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¿Cómo renacerá el Estado del Bienestar?

 

El resultado de las elecciones europeas, con un triunfo, de nuevo, del Partido Popular, no ha mostrado una apuesta inequívoca por el Estado del Bienestar, por el modelo social europeo. Al contrario. ¿Es que los europeos no lo queremos? Quizás nos lo estamos pensando si lo queremos. La propaganda en su contra ha sido demasiado machacona (despilfarramos en sanidad, las universidades públicas son armas cargadas de ideología subversiva, el actual modelo de pensiones es insostenible, los parados son unos vagos…) y ha calado.

 

Pero puede que dentro de unos años el Estado del Bienestar vuelva a ser una necesidad histórica como lo fue hace ochenta años, más o menos.

 

Sí, el Estado del Bienestar fue una necesidad histórica, además de una exigencia ética. Llegó un momento en el que las tensiones eran tales que había que escoger necesariamente entre la reforma y la revolución. Llegó un momento en el que la pobreza y la desigualdad dejaron de ser un problema moral para convertirse en un problema político de enormes dimensiones. Para evitar un mal mayor para los poderes, el Estado quedó legitimado para intervenir en el proceso de distribución de la renta y el bienestar social con una política social más activa, con una intervención que ya no sólo buscaba integrar a los de abajo desde arriba y acallar la protesta con la construcción de instituciones compensatorias subordinadas a los intereses dominantes. El Estado del Bienestar era mucho más ambicioso: buscaba crear derechos sociales y económicos universales que hicieran posible la materialización de los derechos políticos democráticos; buscaba una reforma social pactada. Y todo ello porque las ideas liberales eran insuficientes como soluciones políticas. Se demostró que dejar que todo lo resolviera el mercado era un auténtico desastre. Sobre todo tras la crisis de 1929. ¿Qué hubiera sucedido si en los años 30 no se hubiera puesto en marcha el New Deal en Estados Unidos?, ¿y en el Reino Unido sin el Informe Beveridge?

 

El Estado liberal proporcionaba seguridad jurídica con sus contratos privados. El Estado social, sin negar lo anterior, proporciona también seguridad, pero en el contexto social, frente a la vejez, el paro, la enfermedad y otras situaciones de desempleo. Y, además, daba satisfacción a las demandas crecientes para la igualdad socioeconómica.

 

Hasta aquí, el relato que realiza Carlos Ochando Claramunt en un manual sobre la historia del Estado de Bienestar nos hace caer en la cuenta de que ahora mismo estamos derrumbando ese edificio que tanto costó construir. Estamos desmontando el Estado del Bienestar para volver al Estado liberal.

 

 

Seguridad… ¿para quién?

 

Para garantizar la seguridad jurídica de los inversores, para que éstos recuperen lo que nos prestaron, y no sólo para eso, sino para asegurar que banqueros y aseguradoras puedan hacer negocio y que éste sea rentable, para garantizar con flujos continuos de capital (en forma de aportaciones de los planes de pensiones de los ciudadanos, o de seguros) sus inversiones de más riesgo, se desmonta el Estado garantista.

 

Nos hacen creer que no hay dinero para todo y quizás sea cierto. Pero, antes de dejarnos elegir a qué preferimos dedicar los recursos escasos de que disponemos, se apropian de ellos. Son muy liberales, no quieren que el Estado gestione, prefieren hacerlo ellos. Gestionarán la sanidad, la educación, las pensiones… ¿Y quiénes son ellos? Los banqueros.

 

Está claro que los servicios sociales del Estado de Bienestar que materializan derechos universales están en serio riesgo. Igual no de desaparecer, pero sí de quedar tan reducidos que parezcan apenas beneficencia.

 

Se desmonta el Estado del Bienestar y el síntoma es el protagonismo que están adquiriendo gentes como Thomas Pikkety (al que ya se ha acusado de manipulación de datos) y Owen Jones, que alertan, respectivamente, sobre el aumento de la desigualdad y sobre la criminalización de la clase obrera. Incluso Premios Nobel como Paul Krugman y Joseph Stiglitz alertan a Gobiernos y empresarios de que así vamos mal, muy mal, porque se ahonda la lucha de clases y las nefastas externalidad (consecuencias) que ésta tiene sobre la economía.

 

Aunque sus discursos no son nuevos. Como tampoco lo es el inicio del desmontaje de los derechos sociales. El primer experimento tuvo lugar en Chile, durante la dictadura de Pinochet, que dio el golpe de Estado en 1973, dándoles a los Chicago Boys una gran oportunidad para experimentar sus ideas económicas; Margaret Thatcher ganó sus primeras elecciones en 1979; Ronald Reagan, en 1980; la Agenda 2010 de Gerhard Schroder es del año 2003. Y, ya, por fin, la troika ha cumplido ya tres o cuatro años trabajando a destajo en Europa del Sur.

 

 

Iremos a peor antes de ir a mejor

 

Puede que para volver a estar bien haya que volver a estar mal. «Los periodos de profunda y amplia incertidumbre contribuyen a establecer las bases motivacionales del comportamiento moral que fundamenta el Estado del bienestar», dice Ochando. Cuando un destino aciago puede ser el destino de cualquiera, es más fácil reflexionar imparcialmente sobre los intereses de todos. Una experiencia desesperadamente infeliz puede hacer a la gente más moral, al menos durante un tiempo. Hasta que se nos olvida. Hasta que pasan dos generaciones. Y eso que el Estado del Bienestar fue capaz de realizar una síntesis perfecta entre la política económica y la política social. En la primera, con políticas de sostenimiento de la demanda que, a su vez, aguantaban un vigoroso crecimiento económico que también se veía alimentado con la redistribución de la riqueza que garantizaba la segunda.

 

Eficiencia económica, pleno empleo, progreso económico y social y bienestar social mediante políticas de la redistribución de la renta y garantía de un mínimo vital que eliminara las situaciones de extrema pobreza. Todos ellos objetivos interdependientes y mutuamente funcionales en la época del Estado del Bienestar. ¿Estamos tontos para haber renunciado a todo eso? Hasta quienes lo criticábamos por ser demasiado poco, migajas para mantenernos mínimamente contentos, lo justo como para no rebelarnos, lo echamos de menos antes de haberlo perdido del todo.

 

 

La primera renuncia: al pleno empleo

 

Sí, sí, el Estado del Bienestar también aspiraba al pleno empleo. Y ése fue el primer objetivo que se desestimó. Posiblemente, porque el paro baja los salarios y, por tanto, aumenta los márgenes y los beneficios de las empresas. Y porque, para reducir el desempleo en una época de grandísimos avances tecnológicos, hay que rebajar los tiempos de trabajo sin que ello derive en una caída de las garantías del empleado si es que se quiere mantener el modelo en el que exista un mínimo vital básico irrenunciable.

 

Pero ya se sabe que los modelos de baja inflación y alto paro son los que prefieren los poderosos. A los trabajadores siempre nos viene mejor tasas elevadas de inflación y desempleo reducido. Por eso el Banco Central Europeo se está portando muy, pero que muy mal con nosotros.

 

A cambio de todo eso, el movimiento obrero había renunciado a poner en cuestión las relaciones de producción en el capitalismo, lo que le daba al sistema una gran estabilidad: se abortaba de raíz la posibilidad de una brusca transformación. De hecho, muy bien podemos decir que los promotores y beneficiarios (a nivel político) del Estado del Bienestar fueron los conservadores, más que los socialdemócratas. De hecho, el Estado del Bienestar logró mantener la estabilidad del orden político existente y frenó la ascensión de los partidos de la izquierda en Europa. O, al menos, redujo sus demandas a lo «aceptable». Además, lograron legitimar el orden existente.

 

¿Lo que nos ha quedado es un Estado del Bienestar? Igual ya no…

 

Por su carácter funcional, es decir, porque nos viene bien a todo el mundo, a capitalistas y a trabajadores, y reduce los conflictos en 1999, decía Ochando que el Estado del Bienestar no desaparecería nunca: «El Estado del Bienestar puede ser adaptado y reestructurado, pero no desmantelado en la actualidad (…) El Estado del Bienestar está altamente legitimado por la opinión pública». Y más todavía: «El sistema capitalista no es operativo sin el Estado del Bienestar», dice Ochando citando a Offe.

 

Puede que tenga razón pero, dados los recortes que ha sufrido, ¿hasta qué punto podemos decir que esto de lo que disfrutamos sigue siendo un Estado del Bienestar y no otra cosa?, ¿qué nivel de adaptación y reestructuración es aceptable para seguir hablando de Estado del Bienestar?

 

«El Estado de bienestar se ha convertido en una estructura irreversible, cuya abolición exigiría nada menos que la abolición de la democracia política y los sindicatos, así como cambios fundamentales en el sistema de partidos», describe Ochando. No sé si podemos decir que estamos ya hemos llegado a ese punto de degeneración posdemocrática.

 

 

¿Cómo surgió el Estado del Bienestar y cómo renacerá?

 

Quizás analizando cómo surgió el Estado del Bienestar podamos aventurar cómo debe renacer. Porque lo tiene que hacer.

 

Hay dos tipos de teorías que explican el gasto público y la expansión del Estado de Bienestar: las que lo hacen desde el punto de vista de la demanda y las que lo estudian desde el punto de vista de la oferta. Estas últimas creen que el comportamiento autointeresado de los funcionarios es el determinante: los funcionarios se crean su propio trabajo aumentando el gasto público y las funciones a desempeñar por lo público. Es bastante cuestionable esta teoría si analizamos la historia del Estado del Bienestar de manera retrospectiva. Pero todavía más si queremos asumir que será esto lo que determinará su reconstrucción en el futuro, dado el recorte de efectivos que estamos viendo en la Administración. Por aquí la batalla está perdida.

 

Desde el punto de vista de la demanda hay más interpretaciones. Existen aquellas que vinculan el nacimiento y desarrollo del Estado de Bienestar con el proceso de industrialización para paliar los nuevos riesgos asociados a éste.

 

También nos encontramos con las teorías de movilización de clase, de acuerdo con las que la implementación y consolidación del Estado del Bienestar depende del poder de los sindicatos reformistas y de su habilidad de llevar a cabo programas sociales a través de los partidos socialdemócratas cuando éstos alcanzaron el poder. En definitiva, el Estado del Bienestar, de acuerdo con esta teoría, sería el resultado de las luchas sociales y políticas del movimiento obrero organizado.

 

Según la teoría neomarxista, el Estado del Bienestar se desarrolló porque es funcional con los intereses de la clase capitalista, tanto económicamente (porque permite la reproducción y acumulación del capital), como políticamente (porque consigue neutralizar la lucha de clases integrando a la clase trabajadora en el sistema caplitalista). El Estado del Bienestar, pues, no sería una institución neutral, sino que serviría a los intereses de la clase dominante. Así las cosas, el capitalismo sobrevive gracias al apoyo del Estado porque, además, lo legitima y, consecuentemente, reduce la tensión de clase. Los neomarxistas también explican el por qué de las crisis económicas de los Estados del Bienestar: el excedente se sigue apropiando privadamente, mientras que los costes sociales son cada vez más socializados. Esta ecuación puede devenir en crisis fiscales cuasi-crónicas que hay que resolver, posiblemente, intentando políticas de redistribución de la riqueza. Porque, de lo contrario, el Estado puede perder legitimidad si en esa contradicción constante entre capital y trabajo sigue excesivamente a favor del primero.

 

Por último, existen otras teorías que explican el desarrollo del Estado del Bienestar apelando a las necesidades que crean los cambios demográficos y económicos y la apertura que implica la existencia de instituciones políticas democráticas a las que pueden presionar los diferentes grupos de interés existentes en la sociedad. Al final, pues, el Estado del Bienestar adoptará un modelo u otro, se centrará más en unos servicios o en otros según el poder de los diferentes grupos de interés presentes en la sociedad y que van más allá de los límites de clase.

 

 

Una hipótesis de futuro

 

¿Cómo puede ser, entonces, el resurgimiento del Estado del Bienestar? Seguramente, renazca tras un shock importante, como lo fueron la Segunda Guerra Mundial y la Gran Depresión, y lo hará sólo para garantizar la supervivencia del capitalismo. Pero no porque se tenga miedo a que el sistema colapse por su gen autodestructivo. El nuevo Estado del Bienestar será una medida que ponga freno a un proceso que quiera construir una alternativa al modelo actual.

 

Por eso, como paso previo, además del desastre que eleve nuestra calidad moral, tendrá que ganar adeptos una izquierda alternativa, como la que en Europa supone Syriza, o como lo que en España representa Podemos, que no es más que una escisión, digamos oportunista, de Izquierda Unida. ¿Será otra vez tras un acuerdo dentro del bipartidismo el que haga posible la reconstrucción del Estado del Bienestar? Seguramente. Pero otro bipartidismo: la antigua socialdemocracia europea irá perdiendo su hueco y se integrará (o la sociedad la percibirá integrada) con el conservadurismo. Y serán las nuevas fuerzas emergentes las que harán de contraparte, con las que el capital y las fuerzas conservadoras habrán de firmar el nuevo pacto keynesiano. No es un mal futuro el que tenemos por delante. Es más de lo mismo. O quizás sea sólo nuestro desiderátum menos radical.

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