«¿Cómo se escribe? Pues como suena: b, i,
u…», le responde Uxbal (Javier Bardem) a su hija en el filme Biutiful,
del mexicano Alejandro González Iñárritu (Amores Perros, 21 gramos, Babel).
Biutiful es
un microcosmos en dos horas y diez minutos de duración. Los temas que refleja
son tantos que es difícil resumirlos. La inmigración, la explotación laboral
-hoy que conmemoramos sin mucho que conmemorar el Día del Trabajo-, la locura,
la enfermedad, la vida después de la muerte, la codicia, la marginalidad, la
paternidad, la culpa y la redención…
El escenario escogido es Barcelona, donde la
inmigración que estalló en la última década acabó formando toda una estructura,
lucrosa y segmentada, de economía ilegal. Los chinos tejen y cosen en régimen
de trabajo esclavo; los negros africanos venden en sus mantas de las Ramblas;
un catalán que se mueve entre la comodidad de la clase media y la marginalidad
(Uxbal) hace de intermediario; y un puñado de policías y cargos públicos varios
sacan tajada entre medias. En el microcosmos de esa otra Ciudad Condal, la de
los suburbios que se escoden a los turistas, se repiten las dinámicas
planetarias más truculentas: los chinos trabajan, los negros son apaleados por la
policía, los blancos se enriquecen con la desgracia ajena. Ya sé que el cuadro
es simplista, pero a veces es necesario simplificar un poco para ver con más
lucidez las contradicciones de este sistema podrido y decadente. Iñárritu
demuestra cómo a veces la ficción es el mejor documental. Y no se detiene ahí:
cuenta la tragedia de una madre buena pero desequilibrada, en la misma cuerda
floja de un Uxbal que se nos presenta como una humanísima mezcla de bien y mal.
Habla de las paradojas de Uxbal, que puede comunicarse con los muertos, pero no
ha sabido aprehender la grandeza de ese don. Y en esa conexión con los otros
mundos, el cineasta mexcano deja una luz de esperanza como regusto agridulce de
un filme duro, reflexivo, a veces lento, siempre contundente.
Como es común en los filmes de González Iñárritu, Biutiful es
una sucesión casi ininterrumpida de desgracias, pero la película no cae en el
melodramatismo, apoyada la naturalidad y la verosimilitud que le aportan un
sólido guión y las excelentes interpretaciones de actores que me hicieron
recordar cómo Woody Allen sentenciaba hace poco que los mejores actores del
mundo están hoy en España. Muy recomendable.