisión tomada. Se puede comenzar por un «quiero hacer manualidades», pero para arrancar es aún más útil definir con precisión qué se quiere hacer: voy a bordar este mantel para la mesita de la terraza, voy a tejer un gorrito para mi sobrina. Sin el propósito establecido en el propio ánimo no hay camino por el que avanzar.

 

Para algunas personas, una forma de activar el motor creativo es tomar un curso práctico. Les favorece estar rodeadas de otros para ser productivas. Otras personas, entre las que me incluyo, somos más efectivas trabajando solas.

 

Mi motivación para bordar me llevó a investigar en internet en busca de inspiración. Haber encontrado un modelo suficientemente atractivo –las muñecas bordadas de Hillery Sproatt– fue lo que me animó a arrancar, como conté hace tres meses en una entrada de este blog.

 

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El espacio montado

 

La segunda condición es montar un espacio dedicado a la labor que hemos decidido emprender. No necesariamente tiene que ser una habitación completa, aunque este escenario resulta ideal. Puede tratarse de una mesa y una silla, de un sillón, de una bandeja para trabajar sobre la cama. En cualquier caso, un lugar de la casa que no toquen otras personas y que se mantenga «montado» para que, en cualquier momento, podamos intervenir nuestra labor. Un espacio propio.

 

Cuando digo un espacio montado me refiero a tener los materiales dispuestos para ser usados en cualquier momento. Así, si contamos con unos minutos libres, podemos tomar la aguja y bordar o tejer un poco, para avanzar en el trabajo. Esta estrategia me funciona a mí; otras personas prefieren dedicar una o dos horas cada vez que se sientan a trabajar en sus labores. No obstante, en cualquiera de estos casos, conviene tener la mesa puesta.

 

En lo personal, tengo una habitación o estudio solo para mí. Es mi gineceo (con minúscula), el espacio femenino creativo de mi casa, que tan bien retrató Julio Roberto Díaz en un video hace unos meses. Allí guardo la diversidad de materiales que ocupo (o que no ocupo) para las cosas que invento. En este lugar es clave la mesa donde mantengo desplegada la labor que estoy haciendo en determinado momento. Si estoy bordando una muñequita, por ejemplo, sobre la mesa se encuentran las agujas, los hilos, los dedales y las tijeras además del bastidor con la tela que está en proceso.

 

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La bolsa de labores

 

Tan importante como el espacio montado es la bolsa de labores, la tercera condición de mi fórmula de bordadora en el tiempo libre. Esta incluye únicamente los materiales que se están usando para el proyecto que está en marcha, no más, no menos. La bolsa permite movilidad, cuando el tamaño de la labor lo posibilita, por supuesto.

 

En mi caso, me gusta bordar mientras espero en la consulta médica o cuando voy a visitar a mi madre; también cuando viajo o voy de paseo; incluso a veces me desplazo por distintos rincones de la casa con mis labores. La bolsa es una compañera ideal. No saben cuánto la aprecio.

 

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La lámpara

 

Trabajar de noche es una opción para quienes nos dedicamos a las artes manuales en el tiempo libre. Y la buena iluminación es la cuarta condición para hacerlo. Así que una lámpara de escritorio, de esas que se usan para dibujar, es una inversión que vale la pena hacer. Lo recomendable es usar luz blanca, de un mínimo de 60 W.

 

Aunque amo trabajar con luz natural, y me encanta acercarme a una ventana cuando bordo, tengo que aceptar que la mayor parte del tiempo bordo de noche. En mi gineceo tengo tengo una lámpara en la mesa principal; tengo otra lámpara potente en mi mesa de noche y una escondida en un mueble –que saco cuando necesito– en la salita de la terraza. La luz no puede faltar para bordar.  

 

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«Ningún día sin una línea»

 

Este proverbio atribuido a Plinio el Viejo —nulla dies sine linea, en latín– se refería a pintar cada día al menos una línea, como explica Daniel Cassany, un profesor de redacción cuyos libros uso para mi trabajo universitario. Es un principio que vale perfectamente para las labores manuales y, en mi caso personal, para el bordado. Que no pase un día sin dar una puntada.

 

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